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    Elena Córdova

    Luna Nueva

    A Dios y a mis padres, gracias por sus enseñanzas, a ellos debo lo que soy.

    María Elena Córdova Molina

    Hace unos días vi una fotografía de la quinceañera Sasha Obama, hija menor de Barak Obama y Michelle de Obama, y una de las dos hijas – la otra se llama Malia- del presidente y la primera dama de los estados Unidos de América, con todo lo que ello implica. En la gráfica se aprecia a Sasha detrás de un mostrador de un restaurante de mariscos, de nombre Nancy’s en Martha’s Vineyard, una isla situada en la costa este de EE UU, negocio donde la chica trabajará una jornada laboral de medio tiempo por un salario de entre 12 y 15 dólares por hora –algo así como 280 pesos moneda nacional– durante las vacaciones de verano. Más allá de eso, lo que verdaderamente importa es el mensaje contundente que se envía a la juventud estadounidense y de todo el mundo, me atrevo a exagerar.

    Todo mundo piensa, pero para los efectos del tema, me quedo con la opinión de un destacado medio español de comunicación internacional como lo es El País, quien supone que la intención de sus padres Barak y Michelle Obama, es enseñarles a ella y a su hermana Malia, el verdadero valor del trabajo, más allá de las condiciones de privilegio y comodidad –y poder cumplir con todos los caprichos naturales de la adolescente– que pudieran tener las hijas de uno de los hombres y su distinguida mujer, más representativos del mundo.

    Es natural suponer que la hija menor de los Obama tiene cuidados especiales –de hecho, seis guardias presidenciales la custodian– pero lo que también destaca es la actitud, primero de querer pasar desapercibida, al igual que se ha mostrado “muy interesada en aprender el oficio de la industria de la hostelería y no le ha hecho el feo a nada. Ya estuvo encargada de la caja registradora, también ha sido camarera y ha llegado antes de la apertura del establecimiento para preparar el restaurante”, señala el periódico El País.

    Inevitable es comparar el aleccionador ejemplo, con muchas historias que vemos en los medios, sobre los hijos de los políticos mexicanos. En ellas, sus tutores lejos de ayudar y enseñar a sus hijos el valor del trabajo, contrario a ello, recapitulando aspectos del tema, tienen guaruras a su servicio que en incontables ocasiones utilizan con nada que tenga que ver con su protección personal, como también, en periodos vacacionales es común ver a estos jóvenes subir fotos a las redes sociales disfrutando de lugares exóticos, divertidos, todos caros en donde se puede apreciar la buena vida y la privilegiada posición que gozan. Claro, están en todo su derecho, sólo comparo y destaco los excesos sabidos y que en nada ayudan a los jóvenes mexicanos, por el contrario, al verlos, sólo crean mucho resentimiento y frustración social en ese importante sector.

    En mi caso, puedo decir que mientras estudiaba en la preparatoria, mi primer computadora la pude comprar gracias a mis ahorros y que en los periodos vacacionales de semana santa trabajaba como mesera en el restaurante “La Quinta del Sol” allá por Palma Sola, y posteriormente mientras estudiaba en el Tecnológico me dedique a vender ropa entre mis compañeros y algunos maestros. Mis ganancias y mis ahorros de la Becas Pronabes de varios semestres, lograron que al terminar mis estudios universitarios, pudiera adquirir mi primer vehículo, un auto compacto, pero ya era mío.

    Siempre recuerdo con mucho cariño las enseñanzas que sobre el trabajo físico me dieron mis padres. Ellos me educaron que el trabajo dignifica y que no hay labor pequeña o insignificante que no ilustre, “todo es valioso, no importa lo que hagas”, lo recuerdo. Con ellos aprendí a barrer, a limpiar la casa, el terreno, a cuidar los animales que teníamos… me dijeron que siempre debería ser agradecida de tener un buen trabajo, cuando así fuera. Que mostrara lo mejor de mí, entregándome al servir de buena forma y con la mejor de las actitudes, más si se trataba de atender a la gente, siendo una profesionista y más aún, si tenía un cargo o responsabilidad, que eso no me haría diferente a nadie y que nunca me olvidara de dónde vengo.

    Así lo hago siempre en su memoria. Nunca les fallo.

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