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    Cecilia Muñoz
    Polisemia

     
    Violaciones en cárceles, el Servicio Militar, la tradicional imposición de ejercer mayor responsabilidad en el hogar, las confrontaciones físicas, la obligación de dar el primer paso, la humillación social impuesta por no adaptarse a los cánones masculinos y hasta la mentada friendzone… Todos asuntos que el género masculino siente como suyos y que con desazón, o quizás más bien coraje, no ve representados ni cuestionados activamente por los feminismos ni las feministas. Y entonces, claro, inicia el señalamiento y con él, la confrontación.
    En Internet, la nueva casa del pueblo, circula un minitexto al respecto que reproduzco a continuación: “Cuando los hombres se quejan de alguna cosa sobre inequidad de género concerniente a ellos y luego dicen ‘¿por qué las feministas no se quejan de esto?’ ¿Bueno es que hasta les tenemos que resolver la vida? ¿No podrían hacer algo ustedes mismos por cambiar su situación? Nadie te tiene que resolver los problemas, no hagas berrinche porque las mujeres sí intentan resolver los suyos”.
    Si bien el texto tiene su dosis de razón y, de paso, apela inconscientemente a lo que el psicólogo Luis Bonino llamó “abuso de la capacidad femenina de cuidado”, extrapolada a nivel social y político, se equivoca en la tajante separación del género masculino y femenino (pues con ello omite a quienes no se sienten parte de ninguno de ellos y a la vez transmite la sensación de una guerra de sexos que no tiene lugar) y, además, cae en un error frecuente: no diferencia entre el activismo/discurso de una causa y los valores de ésta.
    Porque claro, es cierto que los feminismos centran su atención en las problemáticas vividas por las mujeres, o mejor dicho, para adecuarnos a los nuevos tiempos: por las personas leídas mujeres, lo cual no tiene o no debería tener nada de malo, sobre todo si recordamos que, de acuerdo con Luis Bonino, tradicionalmente se ha explotado la capacidad de las mujeres para el cuidado de otras personas a través del tradicional papel de madre y, más recientemente, el de secretaria, gestora, etc…
    “Esta capacidad está muy desarrollada en ellas por efectos de su socialización que las impele a ser para otros”, continúa Bonino y si nos apegamos a lo que postula, ¿no resulta entonces el feminismo un descanso histórico? ¿No le permite acaso a la mujer cuestionar el tradicional papel de cuidadora de otros para acceder a cuidarse a sí misma?
    Sin embargo, ¿acaso el feminismo propone la omisión total de las preocupaciones masculinas? Por supuesto que no: cuestionarse los parámetros de la feminidad implica por fuerza cuestionar los de la masculinidad. De hecho, la mayoría de las feministas están conscientes de los efectos tóxicos de la masculinidad tradicional en los individuos varones y son bastantes capaces de señalar sus casusas y consecuencias, pero pocas deciden meterse en ese asunto activamente por la misma razón por la que yo no hablo de feminismo indígena: siendo una mujer de clase media, citadina, universitaria, mestiza, ¿me concerniría? ¿No estaría apropiándome de una cultura que puede ser representada perfectamente por sus integrantes? Y esas mismas preguntas me hago cuando me preguntan por qué no me preocupo por hombres: ¡Por supuesto que lo hago! ¿Pero debería ser yo quien liderara un movimiento de cuestionamientos y luchas masculinas?
    Así que si, a su parecer, el feminismo peca de “egoísta” cuando se trata de los problemas masculinos, no se sulfure. Simplemente recuerde que algunas personas consideramos necesario construir discursos en los que podamos identificarnos e identificar a nuestras semejantes. ¡Y los hombres también pueden hacer lo mismo!

    polisemia@outlook.es

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