Salvador Muñoz
Los Políticos
Horacio pidió permiso para ir al baño y la maestra Dora Alicia lo concedió. Sus gritos de dolor hicieron que no sólo ella, sino el resto de los alumnos saliera para encontrarse a Horacio en el suelo, tratando de llevarse las manos a las espaldas. Al levantarle la camisa, todos los que estábamos cerca de él, sus amigos, vimos las heridas causadas por dos diábolos… alguien le había disparado desde alguna azotea cercana a la escuela Venustiano Carranza. Nunca supimos quién lo hizo, pero por un tiempo, nuestra mirada siempre estuvo alerta hacia la azotea que daba frente al segundo piso de nuestra primaria.
II
No recuerdo su nombre, pero sí su apellido: Loyo. Algo tenía en la nariz, que un leve rozón era suficiente para que empezara a sangrar. Buscaba entrar al círculo de lo que llamábamos el Grupo de los 6: Coria, Herrera, Horacio, El Chato, Montoro y yo, que nos consideraban los más inteligentes de sexto grado. Era singular, bromista y a veces pesado… una ocasión me fastidió, y le apliqué el rozón en la nariz… sinceramente fue un placer muy raro verlo sangrar mientras alzaba la cara para detener su hemorragia. Pero la historia de Loyo no es recordada por su nariz, tanto como por su pierna. Jugábamos futbol a la hora del recreo. Corríamos, pateábamos, “¡pásala, pásala!” era el grito usual cuando uno se mezcló con tronidos, olor a pólvora y dolor. Loyo se había barrido para quitar un balón y parte de su pierna, si no mal recuerdo, la derecha, echaba humo. Una maestra, creo de nombre Delia, llegó a auxiliarlo y lo hizo de la manera más sencilla: ¡bajándole el pantalón ante las risas de los presentes! pero esta risa desapareció cuando vimos su pierna y la enorme llaga que le habían provocado unas “brujitas”, esos garbanzos bañados en pólvora, que tuvo la mala idea Loyo de echarse a la bolsa del pantalón… la fricción hizo lo demás.
III
Paulino era un indígena de algún pueblo cercano de la zona de Zongolica. Entró a tercer grado pero no había lugar para él… la maestra preguntó qué pareja podría hacerle un lugar en el mesabanco al nuevo compañero… mientras yo me hacía buey, como el resto de mis casi 40 compañeros, Carlos, mi primo, con quien compartía la banca, alzó la mano y voz en pecho dijo: “Nosotros”. Para mis adentros, yo bufaba contra mi primo, pero tuve que hacer mi mejor cara para hacerle un lugar a Paulino.
Cierta ocasión, la maestra fue llamada por la directora y pidió que nos portáramos bien. En cuanto desapareció en la oficina de la directora, el salón se volvió un desmadre. Brincos por aquí, brincos por allá, corretizas por los pasillos del aula y entonces, los más osados, salían del salón y volvían a entrar, salían del salón y volvían a entrar, pero entonces, alguien de los que estaba afuera gritó: “¡ahí viene la maestra!” y los que estábamos adentro, nomás para joder a los de afuera, intentamos cerrar la puerta del salón pero nos encontramos con una fuerza similar que intentaba abrirla, pero éramos más los de adentro y logramos nuestro objetivo salvo por un ligero detalle: Paulino, en un esfuerzo desesperado por no ser cachado con otros alumnos afuera del salón, puso su mano en el marco de la puerta ¡y se la prensamos!
La maestra, con pala de madera en mano, preguntó quiénes habían cerrado la puerta. Junto con otros siete u ocho compañeros, alcé la mano. Nos puso en fila viendo hacia el pizarrón y uno por uno, la pala de madera mordió las nalgas de mis compañeros… yo fui el último, y en mis posaderas se reventó la pala.
Paulino nos guardó rencor, y siempre que tenía oportunidad, al pasar en el camión que lo llevaba a su casa, nos escupía.
IV
Me entero por las noticias de que dos niñas de sexto año “planearon” darle veneno para ratas a una de sus compañeras, allá, en alguna primaria de Las Choapas. Al final, desistieron, pero de su plan, otros alumnos se enteraron y fueron reportadas primero a las autoridades escolares, y éstas a su vez, lo hicieron con sus padres. Me parece increíble lo que leo. Niñas de doce años aproximadamente tuvieron la idea de eliminar a otra por “celos”… ¿es en serio? Pudiera pensar que algo ocurre en nuestros infantes, pero recuerdo que nosotros éramos cabrones, mas no creo que “malos”… pudiera citar que éramos traviesos. Nuestras diferencias las arreglábamos en los prados de un Hospital. Hicimos nuestros primeros dibujos eróticos en los baños de la primaria, que hacían estallar de risa al conserje don Miguel; poníamos apodos a las madres de nuestros compañeros, como “La Gatúbela”, que hizo que un día Portals se arrojara sobre Álvaro con un palo en alto intentando descalabrarlo… y la cantidad de travesuras no tendrían fin… éramos igual de crueles pero también solidarios al dolor de “Perico”, quien fue brutalmente golpeado por su madre enfrente de todos por haber reprobado sabrá Dios cuántas materias… todos guardamos silencio esa vez… pero de eso a “planear” un crimen, creo que no llegamos a tanto.
smcainito@gmail.com
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