Alejandro Ortega V.
La Trinchera
La pandemia puso a prueba diversas actividades vinculadas al desarrollo humano y formativo, en el que los avances tecnológicos han sido insuficientes. Sucede en el tema educativo, donde hay un reto para recuperar la formación de 30 millones de estudiantes, so pena de que tengamos un segundo año perdido.
El lunes 24 de agosto inicia el ciclo escolar 2020-2021 por televisión. El regreso presencial no está a la vista pues sucederá cuando el semáforo preventivo esté en verde y ocurrirá cuando haya una vacuna o tratamiento médico que anule los riesgos mortales del Covid19, quizás pasado el primer trimestre de 2021.
En México hay aún un alto nivel de contagios y decesos. No es opción abrir las escuelas, por lo que, sin más opciones a la vista, el gobierno le apuesta a la educación por televisión que, por los antecedentes, no parece una verdadera alternativa.
El ciclo escolar pasado pasado se improvisaron formas de educación a distancia, gran parte a propuesta de profesores para mantener el contacto con sus alumnos. El año concluyó sin tareas completas ni exámenes de evaluación. Se aprobó a todos los estudiantes, pero se generó un enorme hueco de aprendizaje para los niños, niñas, adolescentes y jóvenes que “pasaron de año”, pero que aprendieron muy poco.
Lo más grave es que esta fractura educativa incrementó la deserción escolar; 2.5 millones de alumnos de nivel básico y medio literalmente abandonaron sus aulas. Para el nuevo año que inicia la preocupación es mayor, como se proyecta a nivel preparatoria y bachillerato donde la SEP estima que jóvenes de entre 15 y 17 años no continuarán estudiando por desinterés, incapacidad para seguir los cursos a distancia o por la necesidad de trabajar para aportar a la economía familiar.
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en su estudio “Desarrollo Humano y COVID en México” estima que la deserción a nivel medio superior en el país, será del 15.55%, la sexta parte de la matrícula de alumnos registrados. La situación es parecida entre los estudiantes de educación superior y posgrado, donde se calcula la deserción de 600 mil alumnos de una matrícula que en 2019 registró una matrícula de tres millones 814 mil estudiantes. Son cifras que representan un hueco formativo que está aumentando.
No es sorpresa reconocer las irregularidades estructurales y tecnológicas del país con una conectividad de internet a medias, cara e irregular; la carencia de computadoras en casa, el alto costo del prepago en celulares y la situación económica de las familias. Lo que viene como la “nueva” opción televisiva no garantiza la solución de la educación perdida ante el COVID19. Concediendo el derecho de duda, se debe aceptar que “algo se tenía que hacer” para darle respiración artificial al sistema educativo nacional, pero el remedio televisivo -insisto- no es una opción suficiente.
La ONU considera que la parálisis educativa por la pandemia, amenaza con congelar el aprendizaje y el desarrollo de habilidades y competencias de una generación completa y que en países como México habría un retroceso de al menos 5 años en materia de educativa.
Ante el arranque de un segundo año educativo a medias, la incertidumbre obliga a las preguntas básicas: ¿qué harán los profesores para lograr clases satisfactorias por TV? ¿Cómo se sabrá que los estudiantes estarán sentados frente al televisor y que sus padres los acompañarán? ¿Cómo se evaluará a los alumnos? ¿Por qué vías que no sean onerosas para las familias? ¿Cómo atender a los niños cuyos papás deben trabajar todo el día? ¿Cómo calificarán las tareas, trabajos y evaluaciones, con la certeza de que las hicieron los alumnos? ¿Qué hacer para evitar la deserción? ¿Y la calidad educativa?
Por ahora, el nuevo año escolar que se aproxima y verdaderamente la moneda está en el aire.
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