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    Elena Córdova Molina

    Luna Nueva

    El mundo entero entró en suspenso, se paralizó. Ha hecho un paréntesis. Emite una señal de alerta. Un cubrebocas ahoga el grito de miedo al igual que oculta la sonrisa solidaria. Los aviones de largos vuelos se han posado en el suelo, como aves caídas con un ala rota;  los automóviles no tragan más gasolina, como consecuencia benéfica no echan más contaminante, no ensucian nuestros pulmones por el momento. Las fábricas pararon por desgracia y para desgracia de los trabajadores, es una realidad.  Increíblemente, hoy los animales están acercándose a los pueblos, caminando por sus calles, cómo que saben que su principal enemigo tiene miedo, el mismo miedo que le tienen los animales a su depredador que los mata sin tener hambre solo por placer. Hoy se ven delfines tan cerca de la orilla de las playas y puertos, que casi se pueden tocar con la mano tan solo con estirarla. Vemos especies que se creían extintas de nuevo rondando el hábitat humano. Esto debería ponernos a pensar, definitivamente. Qué estamos haciendo bien y qué estamos haciendo mal.

    Pero hay algo que no se detuvo, no dejó de moverse, no tuvo tiempo de pensar que estaría bien parar, descansar o seguir.

    ¡El campo no se detuvo! Las siembras no esperan, ni las puedes hacer esperar. Su reloj es exacto. En México y Veracruz, el ciclo primavera-verano que inicio desde el 1 de marzo hasta el 30 de septiembre, es el espacio de tiempo que sirve de antesala de las cosechas que se recogen en el mes de junio y terminan en el mes de marzo del siguiente año.   Para que entendamos mejor, en nuestro país, una tercera parte de la superficie agrícola se destina a cultivos cíclicos primavera-verano.

    Los ganaderos siguen buscando, comprando y batallando por el vital líquido, por el agua.  Buscan alimentar a sus novillos y siguen madrugando para ordeñar. Los agricultores afilan sus machetes con la lima, tienen que ir a limpiar la milpa, el frijolar, el tomate, la planta de chile, el café y que la hierba mala no les quite nutrientes a las plantas benditas. Las esposas de los campesinos o las jefas de familia van a alimentar sus cerdos, a ver sus gallinas y los pollos para que sigan engordando y hagan un buen caldo o pesen más para la venta. Los pescadores de la costa cargan su atarraya de 3 metros para aventarla al mar y llevar el sustento de los peces que multiplico Dios como ejemplo, a su mesa.

    Así, cuando el mundo busca alimentarse se acuerdan de que existen personas invisibles que trabajan sin parar para que ellos puedan tener comida en su mesa.

    Hay una fotografía en Facebook que emociona hasta el alma. Una larga fila de autos y camionetas con cartelones, llenos de palabras de agradecimiento para muchos trabajadores del campo, que están levantando la cosecha en tierras de los Estados Unidos. En algunos letreros, alzados por encima de sus cabezas, se pueden leer “gracias”, “en el campo también hay héroes”, “gracias por su trabajo”, entre otros. Y los comentarios en Facebook de muchos internautas (navegantes de internet) “gracias a Dios por lo que hacen”, “Son las mejores personas pobres, pero bien trabajadoras en el campo, Dios los bendiga”, “por ellos tenemos algo en nuestras mesas. Bendecidos, Dios los proteja”, “gracias, ustedes son gente muytrabajadora”, entre otras cosas.

    Así es, el campo no se detiene, no para.

    Mientras muchos padecen insomnio otros sueñan, sueñan con una buena cosecha que sirva de alimento para todos. En el campo no hay envidias sino buenos deseos. Esos son los frutos que se producen. A mí no me lo han contado, yo lo he visto.

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