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    Angélica Cristiani Mantilla

    La Xalapita

     

     

    Era abril del 2009, los titulares de los periódicos a nivel nacional alertaban sobre las consecuencias de la pandemia AH1N1, el sector salud lanzaba múltiples campañas para prevenirla, la sugerencia más común era lavarse las manos constantemente, conforme pasaban los días, el uso de tapabocas era indispensable, las actividades a nivel federal se suspendieron, saludar de beso y abrazo era un acto suicida, respirar se volvió catastrófico, cualquiera de nosotros estaba expuesto a ser atacado por el virus de la Influenza. Los lugares públicos se volvieron zonas de atentado y el gel antibacterial un paliativo contra el miedo.

    A casi diez años los sobrevivientes de aquel virus nos enfrentamos a otro tipo de pandemia, probablemente más peligrosa, generaciones y generaciones han sido infectadas y aun no ha podido ser controlada, muchos han sido los esfuerzos pero pocos han sido los avances, esta maldita pandemia también ha sido tratada con tapabocas.

    Por muchos años se creyó que la prevención del contagio de dicho virus dependía de quien lo contrae, estudios recientes afirman que depende del transmisor, razón por la cual hablaremos del perfil y síntomas del sujeto patógeno.

    El rasgo más común e imperante es una inmadurez psicológica y emocional que repercute en una incapacidad de relacionarse con los demás. Generalmente tienen una personalidad con tendencias posesivas, los caracteriza su inseguridad extrema que repercute en deseos de doblegar a otros, poca tolerancia, su temperamento es explosivo, manifiestan su fragilidad emocional por medio de reacciones agresivas,  son incapaces de asumir la responsabilidad de sus actos, carecen de empatía y de entendimiento de la palabra NO.

    Las zonas de contagio son múltiples, puede ser contraído en algún obscuro callejón, en el transporte público, en los salones de clases de todos los niveles, en los antros, en reuniones de las más altas o bajas esferas sociales, en entrevistas de trabajo, en el seno familiar, ataca por igual a pobres, ricos, viejos o jóvenes. Estudios demuestran que el género masculino es más vulnerable para volverse transmisor, sin embargo es incubado en su mayoría en la crianza materna.

    Lo crítico de los problemas de salud pública suelen medirse en cifras de personas infectadas, respecto a este virus es muy poca la información objetiva que se tiene, pues una de sus principales características es que los afectados no pueden reconocer su condición. Una vez que has contraído el virus es muy probable que hagas cualquier cosa para ocultarlo, si te descubren podrás ser juzgado sin ser enjuiciado.

    La primera vez que fui contagiada callé para proteger a mi familia, no entendía bien lo que pasaba, el sentimiento que imperó fue la culpa y el miedo. Algo me fue arrebatado, pero no supe qué. La segunda vez asumí que era algo normal por el hecho de ser mujer, más me valía no hacer drama. La última vez tuve que elegir entre ser violada o desempleada, cualquiera de las dos fueron un atentado a mi dignidad. Preferí ser desempleada y que me etiquetaran como fracasada, que ser violada y que me juzgaran como prostituta. ¿Me pregunto cuántas secretarias que se volvieron amantes de sus jefes lo eligieron en libertad o en el miedo de perder sus empleos?

    Entre los avances científicos del siglo XXI destacan la reprogramación celular, el descifrar el genoma humano, se logró hallar agua en Marte, se hallaron planetas similares a la Tierra, la nanotecnología, incluso se comprobó la existencia de “la partícula de Dios”. Sin embargo, como dijera el meme es “insulting and unacceptable” que en pleno pinche siglo XXI aún no podemos encontrar la forma de que las mujeres sean libres para andar por la vida sin el pánico a ser atacadas ya sea por un enfermo sexual o por una mente llena de clichés.

    En qué siglo lograremos dejar de creer que es normal que cuando una mujer camina por la calle le vean las nalgas, que es normal que nuestro éxito profesional dependa de cuántos y qué penes tenemos que dejar que transgredan nuestras vulvas, que es normal que las bromas sexuales deban ser correspondidas con sonrisas, que es normal que las mujeres que hemos sido violentadas debamos callar para no exponernos a los crueles juicios de la sociedad, que es normal que debemos sentirnos culpables por “haberlo permitido”. ¿Cuándo nuestra feminidad, intelecto y cualidades dejarán de ser valorados dependiendo del acceso a nuestra sexualidad?

    Pocas son las mujeres en México que a lo largo de su vida no serán violentadas sexualmente, pero más pocas son las que tendrán el valor o la desesperación para denunciar, ¡eso no es normal!, como tampoco es normal vivir con miedo, con el asco que te produce recordar el momento del ataque, con la sensación de no pertenecer o valer menos que las demás, con el temor a que seas criticada si alguien se entera, con la incertidumbre de perder o no obtener eso que otro decidió darte a cambio de violarte, ¿justicia? no existe, porque no hay castigo que pueda resarcir el daño de una violación.

    En secreto y en soledad, la mayoría hemos aprendido a continuar con la vida después de una violación,  probablemente ahora mismo junto a ti se encuentre una mujer que fue violada o que lo será próximamente, regálale una sonrisa y hazle saber que no es normal aunque no sea la única, que NO es culpable y que llegó el momento de hacernos responsables. Podemos comenzar por aceptar que una vagina que fue violada sigue siendo digna de sentir placer y de ser amada. Por cierto, el antídoto se llama respeto.

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