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    Salvador Muñoz

    Me cuesta trabajo escribir en el teclado. Tres mordidas en mi dedo índice izquierdo me recuerdan a Febe, una gatita de escasos seis meses que fue víctima de una jauría de perros. Cuando los vi, bajé del carro aún en movimiento y huyeron ante mi presencia. Los reconocí. Son los mismos que viajando en moto, con mi perro, intentaron una vez atacarnos. Los mismos que yendo a pie, han intentado atacarnos…

    Tomé a la gatita en mis brazos mientras me lanzaba un maullido, de ésos suaves, como si me hablara, intentara decir algo. Sólo quienes tienen y aman a los gatos podrán entender de lo que escribo. Mientras le hablaba dándole palabras de consuelo, buscaba heridas y un chorro de orina escurrió hasta el piso (más tarde sabría el porqué de ese enorme chorro)… la nariz le sangraba, un ojo estaba lastimado pero nada grave. Al final, la llevamos al Centro Veterinario, abierto las 24 horas… Allí, cuando el doctor intentó levantarla para pesarla, lanzó arañazos y mordidas. La agarré y fue cuando me mordió una, dos, tres veces, pero se calmó… no sé si me reconoció cuando le hablé, pero se calmó.

    Una mordida había alcanzado su vejiga (por eso el chorro de orina), tenía otras mordidas, la mayoría en la parte trasera donde supongo fue agarrada en el ataque de los perros. El sangrado por la nariz, me explicaba el doctor, pudo ser por una herida interna. Haría lo posible.

    Subimos fotos, describimos su collar, el lugar donde se perpetró el ataque. Y nada. Brenda recorrió la calle, la avenida del Café, donde se encontró rostros hoscos pero más la gente que se preocupó por ese pequeño felino.

    Una joven y su hermanito hasta se ofrecieron en darle asilo a la gatita cuando saliera del “hospital”; otra joven se ofreció en pasar por el grupo de Whatsapp de vecinos, el caso de la minina. Pero nada.

    El domingo nos alistábamos para asistir al veterinario y hablamos por teléfono antes, pero el doctor pidió que esperáramos, que él se comunicaría un poco después… me extrañó. A la hora que dijo, llamó. “tuvo altas y bajas durante la noche… al mediodía se vio una ligera mejoría, pero en la tarde falleció”.

    ¿Qué hacemos? Lo mínimo, incinerarla… hicimos los trámites y regresamos Brenda y yo tristes… nuestros esfuerzos habían sido inútiles.

    El domingo en la mañana, Brenda recibió una llamada. Su dueña había sido notificada por el grupo de Whatsapp vecinal de su mascota. Se llama Febe. A Brenda le tocó darle la mala noticia a una joven de 16 años que en cuanto supo dónde estaba su compañera felina, fue por ella y le dio sepultura en algún jardín de la casa que renta.

    Febe me dejó tres recuerdos: ese maullido cuando la tomé entre mis brazos, como si me dijera “ayúdame”; sus tres mordidas en mi dedo que me decían que quería vivir; y la esperanza de su amiga humana, que nunca se rindió y hasta el final, quiso que Febe quedara cerca de ella.

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