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    Uriel Flores Aguayo

     

    Terminó el año 2020, el de la pesadilla y la tragedia, el que nunca imaginamos ni siquiera en las mentes creativas del cine y la literatura. Hemos vivido un año terrorífico, de inéditos retos e incertidumbre. Lo que empezó como una información lejana proveniente de China y con los confusos mensajes de las autoridades políticas y de salud, de golpe nos colocó en un apresurado y misterioso confinamiento que trajo extrañas sensaciones y apremios económicos. Después pasamos a una relativa normalidad, distinta, con las reiteradas vacilaciones oficiales y un ascenso frenético de contagios y fallecimientos. Ante una realidad concreta y palpable, cada vez más cercana a todos, se ha impuesto la mayoritaria responsabilidad social por convicción, sentido común o reflejo de sobrevivencia. No deja de haber comportamientos poco serios entre grupos de individuos y miembros de los Gobiernos, que carecen hasta de sentido común o lo evitan por razones de ignorancia, sexistas, políticas o económicas.

     

    Somos frágiles, más de lo que suponíamos, nos cuesta asumirnos como colectivos y aplicar medidas generales. Hemos tenido que aprender rápido, seguimos haciéndolo, y adoptar prácticas novedosas en nuestro comportamiento individual y social. El miedo y la incertidumbre es nuestra sombra pero no nos paralizó. Nuestras debilidades no son tan contundentes como para dejar de resistir; más que nunca, para estos momentos de crisis, tienen sentido conceptos y actitudes como empatía y resiliencia. Ya es un hecho que son más las muestras solidarias que el sectarismo entre la ciudadanía, que transitamos, con altibajos, hacia una evolución humanista. Las familias y las redes sociales han sido claves en contener al virus en límites soportables para nuestro sistema de salud y la economía, a pesar  de la mediocridad de las élites.

     

    El mundo ha sido sacudido, Mexico con él. Para la humanidad estas crisis son un parteaguas, para nuestra generación una herida profunda que tardará en sanar. Es de obviedad decirlo pero tal vez sea indispensable hacerlo como recordatorio y ruta del futuro inmediato. Vivimos ahora, en tiempo real, con despertar monótono y rutinario, en peligro; en una especie de ruleta rusa, con información triste, cotidiana, de caídas mortales. La muerte nos ronda, anda ahí, como posibilidad cercana, y nos impacta. Es la muerte, que se ha ensañado con México, la que, asustándonos, nos obliga a tomar las medidas universales de previsión.

     

    En una hazaña científica, trabajando a marchas forzadas, varios laboratorios ya están distribuyendo la vacuna que nos hará inmunes contra el Coronavirus. Hay que festejar que los científicos hayan encontrado el antídoto tan pronto. Es una luz de esperanza. Es probable que en unos ocho meses estemos en condiciones de superar la pandemia. Hay que celebrar que la ciencia nos salve y muestre su papel vital en el funcionamiento del mundo. Es, a la vez, una cachetada con guante blanco al oscurantismo y a la demagogia. Las vacunas son logro científico y se adquieren con recursos públicos; por supuesto que deben ser gratuitas como lo son las demás vacunas, las ordinarias, que se han aplicado toda la vida en nuestro país. La luz que nos llega se vuelve el sueño que queremos hacer realidad para el Año Nuevo, el 2021. Un año de salud, sin virus y sin muertes; un año de recuperación de la economía, con empleos y reactivación de las Pymes. Si hay salud, saldremos un poco de la pobreza en que estamos sumidos. Si hay salud, se podrán ocupar los recursos para reactivar a la economía. En fin, la pesadilla debe volverse sueño. Un sueño que nos regrese la vida sencilla, con salud, la convivencia familiar y social, las actividades educativas en las aulas, los paseos turísticos, la recreación y el deporte, las congregaciones de la fe, las fiestas, en fin, la vida plena. Por mucho tiempo nuestras metas y aspiraciones serán modestas, realistas. Quedará en la memoria perenne lo que estamos viviendo, valoraremos lo importante, lo humano. Esta prueba, brutal y mortífera, la aprobaremos con una calificación mediana siempre y cuando salgamos un poco mejores como seres humanos. La calificación incluye dos etapas: la que estamos pasando, con un determinado comportamiento, y la que siga al momento de la inmunización.

     

    Recadito: inmundo el manoseo político de las vacunas. Es un quiebre ético sin retorno.

    Ufa.1959@gmail.com

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