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    Uriel Flores Aguayo

     

    Hace algún tiempo los anónimos eran excepcionales y remitían al  misterio; todavía con ese espíritu tradicional se usan en los actos de la delincuencia para la extorsión. Cuando se sabía de alguna carta anónima se desataban las especulaciones. Los anónimos eran cobardes o chistosos, se ocultaban para amenazar o para enamorar, había quien denunciaba a alguien o jugaba alguna broma. Supongo que los anónimos han existido siempre y seguirán circulando al infinito. En los tiempos que corren, del internet y las redes sociales, se ha abierto un océano de posibilidades para los anónimos, el que ya actuaba así y los que descubren un panorama inmenso y fácil. Es hasta un juego crear perfiles sin rostro y ficticios para decir lo que se quiera sin consecuencia alguna. No todos los anónimos tienen intenciones dolosas, muchos guardan discreción natural. Son nuestros tiempos, de comunicación instantánea y masiva.

    Las dificultades para hablarnos quedaron muy atrás, basta un teléfono para vernos y decir lo que queramos. Lamentablemente será lento, muy gradual, el proceso de alfabetización tecnológica en términos sociales; nuestra adaptación al buen uso de las redes también será parte de un largo y sinuoso trayecto. Por mucho tiempo, tal vez para siempre, habrá de todo en las redes sociales, como reflejo que son de la sociedad. Habrá más comunicación y conocimientos en el mundo virtual, como seguramente también amenazas  y riesgos. Se requiere buen manejo y contactos sanos para hacer frente a las partes nocivas que, queramos o no, estarán presentes en las redes.

    En estos días tuve oportunidad de conocer de cerca lo dañino y fácil que resulta el manejo perverso de los anónimos en las redes sociales. Alguien sin nombre y rostro coloca una carta difamatoria de una persona, es retomada por otras y, curiosamente, de ella hace una nota un portal informativo. Sin omitir el daño que puede resultar de esta acción hay que asumir que es parte de lo que en las  redes aparece y desaparece, lo que se esfuma en minutos y casi no deja huella. Al respecto hay que mencionar, como ejemplo, que el sitio «Deforma» es de los más visitados a nivel nacional siendo una parodia del periódico Reforma. El problema del caso que menciono es su escalamiento de las redes a un manejo informativo pretendidamente periodístico. Ahí está el peligro para cualquier ciudadano; si los anónimos pueden volverse nota de prensa, estaríamos entrando a un ciclo nocivo para la integridad y la verdad de la gente. Es un exceso que los acusados tengan que salir a aclarar calumnias.

    Así están las cosas en nuestro mundo, hay una lucha feroz y cotidiana entre lo real y lo virtual, entre la verdad y la mentira, entre el rostro con nombre y lo anónimo, entre el valor y la cobardía, entre la maldad y la bondad, entre la educación y la ignorancia, entre la condición humana y la esperanza de un mejor ser humano. Las redes permiten que se exprese lo mejor y lo peor de nosotros. Hay gente muy menor, mediocre y perversa que se aprovecha del anonimato y facilidad de las redes para dar rienda suelta a sus frustraciones y bajos instintos. Hay que aprender a vivir con eso, estar alertas y apelar al nombre propio para superar cualquier acto doloso de la escoria social que se presume mala e indecente.

    Quienes usan las redes como desahogo y para atacar normalmente no tienen nada que perder pues no cuidan prestigio alguno, carecen de él. La regla indica que no hay que hacer mucho caso a las mentiras provenientes de gente sin credibilidad. Tal vez si se vuelve sistemático, en los casos de nivel patológico, baste algún comentario firme y definitivo. Es muy dudoso el resultado cuando se trata de personas sin escrúpulos y dedicados a la extorsión como vivales que son. Entre más lejos se esté de ellos es mejor hasta por salud mental. Siempre hay que mantener la moral en alto pues intentarán golpear la dignidad al no tener capacidad ni cualidades para un critica  y un debate político.

    Ufa.1959@gmail.com

    Recadito: La banda de «Los piltrafas», «Trastupijes» y otros, se consumen en odio patológico. Hay que verlos de muy lejos para no contaminarse.

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