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    Vane Villanueva
    Reinventándome el alma
    La tarde del domingo me hacía recordar esas tardes de primavera de mi tierra sureña… sin duda alguna, calurosa «bochornosa» le decimos por allá. Pareciera que Dios está empeñado en este tiempo de mostrarnos sus más bellas creaciones pintadas en el cielo. Los rayos que traspasan las nubes se visten de un color cobrizo, suavemente degradado, que indica que el sol está yéndose a sus aposentos…
    En casa, escucho música de Tangos. Puse el disco de «La noche es Tango», interpretado por la gran cantante veracruzana Tere Aranda… tuve la fortuna de escucharlo en vivo el día de su presentación… una voz maravillosa, sin duda alguna.
    De los tangos de este disco, hay muchas canciones que me encantan y una, sin duda, mi favorita, es una balada creada por una mujer argentina sin precedentes: Eladia Blázquez Mingorance. «Honrar la vida» en la voz de Eladia es un perfume hecho canción. Ella, una mujer que rompió con todos los paradigmas de su época: Músico, cantante, poeta en abundancia… en 1981, en su disco, Eladia compuso esta hermosa canción para hablar del honor…
    Cuando era niña, en casa teníamos muchos animalitos como mascotas. La casa era amplia, con mucho patio y terreno. En él sembrábamos melón, sandia, maíz, plátanos. Había un árbol de tamarindo y otro de aguacate y cuando cosechábamos aguacate, ocupábamos las bolas (semillas) como pelotas de golf, jugábamos con el palo del recogedor o del trapeador (el que se le ponía la jerga), hacíamos huecos en la tierra y cada uno tenía un nivel de puntuación; el que más lograra ensartar la bola del aguacate, era el que ganaba… ahí se nos iba la tarde jugando al golf…

    Tuvimos muchas mascotas… perros, un gato, pececitos, caballitos de mar, pajaritos, cotorro ¡hasta un venado! Bambi… era la locura en casa. ¡5 chamaquitos peleando todos los días por darle mamila a Bambi! Hasta que mis papás se lo llevaron a su nuevo hogar…
    Recuerdo que cuando moría un pez lo metíamos a una caja de cerillos (de la Central) y todos íbamos en procesión y en la lloradera total a «enterrar» al pececito… ahí en el patio teníamos el espacio suficiente y mis papás nos ayudaban a hacer «el hueco» para darle «descanso» en su nuevo hogar. Ellos siempre nos decian que había un cielo especial para todos los animalitos y así lo creí toda mi vida…
    Cada muerte de una mascotita fue el mismo drama… 5 niños llorando y sufriendo por su animalito y acompañándolo a su descanso a su nuevo hogar –que era nuestro patio–; ahí, algunas veces, en lo que se nos pasaba «el duelo», los íbamos a ver y a decirles cuánto los extrañábamos y rezábamos ante ellos…
    Recuerdo que mi hermano les ponía su cruz echa con palillos sobre la cajita de cerillos y a los más grandes, con palitos que encontrábamos en el patio… era darle sin duda un descanso y así «honrar la vida» de ese animalito o pececito…
    Qué maravillosos años de mi infancia y cuán importante es ahora en mi vida esos momentos…
    Ayer tuve en mis brazos a un gorrioncito… estaba en el patio, perdido, dos zanates o tordos –como aquí les llaman– lo picaban y me llamó la atención escuchar la bulla que hacían con sus sonidos al picarlo y vi cuando que algo se movía… iba yo a dejar un postre y al ver al gorrioncito, dejé el postre y me apresuré a rescatarlo… lo tomé en mis manos, ¡tan pequeño y tan asustado! Al quererlo agarrar abría sus alas como diciéndome «¡No me hagas daño!» Lo tomé en mis manos y llevándolo a mi pecho le dije «¡Quieto! todo está bien, tranquilo, no me tengas miedo». Era un bebé… quizás se cayó del nido y aún no sabía volar y los pájaros al verlo, lo estaban picando…
    «¡Tengo un bebé!», le dije a mi vecina y se lo mostré.

    –Está chiquito…

    –Sí… dos zanates lo estaban picoteando y corrí a rescatarlo… pobre está muy asustado…
    Necesito una caja para meterlo ¿Usted tiene una?

    –Deja ver… ¡mira! tengo ésta…
    Me apresuré a traerlo a la casa y corté la caja por la parte de arriba y para que pudiera ocuparla como su casita temporal… estaba muy asustado… lo puse en ella… le puse agua y alpiste. Él se quedó ahí quietecito… casi no se movía… sus ojitos no los abría del todo.
    Me fui a dejar el postre y le dije a mi amiga: «¡Tengo un bebé en casa, es un gorrioncito!
    Me tengo que ir porque necesito saber qué le doy de comer…»
    Llegué a casa. Tardé sólo unos minutos. Entré y lo vi, paradito y pegadito a la caja. Tomé la caja y la coloqué en mi mesa. Lo acaricié y hablándole pausadamente, le decía que todo estaba bien. Me puse a buscar en las redes páginas en donde hablaran sobre pajaritos y qué darles de alimento… vi una receta y algunos videos. Me dispuse a preparar algo que vi y qué tan a la mano tenía yo en casa. Venía a verlo. Él no tenía «buena pinta»… «¿Qué haré contigo? –le decía– te veo mal…»
    Preparé el alimento que vi en internet y empecé a darle bocaditos pequeñitos. No lo comía. En cuánto él hacía el intento por dar un bocado, le ayudaba con mis dedos… él sin fuerzas… eso no me gustaba… intenté varias veces… le di agua con la punta de mi dedo y la tomó ligeramente… estaba sediento y agonizando… lo tomé en mis manos y con lágrimas en mis ojos vi cómo poco a poco perdía fuerzas… le hablaba con ternura diciéndole que volara, que sin duda sería libre y fuerte… él agonizaba… sentí en mis manos cómo poco a poco dejaba de latir su corazón, sus alas dejaban de revolotear y se pegaban a su pecho… y yo lo pegaba al mío… murió en mis manos y ante mis ojos llenos de lágrimas, vi cuando abrió los suyos por ultima vez y los fue cerrando poco a poco… las lágrimas me brotaban sin cesar… «¡Ve con Dios! ¡vuela! ¡eres libre!», le dije sin dejar de llorar…
    Después de unos minutos, salí a buscar a mi vecino y le pedí me ayudara a hacer un huequito para enterrar al gorrioncito. Me miró con ternura y me dijo: «¿Otro pajarito?»
    –Sí, éste me lo encontré aquí, dos zanates lo estaban picoteando, y me lo llevé a la casa… acaba de morir en mis manos, ¡por favor, hay que enterrarlo…!
    Agarró su pala y ahí en el patio hizo un hueco, junto al otro pajarito que hace un mes habíamos enterrado… ése estaba tirado afuera, en la calle, al pie de una poste en donde hay una lámpara y llegaron del Ayuntamiento a cambiar el foco. Al abrirla, el señor se encontró con un gran nido y ahí estaba el pajarito muerto. Lo tiró al igual que el nido para poder instalar el nuevo foco. Cuando salí, al verlo muerto y tirado en la calle, lo traje para enterrarlo.
    Así que ya estaba el hueco para darle «un digno entierro». Lo deposité. Mi vecino me miró con la ternura que le caracteriza y empezó a echarle la tierra encima. Regresé a casa. Puse música… el disco de tango y mi canción favorita: Honrar la vida… empieza con una profunda reflexión a la vida: ¡No!, permanecer y transcurrir /
    No es perdurar / no es existir ni honrar la vida…
    Recordé los momentos de mi infancia. Qué importante fue que mis padres nos enseñaran a honrar la vida y la muerte de nuestras mascotas; vivir el drama de la lloradera; despedirlos, agradecerles y enterrarlos… vivir el duelo.
    Hoy, tantos seres humanos no podrán vivir su duelo… no podrán darle una cristiana sepultura a sus seres amados ante lo que vivimos… cuán importante es despedir a nuestro ser querido, abrazarlo… decirle todo aquello que nos dejan… perdonar y dejarlos ir en paz para quedar también en paz… eso es vivir un duelo.

    Los tanatólogos saben cuán necesario es ese proceso en cada uno de los seres humanos… hasta eso nos está cambiando la «nueva normalidad»… qué tiempos tan profundos y llenos de reflexión estamos pasando. Todo ha cambiado. El tiempo es hoy… vivir… agradecer y disfrutar el día a día… ¡Vivir honrando la vida!
    Hoy comprendo que los mejores tanatólogos de mi infancia fueron mis padres; ellos nos dejaban vivir todo el proceso y de manera natural nos hacían ver la importancia de «honrar la vida de un ser», fuese un animalito o una persona.
    Tuve en mis manos un bebé gorrión que se «salió» del nido… quizás ya sus padres lo buscan desesperados pero creo que Dios lo puso en mi camino para darle un poco de paz y sosiego… él murió acompañado y fue dignamente enterrado…
    «Hija: Los animalitos tienen un cielo especial; ellos desde ahí te cuidan… ¿ves esa nube? ¡mira! ¡tiene la forma de tu perrito! ¡sí! ¡ahí está tu perrito viéndote!, ¡mándale un beso!», y yo, yo le gritaba: «¡Te extraño! Te mando muchos, muchos besos…»
    Hay tantas maneras de No ser, tanta conciencias sin saber, adormecidas… merecer la vida no es callar y consentir tantas injusticias repetidas… Es una virtud, es dignidad honrar la vida.
    ¡Lindo inicio de semana!

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