Sergio González Levet
Sin tacto
Es sábado por la ya avanzada mañana en el malecón de Veracruz. Contra lo que opina la secretaria de Turismo Xóchitl-Salomé, hay pocos turistas en la zona -extranjeros, ninguno- y la gente que apenas pulula son los mismos informales de siempre, vendedores jarochos e indios que ofrecen fayuca y artesanías, y casi dan regalado porque no hay clientes pa trabajar.
Uno de ellos se había acercado al protagonista y le enderezó un perfume “original”, es decir un clon, de Carolina Herrera, ése que viene en una botella con forma de zapatilla, en solamente cien pesos, cuando la oferta inicial era de 350.
De pronto, por el lado que da a las nieves del Güero güero, güera güera, se ve una especie de barullo, un movimiento inusitado aunque discreto. El protagonista voltea desde la mesa en la que está sentado, atrás de una mañanera cerveza, y alcanza a ver que aparece caminando con paso acelerado, de político poderoso, el mismo Cuitláhuac García, Gobernador de Veracruz.
Viene solo, aunque rodeado de guaruras. Pisa fuerte dentro de la burbuja de protección que le facilitan los hombres de seguridad, preparados para todo, hasta el manejo de ciudadanos impertinentes.
El protagonista piensa que el Gobernador se ve no molesto, sino incómodo, con un rictus que a las claras le dice a su imaginación que no sabría qué hacer si alguien se le acercara a saludarlo, a hacerle una petición, a felicitarlo, a criticarlo, a reclamarle. Qué horror.
Es sabadaba y tuvo que salir a trabajar por la mañana (la noche salsera es otra cosa, un momento ganado a pulso y minuto a minuto durante toda la semana de este trabajo que no da las satisfacciones que le prometieron en su casa, cuando lo empujaron a la aventura ignota de la política). Pero es sábado aún temprano, y todavía hay que echarle el resto al saludo en público, al mensaje siempre mal dicho, a la plática con ciudadanos a los que nunca atina a decir la frase correcta, la expresión indicada, la mentira piadosa que los calme, que los convenza.
El protagonista lo ve pasar, y unos minutos después se da cuenta de que lo que sucedió se ajusta casi perfectamente a la primera parte de la canción inmortal de Leonardo Favio, y así termina el performance:
Hoy lo vi, fue casualidad.
Yo estaba en el bar,
me miró al pasar.
Yo le sonreí
y le quise hablar.
Me pidió que no,
que otra vez será.
Que otra vez será…
Que otra vez será…
Tierno amanecer,
¡sé que nunca más!
Hacer Comentario
Haz login para poder hacer un comentario