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    Tarifa-camiones

     

    Cecilia Muñoz Mora

    Desde la semana pasada algo ocurre entre el servicio urbano y los estudiantes, grupos que desde que recuerdo poco se han llevado. Este domingo 5, por ejemplo, cuando abordo un camión ruta Vasconcelos-Centro, de la empresa Auto Transportes Banderilla, y pago con mis 6 pesos de estudiante (ya ni hacemos el intento por pagar los oficiales 5.50), el chofer me informa que ya no se aplicará el descuento a estudiantes los domingos, solo a los adultos mayores. Ante mi sorpresa y mis cuestionamientos referentes a quién autorizó dicho cambio a la tarifa «oficial» y por qué no está debidamente anunciado en alguna parte del camión, acepta cobrarme 6 pesos y me explica que él no sabe, que son órdenes superiores. Me siento, casi extrañada, casi molesta, pero ciertamente casi admirada por la calma con la que el chofer me habló. Porque en mi triste experiencia de años de aumentos sorpresa y sin anuncios, sólo he recibido brusquedad, burla y hasta miradas incómodas.
    Durante los días siguientes abordo otro camión, de la línea Autotransportes Estrella. Éste hace gala en la parte frontal de un letrero de papel de libreta, doblado varias veces, escrito con una letra poco estética, que anuncia dicho cambio a la tarifa de estudiante los domingos.
    Finalmente vuelve el domingo y tengo que volver a tomar el camión de la ruta Vasconcelos-Centro. Es de notar que más temprano tomé uno de la empresa Macuiltepetl, el cual no tuvo problema alguno con hacer válido el descuento a estudiantes una vez que le enseñé mi credencial. Pero no es el caso del camión que abordo este domingo a las 3:20 de la tarde, con número 908 (aunque por dentro luce el número 791) y placas 160-061-X. Este chofer se niega a cobrarme el «medio» así como reiteradamente a explicarme el porqué, incluso llega a espetarme «tú no eres quién para darte explicaciones», porque está visto que ser quien usa y paga el servicio no es razón para exigirlas. De la misma manera me cuestiona si acaso tengo 60 años y me asegura que conmigo no discutirá cuando le pregunto quién ha decidido que la tarifa cambie los domingos, aunque Tránsito del Estado haya estipulado que ésta es aplicable los 365 días del año. Todo esto por dos sencillas preguntas que se negó a responder: por qué y quién. ¿Desconocía la respuesta o, efectivamente, consideró que yo no era quién para exigir explicaciones?
    No planeaba pelear, se lo aseguro. Cuando pregunté por qué no se estaba respetando la tarifa «oficial» realmente sólo quería confirmar lo dicho por el chofer del domingo pasado. La grosería de éste fue simplemente la gota que derramó el vaso. Una vez que le pagué, pues tampoco usaría el servicio sin hacerlo, y me senté, observé el camión: mi asiento estaba a punto de caerse y había algo parecido a impactos de bala en una de las ventanas, además del polvo y la suciedad imperantes en cada uno de los rincones.
    Este lunes, temprano, llamo a la empresa, después de una breve búsqueda en Internet de su número telefónico, pues el boleto no lo proporciona. Pero de poco sirve: aunque marco tres números, en todos me contesta una grabación que me informa que el encargado de Informes y quejas no se encuentra. Así que marco el 089 y hago mi denuncia anónima –que ya no es tan anónima- , mientras mi hermano escucha. Una vez terminada la llamada, mi hermano me cuenta: «A mí ayer sí me aplicaron la tarifa de estudiante. Bueno, primero un Urbano de Xalapa, ruta Campo de Tiro, se la negó a la chava que se subió antes que yo, pero yo le enseñé mi credencial y no me dijo nada. Más tarde el Azul del Centro me la aceptó, y no, no me dijo nada tampoco».
    Usted se preguntará ¿por qué tanto escándalo? ¿Qué te cuesta pagar tres pesos más un solo día a la semana? No sé si hablarle de lo obsesiva que he sido al planear mis gastos incluyendo el servicio de camiones, o si esgrimir el argumento de «quizás a mí no me afecte mucho, ¿pero y los demás?», porque en el fondo hay otra cosa que me preocupa: ¿de qué sirve que exista una disposición oficial respecto al precio del transporte público, si los concesionarios son libres de ignorarla y de interpretarla a su antojo? ¿De qué sirve, si cada empresa parece ser libre de ajustar la tarifa como quiera y tomar por sorpresa al desprevenido usuario que ha salido de casa con el dinero exacto para pagar el servicio?

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