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    Cecilia Muñoz
    Polisemia

     

     

    Casi 12 años han pasado desde que murió, pero quiero pensar que no así su proyecto, que éste sigue vivo y que aún tiene mucho que ofrecer. Hablo de Graciela Hierro, una de las promotoras más férreas y lúcidas del feminismo en nuestro país, una filósofa que dedicó su vida a desentrañar eso que a unos les resulta tan absurdamente, a veces míticamente, imposible: lo femenino en México.
    Como Betty Friedan hizo en Estados Unidos con La Mística de la feminidad, Hierro durante su vida profesional se dedicó a estudiar y a describir la esencia de la mujer mexicana, segura de la necesidad de una introspección femenina que contribuyera a la autoreflexión de las mujeres sobre sus cuerpos como una posesión única y propia, así como su mentalidad.
    Para nadie debería ser sorpresa si afirmo que la educación informal de las mujeres está centrada en el otro y en sus cuidados: en un futuro marido, en los futuros hijos. Esta educación pasa además por el tamiz del dolor, representado por la menstruación, las relaciones amorosas condenadas al fracaso porque las mujeres amamos “diferente” o “más”, los rituales estéticos amparados bajo el dicho “la belleza duele” y, por supuesto, el parto.
    Nuestro imaginario cultural femenino está repleto de dolor, de debilidad y, por lo tanto, de sumisión. Graciela Hierro lo vio y lo censuró, y por ello urgió la necesidad de crear un prototipo nuevo de mujer, uno de una persona sana y feliz, encargada de su propio placer. Así nació Emilia, la contrapartida del Emilio roussoniano que era el ejemplo del hombre libre y moral pero que, de todas formas, seguía teniendo como pareja a Sofía, la mujer tradicional: maternal, hogareña, eternamente simpática.
    Emilia es una propuesta obvia de educación para la mujer, pero difícil de cumplir en una sociedad donde un tuit que expresa el deseo por una mujer que sepa matar a sus dragones, pero que siga necesitando la ayuda del hombre para abrir la mermelada, recibe 93 Favs y 31 retuits en apenas una hora. Y ni les cuento de ese otro tuit de cierta poeta argentina que culpaba a las madres trabajadoras de la criminalidad…
    ¿Pero, quién es Emilia? Emilia es un nuevo ideal femenino, un personaje que busca una persona, un manual dedicado a las diferentes etapas en la vida de la mujer; un sueño, pero sobre todo, una posibilidad.
    La Emilia niña, propone Hierro, debe ser educada para saber que aunque puede ser madre, no tiene por qué serlo. De hecho, a la pequeña Emilia se le debe incitar el deseo de llegar a ser una persona cuyo último fin no sea la maternidad, sino su propia realización. Para ello, ha de recuperar su cuerpo, conocerlo como suyo y no un depositario de honor alguno, ni futuro trofeo.
    La Emilia adolescente, consciente de su autopropiedad, debe conocer todo lo referente a la sexualidad y a los métodos anticonceptivos, sin tapujos para ejercer ésta sin culpas ni peligros. Desdeña la “virginidad”, pues ya ha interiorizado su ser-persona, contrario al ser-trofeo.
    Entonces llega la juventud y Emilia se enfrenta al reto de no caer ante el temor de no conocer al “príncipe azul” y por lo tanto, de no poder ejercer el papel de esposa y madre que durante años ha constituido el epítome de la realización femenina. En cambio, la joven Emilia acepta que su destino no está previamente escrito en razón de su género, sino que éste es resultado de sus actos. Puede optar o no por la maternidad, pero si lo hace, comprende que no se define únicamente a partir de ésta y que sus hijos no son un medio para justificar el vacío.
    Durante sus años finales, la anciana Emilia sigue siendo una persona independiente desde sus posibilidades. Se niega a ser olvidada a un rincón del hogar o volverse el cáliz donde sus familiares depositan responsabilidades ajenas, pues aún mantiene sus más esenciales intereses y quizás algunos nuevos. En calma, sabe que la vida terminará eventualmente y espera ese final con paciencia, satisfecha de haber elegido activamente su vida.

    Sé que Emilia vive en el interior de muchas mujeres que aún no la han encontrado, seguras de que el rumbo de su vida es el indicado, el escrito. Viven relaciones tóxicas, temen decir “no”, aceptan el acoso sexual como castigo por haber salido de casa, por haberse puesto vestido, por no haber tomado otra calle; desean propuestas de matrimonio dignas de video de Facebook y una vida conyugal en donde serán ángeles de su hogar. Viven como sus madres y abuelas y juzgan a la mujer que se niega al estereotipo. Pero Emilia vive en ellas, en la leve sensación de asco ante la injusticia, en la pasión de sus carreras, en la risa con sus amistades, en la incertidumbre ante la voz masculina que desdeña su indefinido malestar.

    Emilia puede vivir.

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