Destacado

    50 Sombras de Grey

    O de por qué sí debería leer 50 sombras de Grey

    Cecilia Muñoz Mora
    Polisemia

    Este 14 de febrero, como ya sabe, se estrenó 50 sombras de Grey, la película basada en el libro homónimo considerado porno para mamás, soso y ridículo, y por lo tanto, criticado, odiado y vilipendiado por una extensa mayoría, pero también adorado por otra.
    Sus fans aseguran que la dichosa historia les devolvió las ganas de experimentar su sexualidad, que les abrió la mente, que los hizo suspirar (porque sí, ¿quién dijo que solo las mujeres leen 50 sombras de Gray?) y tachan a sus detractores de moralistas, paranoicos y cerrados. Mientras tanto, éstos no dejan de señalar la poca calidad del libro (y ahora, de la película), así como la apología al abuso sobre la mujer que éste presenta como ideal romántico para las adultas, jóvenes y hasta niñas que lo leen. Así, no ha faltado quien se pronuncie no solo por no leer ni ver la película, sino censurarlos del todo, para evitar que ideas tóxicas sobre el “amor romántico” lleguen a las mentes de los menos informados que, supuestamente, terminarían imitando las conductas de abuso y aceptación de la historia.
    ¿Tienen razón estas personas? Casi, pero no tanto. Por un lado, es cierto que la relación entre Anastasia Steele, la protagonista de la historia en cuestión, y Christian Gray es agresiva, lo cual se hace más claro en la película: Porque no, no es sano que el pretendiente en cuestión mande a investigar cuánto dinero tienes en el banco o con quién y cuántas veces se ha casado tu madre, ni mucho menos que tu pareja decida cuánto bebes (si te da permiso de beber), a dónde vas con tu mejor amiga (si es que te da permiso de salir con tu mejor amiga), si vas a trabajar o que compre la empresa para la que trabajas, o que decida quién será tu ginecóloga, por muy buena que ésta sea. Y no, no vale el argumento de que Anastasia se resiste a todo lo expuesto, pues la respuesta de Christian ante la resistencia es la del paternalismo, un concepto que Luis Bonino Méndez enlista en su catálogo de Micromachismos: La violencia invisible en la pareja, lectura recomendada en la que no pude dejar de pensar mientras veía la película, pues lo que se supone que son actitudes “encubiertas” resultan obvias durante la función (evidentemente, muy aburrida).
    Sin embargo, el problema principal aquí no es la relación entre estos dos personajes ficticios —ni mucho menos su sexualidad—, sino lo que ésta significa para los espectadores. ¿El mero libro o la mera película son capaces de “glorificar” la violencia en la pareja, como sugieren quienes los critican, y por lo tanto lo recomendable es evitar su consumo y hasta censurarlos? Es cierto que la normaliza —es decir, que la observa sin crítica y la acepta—, ¿pero esto implica que quienes leen o ven este producto saldrán de la experiencia dispuestos a ser maltratadores y maltratadas?
    Culpar a 50 sombras de Grey de la normalización de la violencia es la salida fácil a un problema cuyas raíces se encuentran más enraizadas a profundidad. Tan solo pensemos: ¿E.L James se levantó un día y decidió “escribir una novela que glorifique la violencia doméstica”? Claro que no. E. L. James, como miembro femenino de una sociedad, después de 53 años de existencia había aprehendido roles de género que determinan la conducta y la idea del “amor romántico” como una institución de control y posesividad. Y, tras lo que denominó su “crisis de la mediana edad” le soltó vuelo a la hilacha escribiendo algo que no tuvo éxito sólo por chiripa: el triunfo de esta historia radica en que de cierta forma refleja lo que una extensa cantidad de mujeres desean o les enseñaron a desear: un hombre guapo, proveedor, “protector”, “apasionado”, pero “sensible” (la afición sexual —“sadomasoquismo”— de Christian antes que ser entendida como un gusto es narrada como una desviación, producto de una infancia traumática que ha dejado herido al pobre); así como el modo de amar: los celos, la posesión y el sufrimiento, necesarios en una relación “intensa”…
    Vamos, hay que aceptar y comprender que E.L. James no tiene toda la culpa de ser quién es y de pensar e imaginar lo que escribió. También deberíamos asumir que no podemos decidir quién lanza qué al mercado editorial (principalmente porque no tenemos un Christian Grey de verdad que nos compre una editorial…), pero sí qué leemos y cómo.
    Asimismo, podemos otras cosas: Leer más. Pensar más. Cuestionarse más. Hablar más. Escuchar más. Ser lectores y espectadores activos de algo más que los best sellers del momento. Porque si alguien se impresiona leyendo 50 sombras de Gray y lo asume como un modelo de amor es evidente que le faltan lecturas, charlas y preguntas. Y prohibir y bloquear 50 sombras no es la solución, a menos que pensemos que tenemos las mismas atribuciones para la censura que el Franquismo, la Santa Inquisición, la Liga de la Decencia o la Unión Nacional de Padres de Familia. Así que si quiere, lea 50 sombras o vea la película, y forme su propio criterio.

    Hacer Comentario