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    Angélica Cristiani

    La Xalapita

    Como ser humano he tenido la necesidad de desafiar mi lado obscuro, ese que cuando quieres ligarte a alguien escondes, ese que solo conoce la gente más cercana a ti, ese que jamás irá en tu tarjeta de presentación, ese que todos tenemos pero que no quisiéramos tener; cuando de evolucionar se trata, es elemental hacer un trabajo de introspección y enfrentarte a él. Los prejuicios son una de sus armas más poderosas, te privan, te encarcelan, si cedes ante ellos, te vuelven miserable.

    Hace muchos años descubrí que mi existencia y bienestar depende de la constante preocupación de resolver las necesidades y de compartir con otros, no es una cuestión de virtud, es de supervivencia, toda lucha social la comprendo así, aceptarlo ha sido un largo proceso, muchas veces confrontante, otras frustrante y muchas gratificante. Uno de los prejuicios más grandes con los que me he enfrentado es en cuestión política, buscando combatirlos me inicié en ese camino, las ataduras mentales y mis ganas de servir eran vastas, si quería conseguir mis objetivos tenía que ser observadora y abrir mi mente, así inició la gran aventura de mi vida.

    Los primeros años fueron impulsados por mi curiosidad quien me llevó a la investigación, no paraba de leer, de escuchar, de conocer la visión de muchas personas, cuando me topé con seres ruines lo agradecí porque me enseñaron como no quería ser y por qué, en esos tiempos me reconstruí como mujer pero sobre todo como ser humano, muchas interrogantes cobraron sentido. Desafiar mis prejuicios me dio como regalo la percepción para poder generar vínculos con seres grandiosos dentro de un aparato en decadencia, la esperanza que encontré ha sido el motor que hasta hoy me permite seguir “cantando al sol como la cigarra después de un año bajo la tierra igual que sobreviviente que vuelve de la guerra”.

    Una tarde de verano me encontré con la mirada de una mujer que me incitó a desafiar un prejuicio más, entré a una reunión donde se encontraban varios militantes del Partido Acción Nacional, la emoción era similar a la que sentí de niña cuando fui a mi primer fiesta donde había payasos, quería salir corriendo de ahí, pero esta vez no había una mamá a quien abrazar y tampoco podía romper en llanto, fue así que abrí mi mente y observé. Ese día recibí una de las lecciones políticas más grandes que he tenido, aprendí a trascender los colores, en ese lugar había personas que se estaban organizando para buscar el bien común, gente haciendo política.

    Los siguientes meses me mantuve cerca de esa mujer, necesitaba aprender de ella y ella me permitió hacerlo. Cinthya, como me pidió que le llamara se convirtió en una figura admirable para mí, recuerdo una ocasión en la que la acompañé a la firma de un convenio con una prestigiada universidad, iban varios diputados de la bancada panista, de esos que dan argumentos a mis prejuicios contra ese partido, Cinthya muy sobria y sonriente se encontraba ahí; al finalizar el evento, Mary José Gamboa quien de sobriedad en ningún sentido puede presumir, comenzó a atacar verbalmente a Cinthya a sus espaldas; cuando lo comenté con Lobato moría de risa, yo tan solo de recordarlo me enojaba, ella me respondió: “ese convenio significa la oportunidad para que algunos jóvenes puedan estudiar, por eso fui”. Ese día aprendí un poco más de cómo no y cómo sí quiero ser.

    La violencia de género en la política es un cáncer que nos enferma a todos, la única forma de enfrentarlo es con valor y en sororidad. La última vez que vi a Cinthya yo estaba parada en un escenario en el que se me violentó políticamente, el miedo que sentía disminuyó tras ese encuentro, el valor que me faltaba ella me lo dió, me recordó que cuando trabajas sobre una base de esfuerzo, honestidad y transparencia afectas los intereses de aquellos que se sirven y no sirven, pero sobre todo me recordó que no estoy sola, que somos muchas y muchos los que trabajamos con el mismo objetivo. Aquel día salí cantando como la cigarra de Maria Elena Walsh: “tantas veces me mataron, tantas veces me morí, sin embargo estoy aquí resucitando, gracias doy a la desgracia y a la mano con puñal porque me mató tan mal y seguí cantando”.

    Querida Cinthya cuando las iniciativas vienen del corazón no hay bancada que las pueda congelar, te recuerdo tus palabras “cuando trabajas sobre una base de esfuerzo, honestidad y transparencia afectas los intereses de aquellos que se sirven y no sirven”. No estás sola mi cigarra “tantas veces te mataron, tantas resucitarás, tantas noches pasarás desesperando y a la hora del naufragio y de la obscuridad alguien te rescatará para seguir cantando”.

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