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    Cecilia Muñoz

    Polisemia

     

     

    Dicen las malas –mayores, sabias y experimentadas– lenguas que los millennials adolecemos de todos los males posibles: somos irresponsables, poco previsores, víctimas de una niñez prolongada, apáticos e insensibles, más lo que se añada a la lista. En fin, todo lo pasado siempre fue mejor… Y como la lectura es, como dijera Wislawa Szymborska, el pasatiempo más hermoso creado por la humanidad, los millennials naturalmente no tenemos la sensibilidad para disfrutarla.

    A pesar de que la literatura sea un placer vedado al poco desarrollado gusto estético millennial, más interesado en el último smartphone lanzado al mercado, curiosamente las facultades de Letras siguen recibiendo alumnos cada año –habría que preguntarles, por otro lado, si la demanda permanece igual o no– y las grandes editoriales siguen manteniéndose gracias al boom de la literatura juvenil. En Youtube, además, pululan los booktubers, aunque ciertamente con un público menor al de los vloggers, y los blogs de reseñas parece que no han muerto.

    El problema parece radicar en el interés que el desarrollo tecnológico despierta en los jóvenes, aparentemente en perjuicio de una actividad tan sana y enriquecedora como la lectura (quienes opinan así suelen desconocer que hay libros no sólo pésimos en cuanto a calidad literaria, sino además tóxicos en tanto vehículos de los valores más rancios de la sociedad). Incluso, hace un tiempo leí una fatídica sentencia: “Los millennials tienen más memorias USB en sus habitaciones que libros”. El horror: Más aparatos que libros, más almacenadores de información digital que… almacenadores de información física.

    Si las malas lenguas no sólo se limitaran a hablar y observaran, aunque fuera por un momento, hace tiempo que habrían notado que el desarrollo tecnológico realmente nunca ha competido con el interés por la lectura, sino que incluso lo complementa. Quien tiene una tablet o un teléfono inteligente, ve ante sí abierto un mundo de posibilidades en el mercado digital de la industria editorial, generalmente con precios más accesibles en contraste con los de los libros físicos. México en ese sentido tiene una suerte que sólo comparte con Chile: posee Digitalee, su propia biblioteca pública digital, manejada por la Secretaría de Cultura y actualizada frecuentemente con libros para todos los gustos.

    Pero, ¿y si existiera la posibilidad de acceder a un catálogo de lectura todavía más amplio que el de Digitalee, más interactivo y cercano con el público?

    Bookmate es la respuesta a tal pregunta: una plataforma de origen ruso que ofrece una amplia variedad de libros, desde clásicos hasta novedades y rarezas, todo al alcance de tu mano, ya sea desde tu teléfono, tablet o computadora, pues cuenta tanto con página de internet como con app para IOS y Android. En IOS, la app posee el bonito efecto pase de página, subrayado en un decente color mostaza, traductor y opción para copiar y compartir citas.

    El registro a Bookmate es gratuito, pero el chiste es pagar por una suscripción estándar ($129), premium ($199) o audio ($299), para tener acceso a un catálogo de lectura más extenso. De otra forma, éste disminuye para abarcar clásicos, pero también algunas cuantas novedades como “Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes”, de Elena Favilli, y “Americanah”, de Chimamanda Ngozi Adichie.

    Bookmate es una empresa juvenil que demuestra que la lectura no ha muerto, sino que cada vez está más viva, pero en diferentes soportes. ¿México tiene pocos lectores porque los jóvenes no leen? Quizás en sus teléfonos y tabletas, tan demonizados por algunos, haya una solución para eso.

    Correo: polisemia@outlook.es

    Twitter: polisemia_CM

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