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    Jorge Arturo Rodríguez

    Tierra de Babel

    “Los hombres querrían ser siempre el primer amor de una mujer.
    Tal es su necia vanidad. Las mujeres tienen un instinto más sutil
    para las cosas: les gusta ser el último amor de un hombre.”
    (Oscar Wilde).

    Otra vez el Día del supuesto Amor y la Amistad, para algunos; para otros es un día cualquiera; para muchos más, día terrible sufriendo ya sea por una u otra situación, pero sobre todo por la impotencia frente a tanta barbaridad e indiferencia. Lo he dicho otras veces: que todos los días sean días de celebración, de recordar, de actuar y mostrar amor y amistad al “próximo”. No es que sea un aguafiestas; simplemente que la sencillez y la humildad no se manifiestan a diario, sino todo lo contrario –hasta en rima me salió-, sobre todo ahora que tenemos más presente el miedo y la muerte; el temor y el terror –no es lo mismo, pero ¿es igual?
    Se anuncia la temporada de “¡Ay Amor, ya me volviste a dar!”, organizada por el IVEC, a través del Jardín de la Esculturas, desde este martes 11 y hasta el 15 de febrero. Ta güeno. Habrá que compartir el amor y la amistad. Sin embargo, parafraseo: “¡Ay Muerte, sigues sin parar!”, porque se incrementa la inseguridad, pero no pasa nada.
    Por ahí leí que del 31 de enero al 6 de febrero de este año, se registraron 559 asesinatos en 31 de las 32 entidades federativas del país lo que equivale a 79.185 cada 24 horas (¡80 asesinatos!). Aguascalientes fue la única entidad donde no se presentaron crímenes. Y si acudimos a los datos de asesinatos a mujeres, por Dios, qué mundo es este. Ya pa’ no referirnos a los datos de Amlo.
    En fin, otro día de celebración al amor y la amistad… Lo que viene a ser mercadotecnia, consumismo, cursilería e hipocresía… en el orden que gusten. Desde luego, hay excepciones.
    En diciembre pasado, en un restaurante de Mérida, leí en la Carta-Menú la siguiente bomba yucateca:

    “Yo quisiera ser mosquito para entrar en
    tu pabellón y decirte despacito:
    amorcito corazón”.

    Claro, aguas con el dengue y otros males, amores míos. Feliz día y todos los días. Maten a la bestia que llevan dentro, y resuciten al Amor y la Amistad pero de veras.

    Los días y los temas

    A propósito de bestias que somos –mujer, hombre o lo que sea-, les comento que la semana pasada suspendí la lectura de uno de mis tantos libros (compro por kilo, me hizo notar un amigo hace tiempo), para leer La bestia faldera, de mi estimado amigo Édgar Ávila Pérez, destacado periodista, y que ahora se atrevió, se aventó, se aventuró en la narrativa literaria. Dejó a un ladito su pluma de “plumaje” periodístico con la cual ha escrito –y lo sigue haciendo con acertada prosa, objetividad, precisión e imaginación- varias colaboraciones informativas nacionales, estatales y, desde luego, en el extranjero para medios de comunicación y agencias de noticias.
    Escribió hace unos años, Pequeñas quimeras. Crónicas y entrevistas periodísticas. Ambos libros publicados por AguArena Editorial. Creo que tiene por ahí otro titulado Veracruz contemporáneo (IVEC, 2018).
    Al grano. La bestia faldera no tiene nada que ver con la bella y la bestia, ni mucho menos. Es un relato largo integrado por capítulos que en sí mismos son como breves narraciones que se van hilvanando para conocer, y disfrutar, la vida no sólo del personaje principal, Agustín, sino de cada una de las mujeres que van apareciendo, desde la mama-abuela, hasta Rosita, pasando por… Bueno, hay que leerlo. Vidas trágicas, tortuosas, donde el deseo, el placer y el erotismo se manifiestan. Pero también la añoranza, la vida de una época ya pasada con la que muchos nos identificaremos, y si no, seguro que conoceremos puesto que la óptica y la prosa de Édgar Ávila nos lleva.
    Relato ágil; aunque no logra la estructura novelística requerida, merece ser leído y disfrutarlo. ¿Bestia faldera? ¿O sería también sanador faldero? El lector debe contestarse.
    A seguir escribiendo, Édgar. Enhorabuena.

    De cinismo y anexas

    Ahora que hablamos de amor y de amistad, ¿de qué hablamos cuando hablamos de amor, Raymond Carver?
    Ahí se ven.

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