Felipe de Jesús Fernández Basilio
Desde A Janela
Resulta que el general secretario de la defensa nacional acudió vestido de gala y con el pecho lleno de corcholatas (estas sí verdaderas, porque no sabemos en cuales batallas se las ganó) a la conmemoración de los Niños Héroes de Chapultepec, evento en el que tomó la palabra y pronunció un discurso como si se tratara de un legislador o líder de un movimiento social.
En dicho discurso habló de que debe de defender al sector militar en contra de las voces que lo tratan de apartar del favor y la consideración que el pueblo de México tiene en relación a quienes escogieron servirlo (le faltó decir también: y servirse) y así mismo dijo que los militares al igual que los políticos, la sociedad y los agentes económicos eran corresponsables en buscar el bien del país.
Con ese discurso, el encorcholatado general sintió que estaba en una tribuna de alguna de las cámaras que integran el Congreso de la Unión, en la cual representaba a todos los militares del país y por ello, se sintió con el derecho de fustigar a quienes se oponen al papel que las fuerzas armadas están llevando a cabo o pretenden desempeñar.
Sin embargo, el general se tomó atribuciones que no le corresponden al pronunciar ese discurso; ya que, por disposición constitucional, las fuerzas armadas no son ni un poder ni un órgano autónomo ni tampoco algún orden de gobierno; por el contrario, las fuerzas armadas son una corporación que está diseñada para defender la soberanía nacional y que se encuentra subordinada a las autoridades civiles y actuando solamente en el marco que la misma constitución les confiere. Lo que significa que de ninguna manera pueden obedecer una orden que sea inconstitucional y mucho menos una que sea anticonstitucional.
Al hablar como un político, el general secretario pasó por alto los principios constitucionales emanados del liberalismo mexicano del siglo XIX, los cuales establecieron la separación y supremacía del Estado Civil sobre las corporaciones militares y religiosas, a las cuales se les vedó intervenir en la vida política del país.
Así mismo, el secretario de la defensa nacional al pronunciar ese discurso con contenido político, dejó de lado uno de los principios el Estado mexicano de la posrevolución, el cual consiste en tener al ejército en sus cuarteles y fuera de toda vida política; de hecho, desde 1946 ningún militar ha ocupado la presidencia de la república y solamente en el caso de estar en retiro han llegado a ser legisladores.
Seguramente al general secretario le tienen sin cuidado ambos principios y habló como lo hizo, envalentonado por todas las concesiones que el gobierno de la auto mal llamada “cuarta transformación” le ha otorgado a la milicia y es que aparte de pretender darle el control de lo que equivaldría, porque no lo es, a la policía federal; los militares controlan aeropuertos, aduanas, marina mercante y por si eso no bastara, se ha creado con la complicidad voluntaria o involuntaria de la oposición legisladora, un andamiaje legal para que sin intervención judicial de por medio, los militares con el apoyo de cualquier fiscal puedan encarcelar a quien gusten.
En pocas palabras, el ejército tiene un poder como el que nunca había tenido, ya que aparte de controlar el aparato represivo y sectores estratégicos como los mencionados, también goza de presupuestos gigantescos bajo el pretexto de que construye obra pública y como es bien sabido, esos presupuestos generan mucha corrupción y más en una institución que no rinde cuentas de nada a nadie y a la cual, nadie tampoco se las pide.
Con todo lo mencionado se ha creado un desequilibrio muy grande entre las autoridades civiles, las cuales hasta emiten decretos con los que las obras militares se saltan al poder judicial, y los militares que ahora se encuentran literalmente hasta en la sopa.
Siendo esta una situación que a todos nos debiera de alarmar, ya que en estos últimos cuatro años México ha ido perdiendo su situación excepcional en América Latina como nación civil y cada vez se va pareciendo más a la mayoría de las naciones que conforman el subcontinente, en las cuales los militares siempre han tenido un papel determinante; teniendo en consecuencia, los resultados que todos conocemos de golpes de Estado, de dictaduras, de desapariciones forzadas, de arrestos y de torturas que han caracterizado al Caribe y a Centro y Sudamérica.
Con esto que menciono, no es que quiera arruinar a mis lectores las fiestas patrias, pero considero muy importante alertar sobre el creciente poder que los militares están acumulando, para colmo muchas veces siendo otorgado desde la presidencia al margen de la ley, y un síntoma muy claro de ello lo es la soberbia con el que el encorcholatado secretario de la Defensa Nacional se ha conducido en un discurso en el que, montado en la ola de las violaciones a la ley realizadas desde el gobierno, nos muestra que está dispuesto a hacer lo mismo, las veces que sea necesario y como lo hemos visto en muchos otros países, el militarismo nunca termina bien.
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