Sergio González Levet
Sin tacto
Árabes ha habido en México desde la misma Conquista, porque Hernán Cortés traía en su flota soldados y cargadores moriscos. Y en sus costumbres y sus ideas también muchas influencias de la cultura mudéjar, asentada en España por casi 800 años y que, entre otras cosas valiosas, legó al idioma español más de 4 mil términos (entre ellas, casi todas las palabras que empiezan con la silaba “al” -almíbar, alfanje, álgebra-).
Pero las migraciones mayores a México, y en particular a Veracruz, ocurrieron en el siglo XIX y a principios del XX, provenientes de Siria, Líbano y Palestina mayormente. Barcos y barcos llegaban al Puerto cargados de inmigrantes que buscaban una vida mejor y que se fueron insertando en la vida cotidiana con su gran capacidad para el trabajo, para los negocios y para el ahorro.
Hay un elemento notable en esta migración, y es que la mayoría de los llegados no abrazaban la religión musulmana sino que eran católicos, convertidos en España al fin del predominio islámico en el sur de la Península Ibérica, o en Líbano a través de los monjes misioneros, que lograron conversiones multitudinarias.
La presencia árabe en México persiste sobre todo a través de la permanencia de apellidos que, castellanizados muchos, han tomado carta de naturalidad en nuestras tierras.
La lista es larga y reconocida. Ahued, Alcázar, Bardahuil, Besil, Bichir, Chauyffet, Chedraui, Dib, Domit, Elías, Gidi, Haddad, Hakim, Harp, Helú, Jamed, Karam, Kuri, Farah, Lajud, Nahle, Nemi, Majluf, Mansur, Musule, Palomeque, Saade, Selem, Simón, Slim, Trabulse, Yunes, Zaid.
En esa lista aparecen nombres conocidísimos en nuestro estado. Y es que los descendientes de los migrantes han participado activamente y han intervenido en el desarrollo de la vida social, económica, cultural, deportiva… y política.
Sin ellos, nuestra historia sería otra.
Los árabes veracruzanos mantienen lazos de amistad entre ellos y tuvieron una costumbre ya casi perdida de perpetuar los linajes por la vía del matrimonio endogámico. Aunque se reconocen y hasta llegan a formar algunas sociedades, no conforman una comunidad exclusiva y mucho menos elitista.
Y si en la economía estatal tienen una presencia indudable y predominante, en la política han hecho también una buena tarea. No por nada se dio el hecho de que en 2012 los tres senadores de Veracruz que tomaron posesión eran de origen árabe: Héctor Yunes Landa, José Yunes Zorrilla y Fernando Yunes Márquez.
Muchos alcaldes, diputados locales y federales, funcionarios de todos los niveles y autoridades partidistas son y han sido descendientes de los hijos del Sahara.
Y una vez más se puede dar una incidencia en las elecciones para la gubernatura de 2024: podría ser que dos apellidos árabes estuvieran nuevamente en la disputa:
Nahle y Yunes.
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