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    Ernesto Viveros
    El Ojo Ilustrado

    Independientemente de si ya hay enfermos de Ébola en territorio mexicano, lo cual no se ha confirmado oficialmente, se da por sentado que la enfermedad se presentará próximamente entre nosotros.

    La dolorosa experiencia de la Influenza, durante los años de 2009 y 2010, seguramente ha dejado precedentes operativos para las instituciones mexicanas de salud y seguridad. La población coopera en estos casos y acepta medidas drásticas como el cierre de lugares de alta concentración de personas como escuelas, centros de trabajo, zonas turísticas y restauranteras, etc.

    Los costos fueron enormes: más de 100 muertos, cientos de hospitalizados, 4 mil millones de dólares en costos y afectaciones, empleos cerrados, una sociedad que lucha contra el pánico… en suma, el 0.7% del PIB nacional perdido.

    Hoy, el Banco Mundial estima que la afectación africana del Ébola costará 32 mil millones de dólares en 2015 y ello solamente si se evita la expansión desde Sierra Leona, Guinea Conakry y Liberia; países donde el impacto de la enfermedad tiene alcances de crisis humanitaria, primordialmente entre la gente más pobre.

    “Las señales estaban ahí, pero el sistema ha sido incapaz de analizarlas y de reaccionar”, expresó el presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim. ¿Cuáles son esas fallas? La incomprensión del riesgo para la economía global de una enfermedad como esta y la resultante falta de solidaridad y cooperación internacional.

    El Ébola es una enfermedad detectada hace décadas y que no tiene cura hasta la fecha por el desinterés de los grandes organismos de salud y laboratorios mundiales. Apenas ahora que amenaza a Europa y Estados Unidos se aceleran estos esfuerzos.
    Los sistemas de salud no están preparados para ella como nos han presentado las noticias de los meses recientes mientras la sociedad, temerosa, espera desconfiada.
    Recordemos que en México, por ejemplo, se repartieron 6 millones de tapabocas hospitalarios en la Ciudad de México aunque ello no impediría el contagio de Influenza o bien la Secretaría de Salud federal permitió la perdida de millones de antivirales, comprados en el extranjero, que no se aplicaron a la población.
    Lo más grave, sin embargo, tanto en el 2009 como ahora, es la continuidad del deterioro de los sistemas gubernamentales de salud y su creciente desvinculación de la población. Las políticas de cambio estructural y los ajustes derivados de ellas han mermado la capacidad operativa de dichas instituciones ante retos de esta magnitud. Lo vimos en 2009 y lo veremos ahora también.
    Como se vió entonces, México no tiene capacidad de desarrollar sus propias vacunas porque hace décadas que el gobierno desmanteló los laboratorios que podrían hacerlo. Hoy sucede lo mismo. Como la Influenza nos enseñó, no basta con atender pacientes en las clínicas, se necesitan enfermeras de campo, trabajadoras sociales, médicos capacitados, archivos confiables para atacar el reto de pandemias de este tipo.
    El problema no es el ébola, la influenza o cualquier otra enfermedad, sino las limitaciones, plenamente tercermundistas, de nuestros sistemas de salud dispuestas por un ajuste estructural neoliberal, el fracaso operativo de nuestras élites políticas y su desprecio hacia la población en general.
    Es probable que la catástrofe sea evitada nuevamente aunque sus señales siguen tercamente entre nosotros.
    Así como en estos días miles de prestadores de servicios en Cancún lamentan que no se haya permitido el arribo de un crucero turístico a su ciudad, los costos de la segunda crisis sanitaria del siglo XXI en México serán asumidos por los mexicanos.

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