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    Sergio González Levet

    Sin tacto

    Iban caminando por las ardientes arenas del Sahara un canadiense, un norteamericano y un mexicano. El destino los había hermanado en una misma situación, porque llevaban tres días deambulando por las arenas inmensas e iguales, solamente atemperadas a lo lejos por el suave perfil de las dunas, que bordaban con su cadencia los artificios de un pecho de mujer.

    Sabían que la muerte estaba cerca, muy cerca, apenas a la vuelta de esa esquina que no existía en el horizonte sin fin de las miríadas de polvo igual e inalcanzable.

    Pero de pronto sobre el horizonte, allá no tan lejos, apenas a unos metros alcanzaron a distinguir un reflejo, una luz que proyectaba alguna esperanza en sus penosos momentos.

    Corrieron enloquecidos con los restos de fuerzas que les quedaban, se acercaron

    Y sí, ahí estaba, apenas enterrada en su base sobre el cielo esponjoso de este mar sin olas. Relucía húmeda, fría y líquida como un sueño. Era

    ¡la última Coca-Cola del desierto!

    Llegaron a ella, gritaron alborozados y constataron que el milagro era cierto. Iban ya a aprovechar cada cual un tercio de su dádiva cuando el gringo, práctico como han sido siempre los hijos de ese país, hizo una reflexión ante sus otros dos acompañantes.

    —Esperen. No hagamos esa tontería. Si dividimos entre tres los 355 mililitros que tiene esa botella apenas sí nos alcanzará para un sorbo a cada uno, y eso no solucionará la necesidad de líquido de nuestro organismo. En cambio, si uno solo de nosotros se toma la botella, tendrá una oportunidad de sobrevivir.

    El canadiense le dio la razón al otro güero y, competitivo como es su nación, propuso que hicieran una prueba, y el que ganara que se llevara el premio de la Coca y la vida.

    —Hagamos un esfuerzo personal, y que cada uno salte lo más lejos que pueda. El que alcance la mayor distancia ganará el refresco.

    Empezaron pues el singular concurso, y el de Canadá fue el primero que intentó el brinco:

    Tres metros de distancia consiguió con su esfuerzo. Vio su hazaña y comentó:

    —Y eso que tengo cinco días sin comer y tres sin beber una sola gota de agua.

    El norteamericano recordó sus años de entrenamiento y técnica atlética en la escuela, inició una fuerte embestida -las fuerzas salidas nadie sabe de dónde-, se impulsó y… ¡llegó a los 3 metros y medio!

    —Y eso que además de no haberme alimentado ni hidratado, he tenido que soportar una fuerte gripa.

    El mexicano, un tipo chaparrón y debidamente entrado en panza, tomó un tiempo para calentar sus exiguos músculos, se animó, empezó una ligera carrerita, llegó al límite, voló e hizo un salto impecable de ¡70 centímetros!

    Miró la cortedad de su esfuerzo, y sin embargo, con todo el orgullo de nuestra raza de bronce exclamó:

    —¡Y eso que me acabo de tomar una botella de Coca bien fría!

    El chiste podría usarse para ejemplificar lo que podríamos hacer en el T-MEC, dadas las diferencias de nuestras condiciones económicas.

    Feliz año.

    sglevet@gmail.com

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