La canción que querías te la vengo a cantar; la llevaba en el alma,
la llevaba escondida y te la voy a dar. Arráncame la vida…
Gustavo Ávila Maldonado
Ruizcortinadas
Si contar cuentos fuese equiparable a cantar canciones o, mejor aún, componerlas, sé de un mítico personaje que se posicionaría entre los mejores junto a Charles Perrault o los hermanos Grimm… me refiero a don Ángel Agustín María Carlos Fausto Mariano del Sagrado Corazón Alfonso de Jesús Lara y Aguirre del Pino, mejor conocido en el mundo de la farándula como el músico-poeta Agustín Lara.
De este señor, también distinguido con el pseudónimo “El flaco de oro”, se ha dicho de todo y por esta misma razón es que, a ciencia cierta, no existe una verdad absoluta de lo que fue su vida –no así su obra.
Empezando por su lugar y año de nacimiento, se dice que nació en la ciudad de México en 1897, lo mismo que en Tlacotalpan en 1900 –esta última señalada por el cantante–. Lo cierto es que en este rincón veracruzano, situado a la orilla del Río Papaloapan, vivió su infancia el pequeño Agustín y enamorado de estas tierras –si acaso no lo vieron nacer– se arraigó tanto que, en forma de canciones, lo vimos florecer en eternas melodías como la mágica “Veracruz”.
Soy un ingrediente nacional como el epazote o el tequila […] No soy apocado para el pecado y amar ha sido capital de los míos.
El pasado 30 de octubre se celebró internacionalmente el nacimiento de este gran artista y el día de mañana estaremos también rindiéndole homenaje por su 45 aniversario luctuoso.
Varias generaciones han conocido sus letras, han entonado sus canciones, las han dedicado, han llorado con ellas y otros más han celebrado.
La lírica de Lara es una de las más prolíficas de nuestro tiempo, anecdótica, con una narrativa poco convencional y cuyas vivencias vertidas en las notas invitan a viajar –o incluso, a pecar– a quienes las escuchan. Y es que si quisiéramos hurgar en su vida, no hay mejor que sus canciones para intentar descifrarlo, pues en lo único que coinciden quienes se han dedicado a investigarlo es que Agustín Lara era un mentiroso profesional.
Cual Mata Hari, se dedicó a tejer un halo de misterio alrededor de él, contando distintas versiones de un mismo hecho, al grado que lo único que se podía era sino suponer. Tal es el caso de la famosa cicatriz de su rostro, aquella que le cruzaba de la comisura del labio hasta la oreja y que le daba un rasgo muy peculiar, en tanto que su dentadura postiza no encontraba sostén.
Cuando le preguntaban cómo sucedió tal accidente las respuestas variaban, entre las más conocidas –y que se supone la verdadera– fue la de una de sus amantes, una bailarina que en un ataque de celos le atravesó el rostro (de adentro hacia afuera) con una navaja de barbero, otros dicen que fue con una botella rota, con lo que haya sido le ocasionó un daño irreparable en la encía y posteriormente, en su dentadura que tuvo que ser remplazada.
Sin duda Lara era un sagaz viejo lobo de mar que supo aprovechar ésta y muchas otras vicisitudes que se le atravesaron en el camino, para abrirse paso en su carrera como cantante y actor. Compuso cerca de setecientas piezas musicales y participó en treinta filmes cinematográficos.
«He amado y he tenido la dicha de que me amen. Las mujeres en mi vida se cuentan por docenas. He dado miles de besos y la esencia de mis manos se ha gastado en caricias, dejándolas apergaminadas. He tocado kilómetros de teclas de piano y con las notas de mis canciones se pueden componer más sinfonías que las de Beethoven».
Otra de las cosas casi imposibles de dilucidar es lo que respecta a sus mujeres. Tenía infinidad de admiradoras, amantes y se cuentan varias esposas, de las cuales tampoco se tiene certeza que se haya casado, pues también se cuenta que las bodas eran semejantes a una recreación teatral, en donde se contrataban actores para llevarlas a cabo. Existe quien sostiene que su único matrimonio fue con Esther Rivas Elorriaga en 1917, o bien con Carmen Zozaya en 1939. Lo misma disputa está entre quienes se dice fueran sus más grandes amores Angelina Bruscheta Carral (1928) o la diva de divas, “La doña” –a quien dedicó «María bonita», «Noche de ronda» y «Aquel amor»– María Félix, con quien supuestamente también se casó (1945) y existe una copia del acta de divorcio (24 de octubre de 1947) que da fe de ambos hechos. En la lista figuran también Clarita Martínez (1949), Yolanda Santacruz Gasca ‘YiYi’ (1953), Vianey Lárraga, a quien tuve el gusto de conocer hace poco, pues asistió a la presentación de la novela «La coartada» de Everardo Maldonado, su última mujer fue Rocío Durán, que durante mucho tiempo la consideró como su hija, (1964) con quien pasaría sus días antes de trascender al más allá el 6 de noviembre de 1970.
La lista de canciones, lo mismo que de mujeres del “Flaco de oro” es más larga de lo que aquí se cuenta, pues tuvo de todo, desde féminas de la “vida fácil”, hasta algunas de vida difícil, mujeres complicadas como lo fue “La doña”. Además la lista de sus intérpretes y de admiradores, seguramente, seguirán multiplicándose con el pasar de los años, conforme las nuevas generaciones conozcan la obra de este grande de la música mexicana: Agustín Lara.
«Mis pobres manos. Alas Quebradas. 1900-1970»
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