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    La mística de la feminidad
    Cecilia Muñoz
    Polisemia

     

     

    Hubo una vez una pareja que por mucho que miré, jamás pude comprender. Solía observarlos a menudo, gracias a una proximidad fortuita. Él jugaba videojuegos continuamente, mientras ella se ocupaba en la cocina preparando el desayuno, la comida y la cena, entre el ir y el regresar del trabajo. También lavaba la ropa y los platos. Él, no estoy segura.
    Alguna vez me increpó de tal manera que entendí que ella tampoco había podido desentrañarme y que, además, me juzgaba. Palabras más, palabras menos, quiso decirme: “Aunque no vivas con él, deberías cocinarle. Ahí hay comida, anda, hazlo”.
    No ha sido, sin embargo, la primera mujer joven que he visto actuar y pensar así. Tampoco ha sido la primera en señalar mi falta de “curia doméstica”. La lista de eventos podría ser interminable, pero no quiero terminar ventaneando a todo el mundo, por si acaso me leen. Basta decir que han sido suficientes para descubrir que aun con nuestros años de educación encima, con nuestros títulos universitarios y la conciencia de nuestros derechos y capacidades, las mujeres jóvenes no hemos sido capaces de despojarnos de eso que Betty Friedan llamó la mística de la feminidad.
    Corría 1963 cuando Friedan publicó La mística de la feminidad, libro que se volvería indispensable para el feminismo y que además ganó el Pulitzer en 1964. En él propone una radiografía de la mujer estadounidense de los cincuenta, por lo que podría parecernos ajeno en tiempo y en espacio. Sin embargo, vale la pena leerlo. Porque aunque han pasado 50 años, aún hay algo en La mística de la feminidad que suena a advertencia.
    La mística de la feminidad, dice Friedan, “afirma que el más alto valor y el único compromiso de las mujeres es la realización de su propia feminidad”, la cual solo se puede hallar “en plenitud a través de la pasividad sexual, la dominación masculina y el nutricio amor maternal”. ¿Suena drástico? Entonces hemos de detenernos en el contexto de la obra: la posguerra.
    Tanto la Primera como la Segunda Guerra Mundial significaron cierta liberación e independencia para las mujeres de los países involucrados. Con la mano de obra en las trincheras, ellas pasaron a ocupar su lugar y descubrieron lo que era ser partícipes de la vida pública. Empezaron, además, a obtener mayor educación y por lo tanto, a desarrollar carreras. Friedan evidencia esto al describir las revistas femeninas anteriores a los cincuenta. En éstas siempre había pequeñas novelas que si bien poseían poca calidad literaria, presentaban heroínas cuya misión no era la de conseguir al hombre ideal, sino la autorealización. Sin embargo, después de la Segunda Guerra, estas historias cambian: encontrar la pareja ideal se vuelve el principal aliciente de la narración. Al respecto, Friedan nos relata un encuentro con otros escritores de revistas, incluidas las dedicadas al público femenino. Destaca el comentario de uno de los participantes, quien dirige una revista para mujeres:
    “Nuestras lectoras son amas de casa a jornada completa. No les interesan los grandes temas públicos del momento. No les interesan los asuntos nacionales ni los internacionales. Solo les interesa la familia y el hogar. No les interesa la política, a menos que esté relacionada con una necesidad inmediata del hogar (…) Sencillamente no puedes escribir para las mujeres sobre ideas o grandes temas del momento”.
    Pero Betty Friedan lucha por desmentir tal juicio. En su introducción, describe lo que denomina el malestar que no tiene nombre, también conocido como el síndrome del ama de casa o la plaga del ama de casa por diferentes doctores y psiquiatras. Éste consiste en un sentimiento de vacío y descontento generalizado entre las amas de casa de los cincuenta, mujeres con diversos grados de educación que describían sus días como monótonos entre los quehaceres domésticos y el cuidado de los niños. El malestar que no tiene nombre –revela- permea la vida de las jóvenes casadas que no hablan de él, pero que reconocen sus síntomas. En ese sentido, la mística de la feminidad es la culpable de los sentimientos de vacío de estas mujeres a las que las revistas y propaganda de la época enseñaban a vislumbrar su futuro en los términos de ama de casa y nada más. “Soy la esposa de…”, “la madre de…” confiesan las mujeres entrevistadas por Friedan. Dubitativas, se dan cuenta de que no saben quiénes son por sí mismas ni conocen sus capacidades fuera del hogar.
    De esta manera, La mística de la feminidad pone en entredicho la opinión general sobre las mujeres representada por el mencionado editor. ¿Era o es realmente cierto que las mujeres carecen de interés por los temas públicos? Friedan, como años más tarde la mexicana Elvia Montes de Oca señalará, más bien razona que la “mística de la feminidad”, como ideal de comportamiento femenino, se ve reforzada por la actitud de la prensa escrita en un momento en el que la educación femenina solía verse cortada de tajo al conseguir matrimonio o bien, las mujeres no se esforzaban por triunfar en sus estudios por miedo a que esto se volviera un obstáculo a la hora de encontrar marido, como a la misma Friedan le ocurrió. Y he ahí la primera advertencia que 50 años después La mística de la feminidad aún es capaz de darnos: ¿Cuáles son los valores que extraemos de las revistas (y el entretenimiento en general) que actualmente se publican dirigidas al público femenino?
    Asimismo, Friedan realiza un análisis de cómo las teorías de Freud impactaron en la “mística de la feminidad” de los cincuenta, momento en que tuvieron gran auge. Critica la visión freudiana de las mujeres como eternas menores de edad y el determinismo que lo llevó a afirmar que la belleza, el encanto y la dulzura determinarán el destino de la mujer, primero como adorada amada en la juventud, y una esposa amada en la madurez. En este estudio, ni Margaret Mead, la famosa antropóloga, ni el funcionalismo se salvan del escrutinio y la señalización. Desde una visión holística, Friedan explica cómo el conjunto de factores externos han contribuido a crear una visión de lo femenino que hacia 1960 resultaba sofocante, pues no contemplaba la individualidad de las mujeres ni el hecho de que éstas pudieran realizarse como personas en otros ámbitos ajenos a lo doméstico.
    Más de 50 años han pasado desde que se publicó La mística de la feminidad. Pero si hoy hay mujeres que han aprendido que si bien son capaces de lograr lo que deseen, aún se sienten responsables del mantenimiento de su hogar, aunque éste sea compartido. Ya no soñamos con ser jóvenes y bellas amas de casa viviendo en un hermoso fraccionamiento residencial, pero aún nos preguntamos si podremos “conseguir” un hombre que nos “ayude” a preparar la comida. Quizás resulte que Betty Friedan aún tenga cosas que decirnos.

     

    Comentarios: polisemia@outlook.es

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