Ricardo Vázquez Salazar
Esfera Política
La primera gran fiesta que realizó Luis XIV, rey de Francia, la llamó “Los placeres de la isla encantada”. Duró siete días el festejo, lo hizo en los jardines de Versalles y fue un desenfrenado derroche de recursos; la celebró oficialmente en honor a su madre, Ana de Austria, y a su mujer, la reina María Teresa. Pero el rey, incontrolable a sus pasiones, la organizó también para su amante en turno, madeimoselle de La Vallière.
Si algo caracterizó al reinado de Luis XIV fueron los excesos, los despilfarros y las amantes. 72 años de dominio. El desarrollo del absolutismo administrativo fue otra de las particularidades.
El estado obtuvo un poder de intervención, de decisión y de iniciativa que sometía con progresiva eficacia a todos los súbditos a una autoridad ejercida en nombre del rey de Francia, pero que partía en realidad del Consejo y de sus ministerios y que los intendentes aplicaban en las provincias. Las instituciones provinciales y municipales perdieron gran parte de su autonomía en beneficio del centralismo monárquico.
Luis XIV se consideraba el ejecutor de la voluntad de Dios en la tierra. Profundamente empapado de estas convicciones y habiendo asumido los deberes que implicaban. Se esforzó por extender su poder a todos los confines de su reino y de dotarse de un halo de gloria que elevase su majestad hasta el cielo.
La vida del soberano estuvo repleta de yerros. El proclamarse el monarca más poderoso con una ostentación ofensiva para el resto de monarquías, y la alarma que sus ambiciones despertaban en el resto de las potencias, acabarían desbaratando los sueños de gloria del llamado Rey Sol.
Luis XIV emprendió la reforma de la administración central. Por voluntad propia concentró en torno a sí y a sus escasos colaboradores de confianza las funciones supremas de gobierno. El rey heredó del Cardenal Julio Mazarino –que ejerció el poder en los primeros años del reinado de Luis XIV- a sus principales ministros: Michel Le Tellier, Jean Baptiste Colbert, Hugues de Lionne y Nicolás Fouquet, que en su mayoría se mantuvieron en sus cargos durante muchos años.
Fieles al rey, los funcionarios crearon auténticas dinastías de burócratas que se perpetuaron en los puestos de las secretarías de estado, desde donde hacían y deshacían a su antojo, con la complacencia del rey.
Acá no fueron tantos años como los que dominó Luis XIV en Francia. En Veracruz fueron únicamente 12. Pero esos fueron suficientes para demostrar el señorío absoluto sobre cualquier otro poder, determinado igual por los excesos, el despilfarro de recursos y amantes por docena.
Muchas son las similitudes del fidelato-duartazo con el imperio del Rey Sol. Las famosas fiestecitas romanas celebradas en Tuxpan, Alvarado y Boca del Río. Los acostones en el aire, en las aeronaves oficiales. La desmedida generosidad con las Reinis y Barbies –con el dinero de los veracruzanos, claro-, hoy desatadas en abierta campaña con la ilusión de convertirse en senadoras. La lista de ilícitos es interminable.
Otra de las semejanzas es que Luis XIV compartía los privilegios y los placeres de la realeza con sus más cercanos colaboradores. Lo mismo que hicieron Fidel y Javier. Hacían participes y permitían que sus incondicionales y todo aquel que tuviera acceso a los recursos le metiera mano a los cajones para beneficio personal, hasta dejarlos completamente vacíos.
Lo que al parecer la historia no registra es que en esa época en Francia, una vez concluido el mandato se haya desatado un conflicto entre los cercanos al monarca; en Veracruz sí, con la confrontación entre Javier Duarte y sus ex colaboradores.
Al entrarle al juego de las cartitas, Mauricio Audirac Murillo, ex secretario de Finanzas y ex contralor en la administración de Duarte, preso en el penal de pacho Viejo, arremete en contra de Javier Duarte y lo culpa de que se encuentre preso como consecuencia de la deshonestidad y de los robos cometidos por el ex gobernador en contra de los veracruzanos. En una carta afirma que a nadie le ha pedido que intervenga en su favor, pero a quien menos se lo pediría sería a Duarte.
Parte de una investigación acusa al diputado federal, Alberto Silva Ramos, de haber encubierto pagos a por lo menos diez empresas fantasma durante su gestión como coordinador de Comunicación Social de Javier Duarte.
Silva asegura que él no autorizó ni ejecutó esos pagos. Responsabiliza de gestionar y ejecutar esa entrega de dinero a las compañías fachada a su antecesora en la coordinación de Comunicación, Gina Domínguez, y al ex tesorero de la Secretaría de Finanzas, hoy diputado federal, Tarek Abdalá.
Se recordará que el pleito que traen viene de meses atrás. En una columna autoría de Gina Domínguez, publicada en abril pasado, despotrica en contra de Alberto Silva, que entre muchos señalamientos afirma que por 20 años el legislador ha utilizado medios para desprestigiar enemigos y ocultar pecados. Asegura que el diputado federal intenta “salvar su pellejo”, porque enfrenta complicada circunstancia legal debido a la detención de Duarte.
La artimaña de Javier Duarte es muy clara. Está haciendo tiempo, creando distracción para que si en realidad está a dieta rigurosa, en el momento en que su estado de salud se vea afectado, vaya a dar a un hospital privado –así lo apuntamos en la entrega anterior-, como víctima de una injusticia.
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