Cecilia Muñoz
Polisemia
El calor trastorna a los xalapeños. Y no, no es ése un masculino genérico que engloba a los dos sexos, sino que me refiero exclusivamente a los hombres de Xalapa: están trastornados.
Si hace cosa de un mes podía caminar con relativa calma sin escuchar TANTOS comentarios intrusivos hacia mi persona, mi sexualidad y mi cuerpo —obviando la vez en que un tipo, después de que ignorara sus chisteos, me gritó con la desesperación de un macho herido «¡roja!»—, desde hace unos días tengo que soportar no solo el bochorno de la ciudad, sino también los besos que taxistas y conductores en general me “mandan” y los «mi amor» y demás expresiones de hombres que invaden mi espacio físico y mental. Por lo tanto he empezado a recaer en lo que en su momento llamé el Síndrome Bambi.
II
Desde el 12 hasta el 18 de abril se llevó a cabo la Semana Internacional contra el Acoso Callejero, cuya repercusión en México al parecer fue nula, a excepción de los pocos comentarios que vi en Redes Sociales al respecto. Lo que más llamó mi atención fue la incredulidad masculina que se expresó por tales medios, así como la censura hacia la palabra «acoso»: «no puede ser acoso porque éste se refiere a una acción realizada por un individuo en reiteradas ocasiones», decían, y argumentaban que la RAE no contempla en la definición de la palabra la posibilidad de que un extraño sea el agente de tal acción, pues la Academia se limita a considerar como acoso lo que ocurre dentro de relaciones personales, así como laborales.
Lamentablemente poca gente conoce que la función principal de la RAE no es normar, sino registrar los usos de cada región hispanohablante. Por suerte, hay otra a la que le gusta estirar los conceptos para que éstos realmente abarquen la realidad. Por ejemplo, gracias a Patricia Gaytán Sánchez, autora de “Del piropo al desencanto”, tenemos la siguiente definición de acoso sexual, creada a partir de una revisión de anteriores estudios sobre el tema: “Consiste en una o varias interacciones focalizadas cuyos marcos y significados tienen un contenido alusivo a la sexualidad, en las que la actuación de al menos uno de los participantes puede consistir en aproximaciones sexuales indirectas (…) y comentarios sexuales que no son autorizados ni correspondidos, que generan un entorno social hostil y tienen consecuencias negativas para quien las recibe (…) Ocurre en diferentes medios”.
III
Sin embargo, mucho antes de leer a Gaytán yo ya sabía por qué me sentía acosada. Bambi, aunque suene raro o ridículo, me lo dijo.
“Bambi: una vida en el bosque”, el libro que en 1923 publicó el austriaco Félix Salten, relata la historia que Disney se encargó de que todos conociéramos, aunque dicha empresa no logró compartir la salvedad que me interesa: el misterio que constituye el hombre para los animales que rodean al corzo (porque en la historia original, Bambi es un corzo, no un ciervo).
Para los animales y para el mismo Bambi, “el hombre” no es una multitud de individuos, sino un ser único y peligroso que desempeña un solo papel: el de cazador, de cientos de ojos y varias manos capaces de arrojar el fuego que asesina. El hombre es un otro que daña y en el que no se puede confiar.
De la misma forma que Bambi, he vuelto a caminar mirando con recelo a los hombres que se me acercan. A aquél que expresa su deseo enfermizo hacia mi persona no lo veo como un individuo, sino como un representante más de un único acosador que se materializa en diversas formas: en el albañil de la obra de la esquina, en un taxista, en un ciclista, en el que pasa a mi lado y se va riendo de su gracia y hasta en ese hombre tan trajeado en el que ingenuamente creí poder confiar.
Es primavera y como al parecer el calor trastorna a los xalapeños, tendré que volver a emplear los ridículos métodos de defensa de siempre: las llaves en la mano, los audífonos en los oídos y, tal vez, probar si es cierto que poner “cara de conejo” desconcierta a los acosadores.
Terrible columna.
«El calor trastorna a los xalapeños (…)están trastornados».
Imaginen -un xalapeño, por ejemplo- si alguien se atreviera a decir en una columna ‘periodística’: «las xalapeñas son iguales» o «las xalapeñas se me quedan viendo porque les atraigo sexualmente porque son unas golfas»…
Este tipo de comentarios -mal mecanografiados por una persona que sufre (ella para sí misma) el complejo de «bambi» (y una obvia falta de figura paterna en la infancia)- tiran por la borda 100 años de lucha por la igualdad. Ni hablar