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    (o «cómo cerrar ciclos sin perder credibilidad en el intento»)

    Carmen Aristegui

    Miguel Ángel Gómez Polanco

    Vía Crítica

     

    Sin tanto aspaviento, haré que este panfleto resulte dinámico de la siguiente manera: imagine que usted tiene una empresa de lo que sea; un medio de comunicación, tienda de pinturas, fritangas o un lavado de autos. Un buen día, llega uno de sus empleados y toma su producto o servicio sin su consentimiento y promociona otro en el que también participa, sin que usted reciba un beneficio por ello, más que la “inclusión” de su nombre.
    Nada “grave”, pero sí gacho y suficiente para argumentar el despido de su trabajador, si así lo considera pertinente usted ¿no?
    Saltarse la jerarquía –por un mínimo de respeto a la mano que te da de comer- no está bien. Eso fue lo que sucedió con Carmen Aristegui: utilizó la marca MVS para hacerla parte de la plataforma Mexicoleaks. El resto, ya se lo saben; la “corrieron” (entre comillas, porque el término correcto fue una rescisión de contrato debido al incumplimiento de las políticas laborales), se hizo un relajo y ahora la mayoría de un pueblo hastiado ve la acción como censura, atropello y disección de la libertad de expresión.
    No obstante, el detonante del conflicto fue el despido de Daniel Lizárraga e Irving Huerta: reporteros del equipo de Aristegui, quienes para infortunio de la familia Vargas –propietarios de MVS- habían sido los autores de la investigación que ventiló el bochornoso episodio de la mundialmente conocida “Casa Blanca de la Gaviota”.
    Y sí: es infortunado que sean ellos los corridos, pues ante ello, de inmediato se desataron las especulaciones sobre el motivo de esta decisión y la “mala cabeza” de la audiencia comenzó a trabajar y buscar culpables, teniendo como principal sospechoso (para no variar) a aquel que habita en Los Pinos.
    Pero le sugiero verlo de este modo: el concepto de «censura» puede equipararse con ello, sí, pero eso es «problema» de cada medio de comunicación, así como las políticas laborales y de organización en general, ante las cuales, el personal se debe cuadrar porque de ahí comen. Las líneas editoriales en los medios son responsabilidad, propiedad y decisión de éstos y a varios que nos dedicamos a este noble pero a veces ingrato oficio, nos ha pasado e incluso por decisión propia. El que les escribe, por ejemplo, está desempleado por no comulgar con las políticas editoriales y laborales de los medios donde he laborado, pero todo en santa paz.
    En este contexto, pregunto: ¿la intención es “decir todo”? Recomiendo, pues, que no se lo dejen a las y los Aristegui, Ramos, Ferriz, ni a los periodistas en general y mejor optemos por ciudadanizar la información. ¿Cómo? Bueno, una manera de empezar es sacando un medio propio, cimentar reglas propias y entonces sí: publicar lo que quieran. No hacen falta «Mesías» político-periodísticos, ni ver a las redes sociales como la «super arma». Lo que urge es tolerancia, comprensión y unidad ciudadana.
    El asunto es que Aristegui se confrontó y la dominó su ego; se rebajó a los intereses mezquinos de MVS para mantener los privilegios como medio sesgado, aunque me queda la duda si ella lo hizo consciente o inconscientemente. De lo que sí estoy seguro es que fue obvio que se dio cuenta de su error, ya que después quiso componerla dando a entender que un conflicto laboral tenía su origen en la intención de silenciarla como “voz activa de la verdad en México”.
    Cabe destacar que esta no es la primera vez que pasa algo similar con Carmen. En 2008 sucedió lo mismo con W Radio, cuando la muy retrógrada decisión de simplificar las redacciones y dejar todo el peso de los contenidos en una sola persona, orilló a la cesantía de la periodista que, por supuesto, no podía dejar desamparado a su equipo y con justa razón.
    Pero lo curioso es que todo tiene su base en una audiencia y sociedad en general que ya está hasta la madre de malos gobiernos y le cree y endiosa a la o el primero que “dice decir” las cosas “como son”.
    Sucedió con la Revolución hace más de 100 años: la falta de liderazgos obligaron a impulsar la figura del caudillo que “alfabetizó” a base de alimentar el desánimo y la descomposición social, para levantarse y derrocar a un régimen opresor, pero que también impulsó varios de los cambios más significativos del país de cara a la modernidad a la que estaba expuesto.
    En un caso más parecido, sucedió también posterior al “Crack” de 1929 en los Estados Unidos, cuando el empresario periodístico –y autor intelectual del sensacionalismo- William Randolph Hearst quiso hacer de su poder mediático y el famoso eslogan de “si no hay noticia, hay que crearla”, una herramienta movilizadora de grandes masas que fracasó y solo coadyuvó con un conflicto bélico contra España.
    Y es que ahora hasta hay ya una «petición» a través del sitio Change.org para que Aristegui contienda por un puesto de elección popular, proyectando en ello el sueño húmedo de los llamados “chairos insurgentes” que anhelan y demuestran tristemente que la idea de un héroe, heroína o el mencionado «Mesías», prevalece, pues una periodista en esos menesteres, es como la magnesia y la gimnasia, y no hay que confundirnos.
    Hay crisis, sí, pero ya no vivimos en los tiempos de Zapata, Hearst ni las tecnologías de la información son tan limitadas como para no hacer un mínimo esfuerzo y pensar en otros métodos de insurrección más inteligentes y organizados, pero sobre todo: mejor fundamentados.

     

    SUI GENERIS

    ¡Cuidado! A pesar de lo anterior, en mi México lindo y estricto sabes que serás víctima de la inquisición social, cuando no estás de acuerdo con un «Candigato», con una periodista mediática o celebras una broma pesada de un descendiente de migrantes judíos como Sean Penn, en los Oscars; pero la cosa se pone peor si además osas utilizar las redes sociales para externar tu opinión al respecto. La intolerancia está a tope.
    Aunque no nos guste: la información es negocio y una necesidad redituable para quien conoce cómo se mueven los medios y con una o dos bombas morbosas e indignantes como los de las casas de la Gaviota y Videgaray o el caso Tatlaya (de los cuales, ninguno tiene desperdicio periodístico, desde luego); hacen de su labor de investigación el «superpoder» que la gente ansía, mientras ellos lo capitalizan.
    Lástima, pues el hartazgo –ahora más que nunca- es un capital para los políticos, periodistas y cualesquiera que necesiten dar la imagen de «tener pantalones», para que sean más los que olviden el vínculo implícito entre una izquierda inexistente y confundida, y una derecha discrecional; ambas, conformando una «oposición» que está tan derruida, que necesita de personajes heroicos y mesiánicos creados para suplantar la poca o nula credibilidad que hay en la clase política en general. Ahora sí que: “me dueles, México”… tanto talento y tan poca información.
    Conclusión: Aristegui es un indudable referente del periodismo en México; su trabajo y aportación es inapelable, pero también sabe que sus bonos están subiendo y a quien quiera que la contrate a partir de hoy, le va a costar una buena lana, pero seguro será un «boom», así como quien decida facilitarle información que convenga a sus intereses.
    Es decir: beneficios para contratante y contratada, y eso, créanme: nada tiene que ver con imparcialidad, contrapesos ni opinión pública plural.
    O para acabar pronto: la “imparcialidad” también se ha prostituido, con la finalidad de hacerla pasar por «objetividad» y desde luego que no son lo mismo. Nos encanta rasgarnos las vestiduras y decir que «sólo el imparcial es objetivo», cuando la objetividad puede ser parcial y no por eso deja de ser enriquecedora para contribuir con la formación del criterio de la gente.
    Nos hace falta un baño de globalidad y conocer otras democracias para darnos cuenta que nuestro anticuado concepto de «imparcialidad» es el principal recurso de la tiranía, para manipularnos y permanecer sometidos. ¿O ya tan pronto se nos olvidó aquello de la «Caja China»?
    Carmen ya logró lo que quería: escandalizar a un público que, además de consumir información, también vota, y ante la coyuntura electoral actual, con varios sectores del poder empeñados en acabar con la hegemonía del partido que gobierna, cualquier esfuerzo y estrategia se vuelve válida para lograrlo.

    POST IT: Con el berrinche de Carmen Aristegui, pierde el periodismo, no la gente. Carmen no parará, pero el periodismo una vez más es desprestigiado por ese afán de encontrar víctimas y victimarios; comprados y vendidos, en un país donde aspirar a ser «imparcial» es casi imposible, pues si no le vas a un partido, «entonces le vas al otro» y si no estás a favor de una periodista acaudalada, «estás de parte del gobierno» y así no se puede. ¿Qué no la «imparcialidad» es un punto medio?

    Aristegui cerró un ciclo y lo está aprovechando, es todo. Y nosotros deberíamos entenderlo de ese modo y cerrarlo también, quedando pendientes a su próxima etapa como periodista.

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