Salvador Muñoz
Los Políticos
A veces hablar de Javier Duarte de Ochoa o de Miguel Ángel Yunes Linares me hace sentir monotemático que hasta leerme me da hueva. No obstante, tenemos a un grupo de lectores que han hecho de las redes sociales su arena política, su circo romano, y ansían con desesperación ver cada día, cada instante, al Gobernador electo o al Constitucional, abriéndose en canal… para echar las vísceras.
Y aunque trato de evitar ser parte de este exhibicionismo entrañable (de entrañas, pues), a veces es totalmente inevitable, porque pareciera que Javier Duarte está empecinado en autoinmolarse… vea el porqué:
Estaba seguro que la nota era de la página web “Deforma”. Digo, por la cabeza o título: “No le debo nada a Veracruz; me voy satisfecho y dejo uno de los estados más seguros del país, afirma Duarte”.
Sí, para la percepción ciudadana, ya con la cabeza de esta nota, todo indica que es una broma del “Deforma”, sitio web que se dedica a hacer noticias chuscas tan buenas que muchas se las han tomado como ciertas… pero no. La nota es de http://imagendelgolfo.mx/ y aunque no tiene crédito, está localizada en Poza Rica y fechada el 14 de este mes.
Aunque a fuerza de ser sinceros, bien podríamos decir que Duarte tiene razón:
* No le debe nada a Veracruz… ¡le debe a los pensionados, a los medios, a los empresarios, a la UV, y a quien usted quiera agregar.
* ¡Claro que se va satisfecho! La idea de engraparse el estómago es para sentirse satisfecho pronto y evitar seguir comiendo…
* Veracruz, uno de los estados más seguros… sí, porque es seguro que te roben, es seguro que te levanten, es seguro que te acuchillen mientras corres, es seguro que te secuestren, es seguro que te den medicina caducada…
Alabanza en boca propia es vituperio. La autocalificación o autocrítica que hace Javier Duarte de Ochoa de sí como administrador del Estado, es evidente que dista mucho de lo que cree un alto porcentaje de veracruzanos… al menos en las redes sociales y en las manifestaciones y plantones, o en todo Veracruz, es lo que se ve.
El oficio de Corrector… el arte de ser Corrector
Mi labor en los periódicos empezó allí, en una mesita con un marcador negro revisando textos y textos. Realmente lo que aprendía en la Facultad lo afinaba mejor con el apoyo de Polo Rodríguez, entonces subdirector de Redacción del diario “Política”, que nunca negó su apostolado por la enseñanza… hasta la fecha.
Errores como “Fallece Malpica Vivendi” fue uno de los clásicos que no voy a olvidar, porque lejos de encabronarse Yayo Gutiérrez, lo vio como una mala broma del destino que me explicó con una serenidad distante a la de mis primeros años en ese periódico, donde cada vez que se nos iba un error, decía: “¡Van a decir que todos somos una bola de pendejos!”
El porqué no se encabronó y sus razones, me las reservo…
Esto de la Corrección viene a colación porque ayer, se me fue uno garrafal que quizás a muchos les haya pasado, escriban o no, sean reporteros o no… cuando la memoria digital (es decir, lo que hacen los dedos sobre el teclado), que sabe perfectamente dónde está cada letra, contradice al razonamiento en complicidad con otro sentido.
Escribí sobre el tenista Santiago González Torre, pero quizás motivado por la amistad con Sergio González Levet, mi memoria digital me traicionó así como mi vista, porque antes de enviar un texto, mínimo, lo leo tres veces y entonces, se fue mal mi columna: Hablé de Sergio González y no de Santiago González.
A veces la labor de un corrector es resumida a que no se vaya mal escrito un nombre, en el sentido de que le falte un acento o haya un error de dedo, porque no es lo mismo que uno ponga Verdugo que Ver… bueno, ¿me entendieron no?; o quizás de que lleve mayúscula o minúscula un cargo; o a lo mejor una coma (,) (¡hey! ¿ya vieron que sugestiva se ve la “coma” entre paréntesis?) o un punto y seguido mal puesto… pero el oficio de corrector además de una exigente sintaxis, implica a veces conocimiento de causa, curiosidad, investigación y por supuesto, amor a su trabajo.
Beda García Guzmán ayer me llevó a recordar mis inicios en este oficio. Me corrigió el nombre mal escrito; quitó el Sergio y puso el Santiago. Mas no sólo eso. Me hizo sentir bien, me hizo sentir que el oficio de corrector sigue siendo de suma importancia y tan valioso como cualquier eslabón del periodismo. Tan relevante el reportero, el editor, como el corrector.
Sólo basta decir: ¡Gracias Beda por tu valiosa entrega al trabajo! Y de paso, al amigo Gustavo González Godina, quien también me echó la mano.
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