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    Felipe de Jesús Fernández Basilio

    Desde a Janela

     
    Un denominador común en todas las campañas electorales para obtener un puesto de poder ejecutivo (sea para gobernador estatal o bien sea para presidente de la república) que se han llevado a cabo en nuestro país es el exceso en las promesas de campaña, ya que en ellas se han prometido cosas imposibles de cumplir y sin que ello tenga una consecuencia real para el candidato que en su momento resulta vencedor.
    De lo anterior tenemos como ejemplo más reciente al actual presidente Peña Nieto, quien hace seis años cuando era candidato (palabra que viene del color de la toga que vestían quienes aspiraban a un cargo electivo en la Roma republicana y la cual era blanca o gris clara y de ahí que le llamaban “toga cándida” o clara) hizo varias promesas que certificó ante notario entre las cuales había la construcción de un tren rápido entre Mérida y Cancún, obra que fue definitivamente cancelada hace unos años; así como también prometió que él sí iba a poder construir el nuevo aeropuerto para la Ciudad de México, obra que definitivamente no va a completar, entre muchas otras que no va a cumplir y que incluso cuando las prometió sabía que no era posible llevarlas a cabo y por ello la certificación notarial.
    Pero él no ha sido el único candidato que ha prometido cosas imposibles de cumplir, ya que lo han hecho todos sus predecesores e incluso los candidatos derrotados tanto a nivel federal como local y esto ha sucedido por varias razones, de las cuales voy a destacar dos, ya que a mi parecer son las que más propician esta situación.
    En primer lugar, lo hace el diseño del sistema constitucional que impera en México, ya que el mismo otorga periodos relativamente largos de gobierno (seis años) sin dar la posibilidad de reelección, ya que se pensó que al vedarse como una conquista de la revolución el que se pudieran reelegir los ejecutivos (no me gusta para nada ese término) se les compensaba con darles un periodo largo en el puesto y ello conlleva invariablemente a la irresponsabilidad electoral del candidato electo, la cual se manifiesta más en quien llega a la primera magistratura de la nación, ya que quien la alcanza al menos electoralmente no tiene nada más a que aspirar y por lo mismo lo que haya prometido en la campaña deviene irrelevante para su persona, puesto que coronó sus aspiraciones en la vida pública del país o como en la antigua Roma decían: ya completó su “cursus honorum”, o sea su carrera política y por lo mismo al no aspirar el personaje en cuestión a nada más, poco importa si le cumple o no a su electorado lo ofertado en campaña, lo cual no sucedería si se acortara el periodo a tres o cuatro años y se permitiera la reelección, ya que al menos en el primer periodo el candidato electo se vería obligado a ser más serio con su electorado.
    Y en segundo lugar se llega a el incumplimiento de las promesas hechas en campaña (término que es de origen militar y que se refiere a cuando un general sale de su cuartel a combatir en el campo) debido a la formación cultural que tenemos y en la cual siempre se han privilegiado los concursos de oratoria por encima de los debates y basta para corroborar la afirmación hecha el que en la educación primaria existen y son muy apreciados los concursos de declamación o de oratoria, mas son inexistentes los debates o confrontaciones de ideas (contrario a lo que sucede en los Estados Unidos) y de ahí el que se clame por parte de los opinadores de la vida pública la cursilería de que las campañas sean propositivas y no de contraste de ideas, llegando al grado de que lo más relevante de los debates entre candidatos sea la presentación de la edecán que los asiste, muy por encima las intervenciones de cada uno de ellos, debido a que cada candidato se encuentra en un canal diferente ofreciendo sus propuestas y no confrontándolas apasionadamente frente a las de sus contrarios, lo cual hace ese ejercicio totalmente inoperante y sobre todo fomenta la irresponsabilidad electoral de los contendientes, ya que al restarse importancia a la confrontación de ideas en aras de escuchar las más bellas proposiciones electorales lo único que se hace es lograr que se prometan cosas muy bonitas pero imposibles de llevarse a cabo, sin que haya una consecuencia para la persona que las ofreció.
    De ahí que es necesario reformar tanto el sistema electoral como la formación educativa de los mexicanos, fomentando más la confrontación de ideas y también acortando los periodos gubernamentales y permitiendo la reelección, lo cual vincularía más con sus compromisos de campaña a cualquier candidato triunfante, ya que en algún momento quien ha sido favorecido en las urnas se vería obligado a refrendar su encargo y para ello tendría que cumplir con lo ofrecido en la elección pero mientras ambas cosas no sucedan seguirá vigente el refrán que sostiene que “prometer no empobrece”.
    felfebas@gmail.com
    Twitter: @fefebas

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