Uriel Flores Aguayo
Varias compañeras y compañeros con historia en la izquierda y diversas inserciones en espacios y organismos que se reclaman de esa orientación, realizan un esfuerzo reflexivo sobre lo que es o debiera ser la izquierda en el México actual y del futuro. Es una tarea compleja la apertura de áreas donde se analice sustancialmente el quehacer de la izquierda vista la distancia de los partidos de la aposición y del partido en el poder con la elaboración intelectual y programática. El ambiente está dominado por el pragmatismo y conductas iletradas en general y por el discurso del Presidente López Obrador. Creo que la contribución útil que podemos hacer quienes venimos militando históricamente en la izquierda es la elaboración y posicionamiento sobre las definiciones más importantes de esa corriente de pensamiento y opción política y social. Es más indispensable poner en circulación ideas y defenderlas en los tiempos en que un partido y un líder popular ascendieron al poder; las tentaciones y deformaciones están a la orden del día. Sin instancias de control y acceso ciudadano efectivo a los asuntos públicos será muy difícil que se realicen correctamente los propósitos de cambio.
Hablar de izquierda es remontarse a la Francia de 1789, a la revolución francesa y su Asamblea Nacional Constituyente. Su sello original es el cambio político y social con acento en la igualdad. Mucho de lo que proclamaba la izquierda desde el socialismo utópico pasando por el científico y el realmente existente lo tuvo el régimen surgido de la revolución mexicana, incluyendo los rasgos políticos del sistema Soviético y, ya en versión latina, del Cubano. En México hubo una reforma agraria, una constitución social, educación pública y gratuita, salud pública, estatizaciones petrolera y eléctrica. La diferencia con los países llamados socialistas era la economía mixta de mercado y un relativo pluralismo político. De haber querido los gobiernos «revolucionarios”, incluyendo al PRI, bien se pudieron haber proclamado socialistas sin ningún problema. La marcha de la izquierda mexicana viene del partido comunista, satélite de la URSS hasta la invasión de Checoslovaquia, hasta su conversión al socialismo democrático, pasa por los movimientos sociales emblemáticos como el estudiantil y los sindicales, hasta llegar a la ruptura del PRI que derivó en el PRD. Desde los sesentas al menos en México ha habido una izquierda política y otra social con influencia en la vida pública. Mucho se le debe a ambas, incluyendo a los grupos guerrilleros y al EZLN, que hayamos transitado a la democracia, a esta fase que hizo posible la alternancia en el poder para la derecha y ahora la izquierda o lo que sea.
Para no reducir el concepto de izquierda a los programas sociales, necesarios y correctos por supuesto, es necesario hacer un repaso de algunas características de siempre y hoy que definen a la izquierda en general. Sin luz teórica y sin posturas claras, sustentadas en ideas, lo que surge es el eclectisismo de gelatina o una mezcolanza que sirve para indicar todo o nada. Izquierda es Estado de Bienestar amparando derechos, colocando en el centro a los más desfavorecidos; es democracia, en tanto reivindica la voluntad popular en elecciones libres; es humanismo, tutelando la dignidad de las personas; es feminismo en contraposición al Estado patriarcal y poniendo por encima la igualdad de derechos de las mujeres; es ecologista, cuidando el medio ambiente y promoviendo energías limpias; es practicante del Estado laico; su postura internacional es pacifista y de respeto a los migrantes: en las minorías tiene una agenda de libertades, de ahí que los colectivos LGTB y defensoras de la libre elección sobre la maternidad se sientan parte de un movimiento progresista; su nexo con la defensa de los derechos humanos es indisoluble, pudiendo concretarse en el apoyo a las víctimas de la violencia doméstica y criminal; la izquierda supone una fuerte apoyo a la ciencia y la cultura, siempre hubo esa identificación, no por casualidad grandes artistas se adherían a grupos de izquierda; izquierda también es acompañar las expresiones que buscan la legalización de las drogas blandas; etc…”
Se puede ampliar el listado de los rasgos que definen a las izquierdas, hay mucho en lo que se debe elaborar. Para efecto de esta publicación, breve, es suficiente. Hay que aceptar que existen partidos de oposición que pueden ser considerados de izquierda cuyas posturas están al extremo del actual Gobierno; sus planteamientos debieran ser valorados por las fuerzas dominantes. Debe reconocerse el valor de los movimientos sociales que enarbolan demandas de izquierda y que no desean hacer política partidista; no son adversarios del Gobierno, los debe respetar. Vista la historia de la izquierda mexicana y en comparativo con el Gobierno actual se puede decir que tiene algunos rasgos de izquierda, en su versión socialdemócrata, pero con cada vez más marcados desencuentros con personalidades y movimientos de izquierda. En su afán de concentración de poder y sostenimiento de la popularidad presidencial ha descuidado el diálogo y la interlocución con mucha gente de buena fe que sostiene ideales y realiza labores socialmente útiles. Solo se puede hablar del Gobierno y de AMLO, en tanto realidad del ejercicio del poder y presencia hegemónica, porque su partido Morena es una caricatura que más bien les resulta un lastre; sus propios dirigentes lo han definido como un cascarón.
Después de varios intentos, entre ellos el del gran Cuauhtémoc Cárdenas en el año 1988 y el de AMLO en el 2006, por fin una fuerza política con orientación de izquierda muy en lo general llega al poder. La expectativa es gigantesca. Tiene la oportunidad histórica de hacer algo nuevo, mejor y diferente a lo conocido. Pondrá a prueba su visión y programa. Demostrará su calidad política y personal. Ya veremos si se producen los cambios hablados. En mi caso, deseo vehementemente que no se confunda el cambio con la edificación de un caudillo, la reaparición del partido hegemónico, la renuncia a la crítica y mucho menos la generación de fanáticos, indignos y cínicos. Hay mucha lucha y sacrificio en nuestra historia lejana y reciente para que se desperdicie en visiones personalistas y menores.
Recadito: de acá ni hablo, no hay nada que celebrar.
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