Sergio González Levet
Sin tacto
Veo que la ingeniera Rocío Nahle García por fin se anima a participar en un mitin de verdad y asiste a Tatahuicapan. Se planta frente a los vecinos de ese lugar de la sierra de Cosoleacaque y personas de otros lugares, que fueron por gusto o llevados, y les dice que:
“Veracruzano es quien nace en Veracruz como quien emigra a otro estado o país, o bien quien llega a esta bendita tierra a trabajar y a formar una vida y familia.”
El enunciado no es muy feliz gramaticalmente hablando, pero digamos que eso no es lo importante para el caso. Lo peligroso es el contenido, no la estructura sino la semántica, porque la señora oriunda de Zacatecas se fue a plantar en medio de una comunidad originaria, que trae el alma a flor de piel y para sobrevivir ha tenido que ahondar en su tierra y en su –precisamente- origen.
A esos veracruzanos que lo fueron antes de que Veracruz existiera y que tuvieron que ver padecer y morir a sus ancestros, les fue a decir que no, que no es tal el que ha sufrido por mantener su esencia y su alma en estas tierras, sino “quien llega a esta bendita tierra a trabajar”.
Y dijo una barbaridad que le debe haber restado varios puntos en su no muy buena posición en las encuestas reales: “Soy más veracruzana que La Bamba”.
No.
Querer ser más jarocho que los jarochos es como mentar la soga en la casa del ahorcado. El legendario regionalismo que define a quienes nacimos en el mejor lugar del mundo dio un vuelco, hizo un rizo imposible en el aire al escuchar que una zacatecana ya se siente más veracruzana que todos solamente porque vivió 30 años entre nosotros. “Tres siglos podrían pasar y nunca sería más jarocha que nada”, podría responder cualquier oriundo.
He ahí la estrategia fallida de los operadores políticos, trabajando una vez más en contra de las posibilidades y las ilusiones de la señora Nahle.
Si entre las mentes especializadas en psicología social y en manejo de imágenes que controlan la campaña de la ingeniera hubiera alguien que conociera un poco de sicología de masas y de la realidad ontológica del jarocho, seguramente ya les habría dicho que lo más conveniente sería que doña Rocío no negara su origen, que hablara bien del estado que le dio vida y estudios, que se manifestara orgullosa de su condición de zacatecana.
Y de ahí podría pasar a hablar maravillas de la tierra que no la vio nacer, pero en la que medró y formó una familia con un esposo veracruzano y dos hijas naturales de Coatzacoalcos.
Así no, ingeniera Nahle, queriendo convencernos a nosotros -que amamos tanto nuestra raíz- de que usted quiere más a nuestro estado, nunca conseguirá nuestra simpatía.
Y es que dice el dicho que el que niega una vez…
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