Pedro Manterola
Hoja de ruta
“La cosa está fea”, me dice Nicanor, que todos los días lee periódicos, revisa portales informativos, mira y escucha noticieros, habla en el café con los chismosos más notables, que saben todo de nada, y de cada cosa tienen una opinión muy formada. “¿No habrán visto venir tanta chingadera?”, se pregunta, me pregunta, le pregunta al aire. “Tanto acosar, tanto mentir y prometer, tanta cosa para distraer, pa´hacernos voltear a otro lado, y al final tanta muerte, tanto dolor, tanta impotencia. Ya no. Ni su tiznada madre les cree…”, dice, y con esa contundencia sella el comentario. “Nos vamos tropezando con los muertos, con la miseria, con tanta riqueza mal habida, con el egoísmo que impone la sobrevivencia. Tropezamos con agentes de tránsito, con policías, soldados, marinos, sicarios, secretarios, dirigentes, maleantes, ladrones… Así está la cosa. Dan ganas de esconderse de tanto pinche dolor, dan ganas de meterse debajo de la cama, detrás de la puerta. Barrer el desconsuelo y la frustración, tirarlo a la basura con todo y esos ojetes. Luego van a venir a tirar carretadas de dinero, para que votes, para que elijas, para que hagas ganar al hijo de la chingada que ayudará a matarnos de hambre, de miedo, de rabia. Y nos vamos a volver a tropezar con la misma piedra, con las mismas promesas, con los mismos discursos, con las mismitas mentiras y fantochadas. No gana el mejor, mi Pedro. Gana el más hijo de la chingada, ahora el que tenga más pinole se ahorra la saliva, dime si no”.
A estas alturas, ya no sé qué contestar. Me tropiezo con las palabras de Nicanor, con su dolor, su impotencia, su rabiosa resignación. Me le quedo viendo, lo miro a los ojos, sostiene la mirada, baja los párpados, vuelve a mirarme. “¿A quién vamos a creerle, cabrón? El que esté libre de mentiras, que pida los primeros votos. Aquí deberían vivir esos ojetes, en estas carreteras deberían andar y no siempre en las pinches nubes. Que duerman en las casas hacinadas en colonias polvorientas, que le entren al jale en esas comunidades olvidadas de Dios y de sus hijos de la chingada que ejercen tanto puro desgobierno. Deberían vivir de lo que gana un agricultor que se gasta las infames utilidades de su fruta en fletes, amortiguadores, cargadores y bestias para acarrear su producto hasta la rodada… Con esas familias deberían pasar la Navidad, aquí les tenemos su Año Nuevo, toma tu aguinaldo, corrupto del carajo. Con todos los deudos adoloridos y sufrientes que no tienen tiempo ni para la nostalgia. Porque para vivir, comer, dormir y vestir hay que esconder el dolor debajo del tapete. Hacernos güeyes, como que no lo vemos, como que no existe. Muy acá, muy en la lista de Forbes, mucho pinche rico mundial, y pura renegada miseria nacional. Aquí se premia al gandalla, al mentiroso, al oportunista, al que roba hasta volverse respetable. Así deberían vivir. Cuidándose en las noches por calles a obscuras, y no en sus casas amuralladas. Y cada discurso deberían decirlo sin fingir que nos quieren y que nos entienden. No entienden nada, y no quieren otra cosa que poder, riqueza, talegas y exuberancias amasados con dinero que debería ser para escuelas, caminos, becas, riegos… Se me atragantan tantas chingaderas, pinche Pedro, y tu ni pío dices. Puta madre, puto país, putas autoridades, puto dolor, puta la madre que los parió. Puto el que se calle, puto el que no lea, puto el que hable a lo pendejo, sea quien sea, se llame como se llame, gobierne donde gobierne. Que no mamen. Somos un espasmo, una convulsión, un escalofrío. Y estos van a aparecer en los libros de historia, y tus hijos y los míos caminarán por calles que tendrán sus nombres. Vergüenza debería darnos, cabrón. Me caedeamadre. Estos cabrones no tienen llenadera, no tienen ojos, no tienen cabeza, no tienen madre. No entienden, no ven, no oyen. No son pendejos, pero les sale bien fingirlo. Conjugan el verbo chingar en primera persona del presente, pretérito y futuro. “Ya te chingué, yo te chingo, ya te chingaré”. Hasta que nosotros conjuguemos el verbo en imperativo y les digamos “Tú te vas a la chingada”. Mientras, puro paria desolado, Pedro. Puro “Yo”, sin “Tú” ni “Él”, menos con “Nosotros”. Un escalofrío, Pedro. Eso queda de nosotros, eso va quedando del país. Un escalofrío tumultuoso y solitario. Somos la soledad más sola, cabrón, oye lo que te digo. O los hacemos entender, o entre maleantes, millonetas y desgobernantes acaban con nosotros. Somos todas las promesas permitidas, cada orden aceptada, cada negligencia consentida, todos los derrumbes, cada inundación, todos los “aquí no pasa nada”, pura humillación parida en las urnas. Nadie oye. Almas desalmadas, eso son estos cabrones. A estos no les duelen ni los clavos de Cristo, como decía mi tía Loreto. ¿De qué están hechos, de qué pasta, de qué arcilla, de cuál lodo? ¿Cómo van a perseguir criminales, si primero los hacen autoridades, si la desigualdad y la pobreza, la mentira y el saqueo son crímenes que se cometen gobierno tras gobierno, son puros cómplices de sí mismos, y no hay un solo pendejo de esos en el bote? ¿Con qué cara dicen que van a acabar con los criminales? Ni que fueran a suicidarse, cabrón. Te digo, que no mamen”, sentenció Nicanor.
Ya para entonces yo estaba por terminar otro café, y no hallé qué decir, todo perplejo. Intenté distraerlo de su exuberante disertación. “Mira, Nica. Traje el dominó…”, empecé a decir. “Pa´la madre, Pedro. No mames tú también. ¿Qué ganas tienes de jugar? Si parecemos mulas ahorcadas. Eso sí, cuando caiga uno, así deberían caer todos. Como pinches fichitas de dominó”, me reconvino. Y mejor guardé mis fichas.
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