Erwin Bárcenas Oliveros
Un Clavo al Ataúd
Considero que no tengo tan desarrollados mis sentidos del gusto (tacto, oído, vista y olfato) como mucha gente que sabe apreciar de maneras más intensas y placenteras de las sensaciones que éstos generan. He castigado mi paladar por décadas con platillos saturados de todo lo que no se debe como refrescos, café, dulces y demás; mi olfato es junto con mi tacto los que se destacan y el de la vista, el severamente castigado por los años de mi oficio como dibujante-ilustrador.
Pero de maneras no muy positivas, cuando veo al presidente electo (por 17 millones de casi 108 millones de mexicanos, nada más contundente que los números), sucede que mis sentidos se agudizan, se incrementan y su nitidez obliga a mi cerebro a procesar información como se debe.
Es un momento en que aprecio y veo en el espectro de las situaciones que este personaje brindan a un de por sí, anodino paisaje de sociedad mexicana.
Veo un Presidente improvisado, a pesar y resaltando la excesiva preparación que por años le ha dado el PRI a éste, su príncipe tricolor; veo un Enrique Peña Nieto vacío, de buena presencia, pero con la misma sustancia de un maniquí de Robert´s; con la gracia de un Eugenio Derbez que se disfraza con mil prendas pero siempre haciendo el mismo personaje.
Escucho a un próximo mandatario que sabe leer muy bien el guión, a un político que se apoya de manera sobresaliente en las respuestas básicas que el apuntador le brinda o el telepronter le presenta. Escucho a un niño perdido entre gente grande que no sabe qué decir cuando no hay maestro o asesor que le sople las respuestas y termina contestando lo que entre las damas sería un «ternura» y entre los pensantes se criticaría como «decepcionante y tonto».
Pruebo y palpo el sabor de un gobernante hecho de sabores diferentes, de generaciones pasadas que convirtieron el festín de la revolución y a los nutrientes de la tierra que nunca fue de los que la trabajaron… en la ostentosa cena de una dictadura perfecta. En mi paladar se posa el agridulce humor negro que las declaraciones de un Peña Nieto que se sala y seca la boca al dar un discurso explicando cosas que en la preparación y cocción, no ha hecho ni estará dispuesto a hacer. Empalagado por las dulces promesas de un gobierno que es alto en calorías pero nos mantendría bajo dieta rigurosa porque los dineros que tanto nos prometen, ya se deben y con intereses en el menú.
Puedo sentir a un Peña que no sabe aún si ser el presidente o seguir el plan para solo ser el que diga pero no dicte las órdenes… nos estamos tocando las sienes por la próxima venida de un reformón laboral que hará que nuestra piel y nuestros derechos se vean mermados en pro de una «mejor» oferta laboral. Pero más siento que no estemos dispuestos a impedir que se nos toqueteen las piernas, políticamente hablando, como El Peje célebremente acuñara.
Al final, y viendo cómo reacciona mi ser ante estas sensaciones y cómo se proyecta el panorama de aquí a los próximos 6 años PeñaNietistas… solo puedo decirles, esto no me huele bien.
Pero de maneras no muy positivas, cuando veo al presidente electo (por 17 millones de casi 108 millones de mexicanos, nada más contundente que los números), sucede que mis sentidos se agudizan, se incrementan y su nitidez obliga a mi cerebro a procesar información como se debe.
Es un momento en que aprecio y veo en el espectro de las situaciones que este personaje brindan a un de por sí, anodino paisaje de sociedad mexicana.
Veo un Presidente improvisado, a pesar y resaltando la excesiva preparación que por años le ha dado el PRI a éste, su príncipe tricolor; veo un Enrique Peña Nieto vacío, de buena presencia, pero con la misma sustancia de un maniquí de Robert´s; con la gracia de un Eugenio Derbez que se disfraza con mil prendas pero siempre haciendo el mismo personaje.
Escucho a un próximo mandatario que sabe leer muy bien el guión, a un político que se apoya de manera sobresaliente en las respuestas básicas que el apuntador le brinda o el telepronter le presenta. Escucho a un niño perdido entre gente grande que no sabe qué decir cuando no hay maestro o asesor que le sople las respuestas y termina contestando lo que entre las damas sería un «ternura» y entre los pensantes se criticaría como «decepcionante y tonto».
Pruebo y palpo el sabor de un gobernante hecho de sabores diferentes, de generaciones pasadas que convirtieron el festín de la revolución y a los nutrientes de la tierra que nunca fue de los que la trabajaron… en la ostentosa cena de una dictadura perfecta. En mi paladar se posa el agridulce humor negro que las declaraciones de un Peña Nieto que se sala y seca la boca al dar un discurso explicando cosas que en la preparación y cocción, no ha hecho ni estará dispuesto a hacer. Empalagado por las dulces promesas de un gobierno que es alto en calorías pero nos mantendría bajo dieta rigurosa porque los dineros que tanto nos prometen, ya se deben y con intereses en el menú.
Puedo sentir a un Peña que no sabe aún si ser el presidente o seguir el plan para solo ser el que diga pero no dicte las órdenes… nos estamos tocando las sienes por la próxima venida de un reformón laboral que hará que nuestra piel y nuestros derechos se vean mermados en pro de una «mejor» oferta laboral. Pero más siento que no estemos dispuestos a impedir que se nos toqueteen las piernas, políticamente hablando, como El Peje célebremente acuñara.
Al final, y viendo cómo reacciona mi ser ante estas sensaciones y cómo se proyecta el panorama de aquí a los próximos 6 años PeñaNietistas… solo puedo decirles, esto no me huele bien.
Hacer Comentario
Haz login para poder hacer un comentario