Harmida Rubio Gutiérrez
Mujeres que saben latín
“Cuando seas madre lo sabrás”, “ya verás cuando tengas hijos”, “se te está pasando el arroz” y otras muchas frases escuchamos las mujeres que hemos decidido no ser madres. Se nos cuestiona mucho más por esa decisión que por otras muy trascendentales como: un cambio de residencia, la renuncia a un trabajo o la elección de una carrera u oficio poco tradicional.
La novelista Rosa Montero, que ha decidido no ser madre, cuenta de una manera muy clara cómo la confesión de la no maternidad causa incomodidad en el entorno: ella relata que con frecuencia en las reuniones sociales o de trabajo surge la pregunta “y tú, ¿tienes hijos?” al responder que no, se abre un silencio incómodo, un silencio que la gente suele llenar con frases consoladoras o con justificaciones no pedidas: “pero todavía estás a tiempo, también existe la adopción, a lo mejor cuando llegue el hombre indicado”. Muchas otras veces, las personas pasan directamente al cuestionamiento “¿pero por qué no quieres? ¿no has pensado en tu futuro?” Como si algo tan íntimo tuviera que ser explicado ante unos desconocidos que hay que convencer para dejar las conciencias en paz.
En espacios académicos, laborales y políticos, en este estado laico, se sigue diciendo que la mayor bendición de una mujer es ser madre. Dejando en segundo término el importante papel de las mujeres en la ciencia, la cultura, la economía, la política y la educación. Pareciera que incluso nuestro hacer profesional y cotidiano también tiene que estar ligado a la maternidad; se dice que somos más organizadas, empáticas y comprensivas, por el hecho de ser madres. Pero muchas no lo son, y no necesariamente tienen las características que la maternidad tradicional supone.
La cuestión es que nuestra sociedad sigue impregnada de la idea de que las mujeres debemos por destino, ser madres. Una mujer que decide no ser madre todavía es vista como una mujer anómala, rara, incompleta y egoísta. La presión social por tener hijos sí que tiene un componente de género. Es verdad que a los varones también se les pregunta por los hijos, pero no se les juzga de la misma manera.
El rol social de madre-esposa nos envuelve desde que somos niñas; se nos pone enfrente desde muy temprana edad a través de los juguetes como las muñecas y la casita. El centrar nuestra existencia en ese rol, quita de nuestra atención la participación en lo político, en la búsqueda de nuestra libertad y nuestros propios deseos.
El mito del reloj biológico persiste en nuestra sociedad. Se dice que todas las mujeres llegamos a una edad en la que nuestro cuerpo “nos pide” ser madres. No es que exista un reloj biológico, pero sí que existe un reloj social, esa mirada del mundo exterior: la familia, amigos y amigas, entorno laboral, medios de comunicación, películas e imágenes de la vida cotidiana, nos recuerdan que cuando somos jóvenes es tiempo de pensar en ser madres y conseguirlo. También existen otras ideas aterradoras alrededor de las mujeres que han decidido no tener hijos, se piensa que morirán solas y que tendrán una vida triste y sin compañía. No necesariamente las cosas son así; la misma Rosa Montero es una mujer de más de sesenta años productiva, creadora de obras de literatura potentes y significativas, y una viajera empedernida, que tiene una experiencia vital que dista mucho de la tristeza y la desolación.
Ser madre es una de las opciones para la vida de cada mujer, pero no es la única. Hay muchas maneras de ir construyendo nuestra historia, de viajar, de conocer, crear, inventar, trabajar, o simplemente de vivir sin aprietos económicos. La decisión de ser o no madres es nuestra y no debe de ser cuestionada ni influenciada por el resto de la sociedad. Es nuestro derecho.
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