Angélica Cristiani Mantilla
Atendí el llamado del director del periódico para el que trabajaba, me pidió que la próxima entrega fuera un reportaje sobre uno de los festivales más grandes en el estado, el periódico me proporcionaría todas las facilidades y comodidades para hacerlo, emocionada salí de su oficina preparando mentalmente las palabras y la estructura que usaría en mi próxima publicación. Horas más tarde me llamó para citarme en un bar donde me presentaría el resto del equipo que me acompañaría, di aviso a mis amigos para que aplazáramos los pendientes recreativos que teníamos para ese día.
Me presenté en el bar como había acordado, no pasaban de las ocho de la noche, el ambiente carecía de aires laborales, mi afán de ser cordial y la promesa de la llegada del resto del equipo me hizo permanecer en el lugar, en la mesa había dos mujeres más, el resto en mayoría eran hombres. Diez minutos después de mi llegada, mi jefe pagó la cuenta delatora de una larga y descarrilada estancia, me hizo la invitación para ir a otro bar, con la garantía de que nos encontraríamos con los importantes compañeros faltantes. Por compromiso, acepté.
Para llegar a la nueva locación fue necesario transportarnos en taxis, no era un lugar muy accesible para quien no tenía auto. La recepción que nos dieron me hizo saber que estábamos en un lugar familiar para mi jefe, la grandiosa atención supuse que era debido a que éramos la única mesa. ¡Chelas para todos! yo rechacé la oferta y pedí un ginger ale, lo mismo hizo una de las otras dos chicas. Haciendo uso de mi indulgencia, intenté poner atención a la plática etílica y poco coherente de los asistentes, entre los cuales tampoco se encontraban las otras personas por las que yo había aceptado ir. Mi incomodidad se incrementó cuando me percaté de las constantes idas al baño de los acompañantes de mi jefe, sus reacciones me aseguraron que la juerga que tenían estaba influenciada por algo más que alcohol.
Las efusivas atenciones de mi jefe me acorralaron para buscar una excusa y retirarme, sentí miedo de parecer grosera y perder mi empleo; mientras conversaba con una de las chicas, seguí buscando la justificación asertiva para poder salir invicta. Observé la hora, con intención de alcanzar aun la reunión de mis amigos, saqué mi celular y al intentar llamarlos me percaté que no entendía los comandos de mi móvil, estaba mareada, supuse que me había bajado la presión, volví a ver el reloj, mi percepción fue que habían pasado cinco minutos cuando en realidad había pasado más de una hora, oportunamente recibí una llamada de una amiga, al ponerme de pie para contestar me di cuenta que mis piernas no tenían fuerza, temblorosa salí del bar para contestar, fue que escuché un grito de una de las chicas “qué le echaron a las bebidas hijos de puta” asimilé que me habían drogado, con mucho trabajo le di aviso a mi amiga que estaba al teléfono, alarmada me pidió que me saliera de ahí y que tomara un taxi.
La descarga de adrenalina que recibí gracias al miedo fue mi aliada, regresé a la mesa, tomé mis cosas y disimuladamente me salí, atrás de mi salió otra de las chicas, ya afuera como pudimos bajamos las escaleras, lo cual en verdad fue un logro pues las piernas cada vez respondían menos, tenía claro que debíamos ser rápidas, fuertes y discretas, intuí que no nos habían drogado para “pasarla bien”. De pronto la otra chica entró en pánico, la desorientación era tanta que no tenía idea dónde había dejado su auto, procuré calmarla a la par de intentar conseguir un taxi, acto seguido ella encontró su auto y yo un taxi, no la pude convencer de que no manejara. Al subirme a la unidad, reventó otro gran miedo, ¿cuál era la garantía de que el conductor no fuera un cómplice de aquellos de los que estaba huyendo? el tiempo se agotó y perdí el conocimiento. El taxista resultó ser un hombre justo que hizo que me encontrara con mis amigos.
Siempre he creído que librar un combate con la propia muerte, te pone en una conciencia diferente respecto a la vida, te vuelves más eficiente, eso es porque cuando descubres lo fácil que es morir, comienzas a vivir “tiempo extra”, optimizas los errores para disfrutar más la compañía de Chronos. Aquella noche clínicamente estuve muerta por un momento, las convulsiones de las próximas horas me hicieron saber que estaba muy viva, esta experiencia me permitió conocer literalmente lo que es defender la vida.
Para mi siempre ha sido importante trabajar duro tanto conmigo como con más mujeres, con el objetivo de actuar en congruencia con lo que pienso y siento, el haber estado muerta me dio la repuesta de todas esas dudas que me surgían cuando escuchaba el testimonio de mujeres maltratadas, que a simple vista pareciera que por decisión permanecían sumisas ante el agresor, ya sea sexual, psicológico, emocional, laboral o económico. Ese día me reconcebí como mujer, mi mirada se volvió más profunda, mis oídos más compasivos, mis pasos más firmes, mis palabras más certeras y mis actos más esperanzadores, ¡cuanta fortuna!.
El 9 de septiembre de 2015, Araceli González Saavedra, representante legal de la organización Equifonía Colectivo por la Ciudadanía, Autonomía y Libertad de las Mujeres A.C., presentó ante la Secretaría Ejecutiva una solicitud de declaratoria de Alerta de Violencia de Género contra las Mujeres (AVGM) para el estado de Veracruz, fue hasta el 23 de septiembre 2016 que la Secretaría de Gobernación, a través de la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres, emitió formalmente la declaratoria de Alerta de Violencia de Género contra las Mujeres (AVGM) para los municipios de Boca del Río, Coatzacoalcos, Córdoba, Las Choapas, Martínez de la Torre, Minatitlán, Orizaba, Poza Rica de Hidalgo, Tuxpan, Veracruz y Xalapa. Dos meses después, el 23 de noviembre, se declaró la alerta de género por violencia feminicida al Estado de Veracruz.
De acuerdo con la solicitud inicial, la inseguridad en el estado tiene una fuerte carga de género, cuya máxima expresión se observa en la violencia feminicida, del año 2000 al 2015 se registraron 1,214 casos de homicidios dolosos de mujeres y niñas, 30,898 casos de violencia familiar, 27,221 casos de violación sexual y otros delitos sexuales, 78 casos de lenocinio y trata de personas y 1,679 casos de mujeres desaparecidas de las cuales 338 no fueron localizadas. La mayoría de los casos de homicidios dolosos de mujeres y feminicidios reconocidos por el estado de Veracruz, ocurridos en el periodo de 2000 a agosto de 2015, se encuentran inconclusos.
Las cifras y las rutas críticas demuestran que las autoridades no tienen prisa en atender las alertas, pareciera que las alarmas del despertador sonaran y las pospusieran para dormir cinco minutos más. ¿Y es que me pregunto qué tanto influye el hecho de que un estado declarado con Alerta de Violencia de Género contra las Mujeres siga siendo gobernado en su mayoría por hombres? De los 50 diputados en el Congreso del Estado, solo 19 son mujeres, de los 212 municipios 56 tienen mujeres alcaldes electas, de los 10 magistrados del pleno cuatro son mujeres, tenemos un fiscal y un gobernador hombre que tiene un gabinete donde sólo cuatro féminas son titulares.
Muchos son los esfuerzos, leyes, códigos y propuestas en contra de la violencia de género, mujeres desde su trinchera luchan por construir en veracruzanas mejores y mayores relaciones con la vida pública, se me viene a la mente la voz de Mercedes Sosa “merecer la vida, no es callar y consentir tantas injusticias repetidas, es igual que darle a la verdad y a nuestra propia libertad la bienvenida, no es lo mismo que vivir honrar la vida”. Se los digo con conocimiento de causa, ya no hay tiempo que perder, el despertador ya sonó, es hora de levantarse.
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