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    Quintín Dovarganes

    Espacio Público

     

    El último aliento

    «Las ideas son a prueba de balas»

    -V de Venganza

     

    Bienvenida y bienvenido a espacio público, un canal democrático para entender juntos, de manera breve, los asuntos de agenda pública.

    ¿Cómo le gustaría morir? Leyó bien, le pregunté por su muerte, porque cuando un ser humano nace no tiene seguridad respecto de su educación, pareja, profesión o comida favorita, pero aquello que todas y todos compartimos sin importar nuestro origen, es la seguridad de morir algún día.

     

    Un alfa y un omega, un principio y un fin, génesis y apocalipsis, amanecer y ocaso, primavera e invierno, el ciclo natural de la vida. Todas las personas en la historia, zapateros y conquistadores, maestros y aprendices, reyes y plebeyos, retornaron -cual fruto de árbol frondoso- a la tierra de donde salieron. Entonces, ¿cómo le gustaría morir?

     

    Puede parecerle una pregunta de lo más extraña, lo entiendo, tenemos tanta vida dentro y alrededor de nosotros, que cuando una persona fallece, aún si es la más cercana, nos parece un fenómeno tan ajeno como un rayo que cae en despoblado, como un volcán que hace erupción al otro lado del mundo, un huracán que nunca ha de llegar a nuestras costas si a nuestra mente preguntasen.

     

    Más, tan cierto como que el sol aparecerá -aún por encima de las nubes más cerradas- mañana por el oriente, es que un día será el crepúsculo para nosotr@s sin importar cuánto queramos aferrarnos a esta realidad.

     

    Hay una película extraordinaria, «¿Conoces a Joe Black?» (Meet Joe Black, título original) donde Bill Parrish (Anthony Hopkins), acaudalado empresario, se pregunta cada mañana si ése es el día en que ha de morir, y, sin afán de causar un spoiler a una cinta que le recomiendo ampliamente, un día la respuesta es «sí».

     

    Cuando cerremos los ojos por última vez, cada quien (y lo digo con absoluto respeto de las creencias religiosas de todas las personas), espera un escenario diferente. Yo soy católico, y personalmente, creo que hay un paraíso al que aspirar durante nuestra vida terrena, y el cual disfrutar en la vida eterna, con un Dios amoroso que espera lo mejor de nosotr@s.

     

    Sin embargo, cuando he preguntado lo que hoy le pregunto a Usted, en la diversidad, las respuestas han sido increíblemente variadas: desde «me gustaría morir durmiendo» o «en un accidente» hasta «de vejez» o «en un avionazo», ja, aunque Usted no lo crea, hay alguien que me ha respondido que le gustaría que ocurriera así.

     

    Pero con independencia del credo religioso, o incluso su ausencia, la pregunta que le hago no se refiere a la forma de morir, sino al estado previo a la muerte.

     

    «En paz», he respondido yo a las muchas veces en que me lo he preguntado. Y, aunque no acostumbro tocar el tema con frecuencia, cuando lo he hecho he arribado a la conclusión de que esa es la idea generalizada para muchas personas: en paz.

     

    Suponiendo que es el caso también de Usted, quisiera preguntarle lo más lógico del mundo: ¿Vive para morir en paz? Es decir, ¿sus actos, sus palabras, sus convicciones y pensamientos van encaminados a dejarle paz disponible para la última hora?

     

    Considere esta entrega, y casi todas las anteriores, como un helicóptero de primeros auxilios para el sentido de su vida, y de la de quienes ama, un texto que no tiene pretensión extra alguna que la de obsequiarle un momento de reflexión y, de ser posible, un vistazo de la paz que todos los seres humanos nos merecemos.

     

    Una vida de trascendencia, un legado que supere lo patrimonial, una herencia que perdure para siempre en los corazones de quienes amamos y aún de aquellos que nos repudien, un último aliento para expirar diciendo las palabras gloriosas de Paul Anka: «A mi manera».

     

    Que su manera, querid@ lector@, sea la que le dé paz, porque como dijo un gran personaje en Gladiador, «lo que hacemos en vida, resuena en la eternidad».

     

    Hasta la próxima, nos dejaremos de leer un tiempo. Gracias por su compartir juntos la esperanza de un mensaje que transforme, por su sabiduría y esperanza querida lectora, querido lector. Mucha salud hasta entonces. Ha sido y será siempre, un placer.

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