Ernesto Viveros
He ahí que los encontramos, en sus oficinas con sus cuadros donde cuelgan como nidos de esperanzas las constancias de los posgrados y méritos profesionales; ahí están, encorvados sobre sus escritorios y mesas, entendiendo los problemas mejor que nadie pero también asimilando sus límites para solucionarlos.
Una vez aclarada su situación, deciden enfrentar los problemas con medidas paliativas y superficiales, los compromisos previos les acotan los márgenes de acción, suben los hombros y se miran entre ellos; por último, armándose de cinismo y cifras alegres antes de la próxima declaración pública, salen de sus oficinas en un casi etéreo ejercicio democrático de rendición de cuentas y acceso a la información: se llaman funcionarios del gobierno estatal veracruzano y aparecen como los principales responsables del estancamiento de Veracruz.
Entre sus múltiples defectos, no destaca el de la ingenuidad.
Sabían que participar en la presente administración, después del lastre dejado por la deuda de la administración de Fidel Herrera, terminada en 2010, cualquier proyecto nuevo o en desarrollo tendría que luchar seriamente por su sobrevivencia.
Una vez que estamos ya en la segunda mitad del sexenio de Javier Duarte de Ochoa, resulta plenamente claro el fracaso de su administración en términos económicos y de desarrollo social. Indicadores van y vienen confirmando desde diversas perspectivas este fracaso administrativo.
El distanciamiento entre las élites gobernantes y sus gobernantes se hace cada vez más complejo. Mientras su interdependencia se acrecienta, los resultados en cuanto a desigualdad sufren un proceso similar.
Como ya se dijo en este país hace mucho, uno de los principales efectos del aumento de la desigualdad es, entre otros, la contracción del mercado interno por la falta de compra de muchos y la incapacidad de unos cuantos para mantener funcionando bien ese mercado a pesar de su gran capacidad adquisitiva. De una u otra manera, el negocio para todos no funciona como debiera.
El futuro cercano para Veracruz no es brillante, la quiebra financiera y la incapacidad, cualquiera que sea su origen, para resolverla no solo dejarán menos recursos y más pobres sino también una creciente desigualdad que hará más difícil cualquier solución. Las opciones gubernamentales previstas para la gubernatura de dos y seis años siguientes no mejoran el panorama.
Ahora es fácil atribuir este desastre a las élites políticas locales y su escasos preparación y sentido de responsabilidad. Ello no solo por este sexenio, sino también el de los dos anteriores y, como mínimo, las dos próximas administraciones estatales puesto que forman parte de la misma generación política, independientemente de su filiación política.
Sin embargo… ¿y si la responsabilidad no fuera enteramente de la élite gobernante?
A su vez, ellas son producto del fracaso de la transición democrática en México y no tienen una cultura de rendición ni la tendrán; si ello es posible, será en otra generación no en ésta.
Otro factor es el autoritarismo económico en que se criaron y que ahora practican por su cuenta. Las decisiones se toman en función de sus intereses y compromisos y no de sus responsabilidades con sus gobernados. El tratamiento que se le ha dado a la deuda veracruzana en los últimos 10 años es muestra clara de ello.
Por último, la geopolítica de Veracruz en contextos mucho más amplios: una economía nacional deprimida en un contexto latinoamericano lamentable, una creciente inestabilidad por la inseguridad derivada de los espacios que la misma élite ha cedido o quiso compartir con el crimen organizado y la enorme complejidad regional de Veracruz en el contexto de la región Golfo de México– Istmo de Tehuantepec.
Me queda claro que cualquier alegato sobre la ineficiencia de la administración duartista es prácticamente indiscutible, lo que también creo debemos considerar es la complejidad del contexto en que ésta se desarrolla de manera tan lamentable.
El futuro inmediato de Veracruz es primordialmente sombrío y sin posibilidades de mejora sustancial a pesar de cualquier canto de sirenas que escuchemos en las próximas tres elecciones hasta el 2018. Los responsables quedarán cubiertos en impunidad sin duda alguna y las consecuencias las pagaremos todos.
Entretanto, una nueva generación crece entre nosotros. Quizá entre ellos y nosotros pueda haber un cambio real en el mediano plazo.
Puede construirse la esperanza aunque también podemos cancelarla como ahora. La decisión es nuestra.
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