Alejandro Ortega V.
La Trinchera
La pandemia tiene un crecimiento sostenido de alta escala. Desde el primer caso de coronavirus confirmado en México, han transcurrido 164 días con 52 mil 298 muertos; 319 fallecidos en promedio, siendo en que en los últimos 70 días de iniciada la llamada «nueva normalidad», la cantidad de víctimas fatales y contagios se quintuplicaron, es decir 5 veces más casos que al principio de la crisis.
La evolución de las cifras oficiales indica que en los próximos 10 días se alcanzarán los 60 mil fallecimientos, que representan el escenario más extremo o muy catastrófico que podía ocurrir en el país, según los cálculos prospectivos que se dieron a conocer en junio por el equipo gubernamental responsable de la contención de la pandemia a nivel nacional.
La planeación prospectiva es un método de investigación científica por el que se analiza un objetivo o un problema y se proyecta hacia el futuro el posible desenlace del mismo. Para dimensionar su impacto y establecer los resultados de la contención, se definen los escenarios deseables, posibles y catastróficos; estos últimos ocurren si las estrategias fallan, sino hubo recursos para la contención, si se desviaron los recursos asignados o si de plano nunca se supo lo que se debía hacer ante la crisis.
Si el subsecretario Hugo López- Gatell, consideró que se alcanzaría una cifra de 60 mil muertos en México como el escenario más extremo o el más catastrófico que podría ocurrir y no se logró su contención, entonces existe un grave problema que aún no tiene final.
La evaluación primaria de lo que ya se calcula en ámbitos científicos nacionales como un fracaso, considera un mal resultado en la etapa de confinamiento y del distanciamiento social a medias; la errada apuesta a que ocurriera la inmunidad colectiva (o de rebaño) con contagios masivos entre la población; el mal cálculo de las oleadas del Coronavirus que nos han hecho esperar el aplanamiento de la curva de contagios que se volvió mito y el criterio de exclusión «ideológica» que ha prevalecido en el manejo de la crisis de salud marginando las voces de los expertos integrantes del Consejo de Salud General.
Los cálculos errados se remontan al mes de abril, cuando las autoridades mexicanas consideraban que el pico de la pandemia habría de presentarse en la primera quincena de mayo y que a partir de entonces empezarían a bajar los nuevos contagios. Sobre esa base se diseñó un programa de reapertura económica que comenzó en junio.
Las cosas fueron diferentes a lo previsto. No hubo tal pico y los contagios siguieron creciendo. No obstante, no se modificó el calendario de apertura y con ello se aceleró el número de casos y de fallecidos.
Otro hecho de alto impacto en México es la alta tasa de letalidad entre los enfermos de COVID19. Brasil, por ejemplo, supera los 75 mil fallecimientos y tiene 2 millones de contagios; México contabiliza 52 mil fallecidos con 500 mil casos de contagio. En nuestro país implica más muertos con menos contagios y esto se explica por las comorbilidades de los pacientes (diabetes, Hipertensión, obesidad o renal-crónica) o porque los casos de contagio no se detectan y atienden oportunamente y al agravarse fallecen a unas horas de ser internados.
Las víctimas de la pandemia no requieren homenajes cuando en vida se contagiaron involuntariamente y no tuvieron la atención adecuada; quizás por las escenas cotidianas de violencia delictiva dejamos de ser sensibles ante las 50 mil muertes equiparables a un genocidio.
El nivel de crisis por la pandemia implica la urgente necesidad de una evaluación objetiva de las estrategias de contención del gobierno, manejo de recursos y decisiones compartidas con los estados para lograr resultados positivos. Las demandas de transparencia y rectificación de las acciones de contención son vitalmente necesarias y urgentes, aunque los intereses del poder hoy miren hacia otro lado.
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