Luis Alberto Romero
Hora Cero
Pasado el trago amargo que representaron las pasadas elecciones municipales en Veracruz, en el Partido Revolucionario Institucional todavía no tienen claro si habrá o no relevo en el Comité Directivo Estatal, donde aún despacha Renato Alarcón Guevara.
Lo claro es que al interior del priismo no parece existir un ánimo de autocrítica luego del resultado que significó la pérdida de la mitad de los ayuntamientos que gobernaba.
Los municipios con mayor población de la entidad serán gobernados, a partir de enero de 2017, por PAN-PRD, Morena e incluso, como en el caso de San Andrés Tuxtla, por un aspirante independiente, Octavio Pérez Garay.
En Pánuco, Tantoyuca, Tuxpan, Poza Rica, Papantla, Martínez de la Torre, Xalapa, Veracruz, Boca del Río, Córdoba, San Andrés, Coatzacoalcos y Minatitlán, los municipios más poblados y con mayor presupuesto del estado, el PRI quedó disminuido; de no ser por Huatusco y Orizaba, ciudades medidas, se hablaría, en términos cualitativos, de un verdadero desastre para el tricolor.
¿Se puede atribuir ese fracaso a una mala operación desde la dirigencia estatal del PRI y desde la delegación del Comité Ejecutivo Nacional?. Difícil saberlo porque el partido enfrenta, hoy más que nunca, una fuerte crisis de imagen y credibilidad; desde antes de iniciado el proceso, expertos en el tema político electoral ya se referían al mal resultado predecible; se decía incluso que el tricolor únicamente ganaría en 20 o 25 municipios. No fue así, fueron más de 25, pero igual se habla de un fracaso, sobre todo considerando los procesos de 2013, antecedente inmediato de las municipales del presente año, cuando logró la victoria en 93 ayuntamientos; 2015, las federales en las que el PRI ganó sin mayores problemas; y 2016, cuando el partido tuvo una cosecha de votos superior a la registrada en 2017.
Este año, al igual que en 2016, el PRI volvió a morder el polvo y esa derrota se atribuye en parte a la deficiente operación política y a las malas decisiones del dirigente, Renato Alarcón; y de la delegada, Lorena Martínez, en la selección de los candidatos.
En Tuxpan, por ejemplo, los principales cuadros del tricolor armaron seis propuestas para contender; todos se registraron de acuerdo con los términos de la convocatoria emitida e iniciaron un proceso interno que terminó con la imposición de Gabriela Arango Gibb, aspirante no registrada, que entró como supuesta representante del Partido Verde, apelando a la equidad de género.
En realidad, al postular a la ex diputada local como candidata por Tuxpan, la dirigencia priista perfiló lo que sería una derrota anunciada; Gaby Arango no tenía la mínima oportunidad de vencer y terminó rezagada en la quinta posición. La alianza PAN-PRD, el Movimiento de Regeneración Nacional y hasta los dos candidatos independientes en la contienda superaron a la coalición PRI-Verde.
Fue una derrota que la dirigencia priista pudo haber evitado en uno de los municipios más importantes de la zona norte del estado.
Por ello, en ese lugar de la Huasteca Baja de Veracruz circulan entre los priistas comentarios desafortunados sobre la dirigencia del partido; para la interna, dicen, necesitábamos un cirujano que realizara la operación política con bisturí; en vez de eso, nos mandaron un hojalatero…
El comentario es, por supuesto, una broma de los priistas tuxpeños; sin embargo, encierra una opinión, válida o no, sobre la actuación de la delegada y del dirigente estatal.
Hoy, el PRI veracruzano se encuentra en la disyuntiva de relevar o no a su dirigencia estatal; en torno a dicho tema, dos opiniones han prevalecido, la de los senadores Héctor Yunes Landa y José Francisco Yunes Zorrilla, quienes han manifestado claras posiciones: el primero afirma que no hubo mal resultado y que Renato Alarcón debe continuar en dicho cargo partidista, en tanto que el segundo apela a la necesidad de un cambio, que debería concretarse antes de que inicie el próximo proceso; es decir, antes de octubre. @luisromero85
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