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    Salvador Muñoz
    Los Políticos

    ¿Se ha dado cuenta de que nuestros jóvenes tienen sus «nachas» planas?
    El viernes pasado creo haber dado con la razón de tal deformación glútea en ellos.
    La mujer me invitó a una noche de «oldies» que, a lo que me contó, es una velada con canciones viejitas; música disco para mí, ochentera para ella.
    Hice cuentas de cuándo fue la última vez que salí con la mujer a bailar por la noche y el hecho de no acordarme fue la señal para intentar sacudir la polilla y acepté.
    El centro de reunión fue en Avila Camacho, allá por Los Tecajetes y en punto de las 9:30 pm llegamos y ¡oh! tras una rápida inspección del lugar, surgió una duda que la extendí a mi mujer… ¿y la pista de baile?
    —No hay…
    —Entonces… ¿dónde bailan?
    Un mesero, muy atento, se presentó mientras ocupábamos una mesa para dos. Analicé la probabilidad de cómo me vería si pedía un café y deseché el resultado ante los convencionalismos que a mi alrededor se tomaban: vodka, piñas coladas, tequila con refresco de toronja… mi segunda opción era una botella con agua pero nadie alrededor cubría mi expectativa, así que opté por una cerveza oscura y mi esposa una margarita de mango.
    Mi segunda pregunta nocturna para la mujer fue:
    —¿Y los «oldies»?
    Si bien había buena música mi pretensión de escuchar algo de «mis tiempos» me tensaba y a cada nueva rola, mi pregunta volvía a sonar: ¿Y los «oldies»?
    Una cerveza oscura «Indio» y una mini-mini margarita que desilusionó a mi esposa fue puesta en la mesa… ¿Y los «oldies»?
    Unos amigos se unieron a nosotros y cambiamos de mesa… el mesero se acercó y nos sugirió que, ya siendo cuatro, nos convendría comprar una botella… la pareja de amigos de mi esposa casi no toma; mi mujer es la que maneja y yo, difícilmente me podria acabar una botella solo… agradecí la gentileza al mesero y la rechacé.
    Sin embargo, noté que el atento mesero era persistente y fue con el amigo recién llegado que ya revisaba la carta y también le hizo la misma sugerencia: ¡Nos convendría mejor una botella que copear o chelear!
    ¿Y los «oldies»?
    Algo de ese mago de Chiquilladas —¿Cómo se llama— pregunté a mi mujer, quien me respondió: Alex Syntek… lo más viejo que escuchaba en ese lugar… vamos, hasta el amigo nos dijo que si a las 11 y media no había «oldies», nos retirábamos… mi esposa me corrigió, mi sordera me hizo escuchar eso pero realmente se refería a la poca asistencia concurrida.
    Para pasadas las diez de la noche, el lugar lucía medio lleno entre jóvenes adolescentes, jóvenes y rucos, como yo y de repente… ¡Los Prisioneros! No, no se espante el lector… no había redada de Seguridad Pública ni nada de eso… me refiero al grupo ochentero que me hacía cantar y bailar «Tren al sur»: ¡Y no me digan pobreee / por ir viajando así // No ven que estoy conteeento / no ven que soy feliz // viajando en ese tren que va al Suuur! cantaba emocionado de escuchar algo de «mis tiempos» e invité a la mujer a bailar, que, mordiéndose el rebozo, hizo que se me secaran en esos momentos mis ganas de bailar… ¡hey! entonces entendí el porqué no había pista de baile… la gente baila allí, a un lado de su mesa… pues allí pretendía danzar.
    Otra cerveza y una mini-mini margarita más… «Earth Wind and Fire», música disco, los 70s, mis «oldies» sonando y la mujer se animó a bailar… ¡éramos la única pareja bailando! No me importaba… una buena tanda de «viejitas pero bonitas» que se vino abajo cuando el DJ metió a «Wisin y Yandel», que si bien los admira el Gobernador Javier Duarte, realmente no son de mi gusto lo que obligó a pedirle a la mujer que nos sentáramos. Eran pasadas las once de la noche y los jóvenes empezaron a llegar hasta atascar el «antro».
    Los meseros parecen que tienen la consigna de checar que estés tomando porque continuamente, revisaban la cantidad de mi botella bajo el pretexto de levantar las servilletas.
    Los «oldies» se mezclaron con 70s-2000, 80-2000 y la insistencia del mesero por checar cuánto tomaba me irritaba…
    Para esa hora, si alguien me hubiera preguntado cómo bailar la música de Wisin y Yandel, les hubiera respondido: ¡Bien pedo! Digo, por el jovencito que ingresó al antro sumamente «servido» quien sin pudor alguno, se puso a bailar como Dios manda… digo, el Dios Baco.
    El «punchis punchis» en su apogeo y entonces me di cuenta de una cosa… chavos y chavas bailan ¡en sus asientos! ¡Sí! ¡Sentados! Así que si ve que sus hijos o nietos tienen las «nachas» planas es porque restriegan su cola en sus asientos…
    El misterio en esa noche estaba resuelto y yo, sordo… es evidente que esas noches de antro ya no son de «mis tiempos».

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