Arturo Reyes González
Burladero
Al menos como las estamos viviendo hoy, el cambio ha sido radical para quienes todavía nos tocó ese tipo de campañas políticas donde el dispendio era un tema incontrolable; llegaban por millones camisetas, cilindros, gorras, lapiceros, encendedores, posters, pulseras de tela y de plástico, cubetas, cuadernos y ya en menor cantidad relojes de pulso y otros obsequios como adornos para el hogar, relojes de pared, servilleteros y micro perforados para los automóviles, etc.
De hecho, una de las mejores maneras de conseguir algún favor o beneficio de parte del candidato en cuestión, ganar su simpatía o estar en el ánimo era, cuentan, irse al lejano oriente a ver cuáles eran los productos de moda o los que se podían conseguir a mejor precio por cantidades industriales para traerlos y obsequiarselos.
Contenedores, contenedores decían, te vas y compras unos con miles, millones de productos listos para serigrafiar con el nombre, el rostro, el lema del candidato y sale más barato que comprar en todo Veracruz o en el país.
Atrás quedaron esos momentos en que quienes vendían ese tipo de productos promocionales, lonas, serigrafistas y anexos veían con agrado llegar los tiempos de campaña a diputado, alcalde, senador o gobernador, había trabajo, había solicitudes aún cuando no tuvieran los mejores precios para competir con grandes distribuidores del extinto DF hoy Ciudad de México, porque no faltaban los bomberazos de última hora.
Hubo quienes cuando veían que su apuesta no había sido la buena y se habían equivocado corrían a pedir que les imprimieran más productos del candidato que sí iba a ganar y aunque fuera de última hora, hacerse presente y ofrendar promocionales para cerrar “con todo” la respectiva campaña y tratar de alcanzar algo, un puesto, un favor, una dispensa y no salir con las manos vacías ni quedar fuera de la jugada polaca.
En esa dinámica había diferentes modelos de productos, calidad, variedad que hacía que muchos quisieran tener no solo una playera del candidato a gobernador con su nombre, sino la de rostro chistoso o la de la última caricatura que acababa de salir.
Eran tiempos sin duda en los que hasta el más pobre se llevaba algo, un obsequio, un recuerdo, que si bien es cierto no era y es más que una dadiva que se pagó con sus impuestos, algo le quedaba en sus manos, lo podía vestir, palpar, usar aunque fuera por un corto tiempo. Me atrevo a pensar que se sentía tomado en cuenta por su líder de colonia, de seccional, de partido.
Hoy, hoy todo es insisto radicalmente diferente.
¿Dónde están los equipos de sonido por las calles con la canción o jingle animado, ingenioso, bailable que parodiaba a la canción de moda?,
¿Dónde los grupos de jóvenes alegres echando porras, gritando a favor de su candidato, “prendiendo” el ambiente casi convencidos de que a quien aceptaron representar con su trabajo y sudor era el bueno, porque al menos una temporada les dio un ingreso?
¡Ah, qué tiempos aquellos, que ya no regresaran!
Hoy, entonces, que miles, millones de ciudadanos ya no van a tener a alguien tocando a la puerta como antes para pedirle su voto, su credencial de elector, llevarle una despensa, dándole la cara, generando un “compromiso”, ojo, que también era una situación que servía al ciudadano de a pie para ajustar cuentas con alguien de carne y hueso y reprochar lo no cumplido, quizá lo único, lo único que le quede sea… acudir a votar. Así sea.
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