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    Eréndira

    Armando Ortiz

    El Hijo Pródigo

    Hoy que es el Día Mundial del Libro recuerdo mi primera lectura de García Márquez, quien apenas la semana pasada cumpliera un año de su partida. Fue en los libros de primaria, entonces tendría 9 o 10 años y en mi libro de lecturas aparecía ese párrafo fundacional donde se describe a Macondo como un pueblo mágico al que un día llegó un gitano llamado Melquíades que se paseaba por las calles con una piedra imán que era un verdadero prodigio. La plasticidad del relato me hacía ver las ollas y los demás utensilios de cocina corriendo tras el gitano que manejaba con pericia la piedra imán, y hasta podía escuchar el crujir de las maderas y contemplar el esfuerzo de los clavos que querían abandonar las puertas y los muebles que sostenían.
    Pero entonces yo era muy chico y Macondo, a pesar de sus piedras como huevos prehistóricos, no tuvo mayor relevancia para mí. En la preparatoria me encargaron leer los cuentos de La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada, fue en ese entonces que empecé a interesarme verdaderamente en García Márquez. Recuerdo que esos cuentos venían en una edición de la editorial Hermes que me dejó impresionado: en la portada aparecían las figuras de medusas, moluscos y nemátodos en color pastel y una foto del autor que no me pareció para nada una persona extraordinaria. Pero al leer los cuentos me quedé sorprendido. Debo reconocer que hasta ese momento mis lecturas sólo abarcaban aparte de las novelas obligadas de Verne y de Salgari, las histerias de Poe, las melancolías de Chéjov y las ficciones descabelladas de Borges. Los cuentos de La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada fueron un mar de luz que me iluminó la imaginación durante mucho tiempo.
    Fue en esos años que a un director brasileño se le ocurrió venir a filmar a Veracruz Eréndira, una adaptación de esa novela corta o cuento largo de García Márquez. Un amigo de Naolinco me dijo que estaban contratando extras para la película y que yo daba el tipo. Según él, iban a armar un circo y necesitaban gente para agarrarla de público. Yo, que había leído el texto sabía que requerían mucha gente para que hicieran fila en la carpa de Eréndira para dejarle empapado de sudor el lecho. La oferta, a pesar de su promiscuidad se me hacía tentadora. Confieso que no pude ir a las pruebas para reparto, pero mi amigo jura que él aparece en una escena de la película donde todos están formados esperando con paciencia el cuerpo obsequioso de la muchacha. Me cuenta además de una mujer gorda y ridícula que andaban paseando por las calles y que al parecer era la abuela de la muchacha, nada menos que la misma Irene Papas.
    La película pasó sin pena ni gloria, como varias de las adaptaciones de las novelas de García Márquez. Pero a mí me pareció maravillosa esa fábula hecha imagen, porque coincidía en mucho con lo que el texto me había dejado ver. Pero sobre todo, nunca pude olvidar el cuerpo menudo de esa actriz brasileña, Claudia Ohana, que interpretó a Eréndira, ese cuerpo que después del de Sylvia Kristel, se convirtió en mi fetiche, acompañándome por las noches en tantos sueños húmedos.
    Todos los grandes escritores relatan que el gusto por la lectura les viene de la tradición familiar. Algunos de ellos entraban a las bibliotecas de los abuelos, esos recintos entonces prohibidos y tomaban los volúmenes de las obras de Verne, para así viajar hasta al centro de la tierra y llegar incluso a los confines de la luna. De modo que la familia es la primera institución implicada en el fomento a la lectura. Pero en el caso de que la familia no tenga el hábito de la lectura entonces está otra institución, la escuela. Los maestros deberían en un momento de relajación, después de las ecuaciones y de la trigonometría, después del cálculo y la biología, leer algún cuento que ellos mismos hayan disfrutado. Porque sólo se comparte lo que se disfruta.
    El libro sería entonces una ventana que se abriría para refrescar las jóvenes mentes con el aire de sus palabras. Cierto, el libro es una ventana a la que el joven se asoma para mirar el exterior, pero también, y esto poco a poco lo irán descubriendo los lectores, es una ventana en la que se puede asomar uno hacia su propio interior.

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