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    Uriel Flores Aguayo

    La experiencia histórica de la humanidad con relación a las guerras y gobiernos autoritarios nos deja grandes enseñanzas. Una de las principales tiene que ver con inicios aparentemente inocuos de los procesos de conflicto y dominación; incluso hay semejanza con juegos, con una especie de inocencia. Se deja pasar sin mayor debate, continua en su normalidad y, al final, irrumpe en sus formas severas, con su rostro duro y actualizado. La normalización del sometimiento, la intolerancia y el discurso sectario es el principal problema de las sociedades pasivas y omisas. Dejar pasar las deformaciones del poder político para terminar padeciendo sus nocivos efectos es el más grave error que se puede cometer. Igual la historia nos muestra que en las sociedades hay potencial de resistencia, que siempre habrá sectores y grupos que no se alinean, que enfrentan las adversidades y que defienden los valores universales. Se necesita colocarse en los extremos para que las responsabilidades ciudadanas estén en la dimensión correcta. La clara realidad con sus nítidas posturas ayuda mucho a que se comprendan mejor las coyunturas históricas y qué cada quien asuma los efectos de sus conductas. El momento puede ser todo gris u oscuro, pero siempre habrá la luz de la conciencia, el valor y la resistencia social. Los mexicanos sabemos de eso, venimos de la «dictadura perfecta» y la «presidencia imperial». La historia nos muestra en lo que han devenido los peores experimentos tanto autoritarios como totalitarios. Llegan y pasan. Pueden durar algo de tiempo, pero siempre fenecen. No tienen la condición de eternidad, sus líderes son humanos, con todo lo que eso representa. Los antecedentes generan realismo, esas películas ya las vimos; de vez en cuando se reciclan con el mismo guion y con otros actores. El optimismo sobre lo pasajero de cualquier condición autoritaria no debe confundirse con complacencia. Hay otras condiciones de urbanización, educativas, de sociedad civil, de redes sociales y de opinión pública que son factores de contención a cualquier intentona represiva. Lo ganado en México, en cuanto a libertades y derechos ya es irrenunciable. El mundo cuenta también; somos sociedad global. Vemos y nos ven, mostramos y nos enseñan, queremos progreso y democracia. Esa es la normalidad contraria a la del pensamiento único y control autoritario. El rechazo colectivo también incluye la violencia mortal y la machista; recaba oposición a lo contaminante y se suma a la reivindicación de derechos y libertades.
    Cada rasgo del discurso dominante tiene su lado opuesto y superior. Al monólogo corresponde el diálogo, al sectarismo se le opone la pluralidad, de la masa amorfa se extrae el individuo concreto, el pensamiento único choca con la diversidad de ideas y opiniones, el partido oficial no cubre las expectativas políticas de la sociedad y se reconoce a una sociedad civil organizada sobre las masas manipulables con imágenes y consignas.
    Esa es la tarea, la ruta democrática: impulso al diálogo con absoluta tolerancia. Partir de datos e información para generar deliberaciones públicas. Subrayar lo racional sobre lo mágico en discursos y personajes. Es indispensable tomar nota de la verdad, siempre la verdad como base del discurso y creación de consensos. Los mensajes en temas y soluciones se sostienen y tienen sentido con la verdad. La retórica y la demagogia incluyen una alta dosis de mentiras. Este hecho aleja del conocimiento de los problemas y de sus soluciones.
    En fin, lo que ya sabemos e incluso vivimos nos debe dar optimismo de que superaremos la noche del poder abusivo por extensa y negra que sea. Somos afortunados de haber tenido una revolución que hizo del sufragio efectivo y la no reelección su bandera principal. Ese es un gran patrimonio histórico y político; es el dique de cualquier aventura y extravagancia caudillista.
    Recadito: habrá que hacer que la política local recupere los escrúpulos.
    Ufa.1959@gmail.com