Roberto Morales Ayala
Zona Franca
Trotando en el malecón de Coatzacoalcos, observé dos cruces amarradas a dos postes de alumbrado público, distantes a menos de un kilómetro. La costumbre religiosa indica que el símbolo de la crucifixión señala el lugar donde muere una persona, en este caso probablemente jóvenes y seguramente relacionadas con el consumo del alcohol.
Las muertes, riñas y asaltos en lo que ya se conoce popularmente como “La barra de alcohol más grande de latinoamerica” son cotidianas y representan, vergonzosamente, el alto grado de corrupción del gobierno municipal que preside Marcos Theurel Cotero, cuyos bolsillos engordan escandalosamente –con dinero proveniente de cerveceras y vinaterías- por hacerle al tío lolo mientras se violan las leyes que prohíben el consumo de bebidas alcohólicas en la vía pública.
Un caso trágico, el de la adolescente Valeria González Ruíz de 16 años de edad, ocurrido la madrugada del pasado domingo siete de octubre, debiera servir para remover la llaga abierta de la podredumbre oficial que tolera la venta y consumo de alcohol, la entrada sin restricciones a menores de edad a los antros y la inservible vigilancia policiaca que existe en dichos lugares.
Por principio de cuentas, de nada sirve que anuncien operativos de seguridad, cuando el problema de raíz se encuentra en la nula aplicación de las leyes.
Tan solo en este año, un reporte de Tránsito local indica que en el malecón costero de Coatzacoalcos —La barra de alcohol más grande de latinoamerica— han ocurrido 30 accidentes, con un saldo de 26 lesionados y dos muertos. Sin contar las riñas sangrientas, robos y violaciones que se cometen bajo el influjo del alcohol y las drogas.
En ciudades, cuyos gobiernos privilegian la cultura y la vida, por encima de la corrupción y la muerte, como Campeche, el malecón costero es un sitio de estricto esparcimiento familiar, en el que familias, parejas y amigos, acuden a caminar y platicar, con la seguridad de que no serán víctimas de agresiones o testigos de actos bochornosos, lo que, sin duda, promueve la comunicación y la unidad de la sociedad y las familias.
Sería iluso esperar que el gobierno de Marcos Theurel Cotero, que se distingue por corrupto e inmoral, respete las leyes y cuide de la sociedad, por lo que la sociedad porteña debe de exigirlo y demandarlo.
El récord de accidentes, pérdida de vidas, asaltos, levantones, arrancones en el malecón, es pavoroso. Invariablemente combina velocidad, alcohol, irresponsabilidad y negligencia oficial.
El recuento es tan condenable como lamentable:
Por ejemplo, el 7 de octubre, hace dos semanas, Valeria González Ruiz murió atropellada cuando intentó cruzar el malecón sin percatarse del paso de los automóviles que de por sí transitan a alta velocidad. Su muerte fue insospechada, absurda e ilógica.
Viajaba en un taxi, junto con una amiga, cuando una camioneta Honda les cerró el paso. Del auto de lujo descendió un individuo, evidentemente alcoholizado, que pretendió agredir al taxista. Valeria y su amiga dejaron el automóvil y se dirigieron hacia el camellón central. Presas del miedo, suponiendo que aquello era un levantón, cruzaron sin observar mayor cuidado. Valeria, con apenas 16 años de edad, murió arrollada por un vehículo desconocido.
En mayo 31, una motocicleta se estrelló contra un automóvil que se le atravesó a la altura de la colonia Playa de Oro, sobre el malecón. Eran las 6:20 de la mañana. Murió una dama, Ana Concepción Rueda García, de 23 años de edad, y su novio, José Ernesto Ordoñez Aquino, quien conducía la unidad, resultó gravemente lesionado. El vehículo responsable se dio a la fuga.
Según el reporte policíaco, Ordóñez Aquino presentaba aliento alcohólico.
Otro hecho funesto ocurrió el 17 de abril del año pasado. Producto de los continuos arrancones que se registran en el malecón costero, combinados con el alcohol, murió un junior, estudiante universitario, mientras que otro se debatía entre la vida y la muerte en el hospital regional Valentín Gómez Farías.
Era de madrugada. Hacia las 4:00 horas, justo frente al hotel Fiesta Inn, en la cuarta etapa del malecón, fueron atropellados los jóvenes José Bernabé Márquez Ortiz y José Antonio Polanco Sánchez por una camioneta Journey, conducida por un estudiante de la preparatoria Miguel Alemán González.
Desde la noche, José Bernabé y José Antonio, junto con otros jóvenes, habían estado ingiriendo bebidas embriagantes. A esa hora de la madrugada, al retirarse a sus hogares, se dispusieron a tomar un taxi. En ese momento los embistió la camioneta Journey.
José Bernabé Márquez murió en el lugar. Recibió un terrible impacto con el que materialmente le explotó su cabeza y su masa encefálica quedó regada en unos 15 metros. José Antonio Polanco fue trasladado al hospital regional, en estado sumamente crítico.
Luis Enrique Hernández Castillo, conductor de la Journey, escapó pero fue boletinado. La patrulla 201 de la policía intermunicipal lo ubicó en la colonia Iquisa. Al verse descubierto, quiso burlar el cerco y terminó estrellando su unidad contra un muro de contención. Fue detenido y remitido al Ministerio Público, acusado de homicidio doloso y lesiones graves.
En diciembre de 2011, el día 18, Víctor Manuel Reyes Luna murió cuando perdió el control de su auto de lujo, un BMW descapotable, y terminó estrellándose contra un poste de alumbrado.
De los fierros retorcidos fue sacado el joven junior minatitleco, hermano del ex alcalde interino, Luis Reyes Luna, poco después de las 5:40 de la mañana, sobre el malecón y la avenida Reforma, casi frente a la pirámide a la que el marcelismo le dio características de olmeca.
Como saeta, a una velocidad inmoderada, el auto cruzó los topes y salió disparado hacia un poste con el que se estrelló justo a la altura del conductor, derribándolo por completo. La muerte fue instantánea. Quedó atrapado y para rescatar el cuerpo fue necesario usar herramientas hidráulicas.
Un caso más ocurrió el 12 de octubre de 2011, a eso de las 9 de la noche. Un automóvil Honda, tipo Civic, modificado para correr a grandes velocidades, se impactó contra un poste de alumbrado público en la sexta etapa del malecón. Su conductor murió instantáneamente.
Josué Domínguez Vivas jugaba carreras con otros vehículos. Al salir de una curva, debido al exceso de velocidad, perdió el control del auto y se estrelló con un poste de alumbrado, el cual se vino a tierra. El vehículo prácticamente quedó abrazado al poste y el conductor yacía en su interior sin vida.
Alcohol, velocidad, irresponsabilidad y negligencia oficial son los factores que circundan estas muertes trágicas. Permitir el consumo de bebidas embriagantes en la vía pública, a diferencia de ciudades donde esa conducta es tipificada como delito, eleva los riesgos de accidentes entre conductores de vehículos.
Ciertamente, existe una corresponsabilidad entre el joven que halla en el alcohol un falso entretenimiento y la autoridad que solapa ese proceder con resultados graves. Pero si el ayuntamiento de Coatzacoalcos asumiera su papel rector de la seguridad de la ciudadanía, acatara el Bando de Policía y Buen Gobierno y sancionara el consumo de bebidas embriagantes en la vía pública, los riesgos disminuirían y muchas vidas serían salvadas.
Mientras ello no ocurra, mientras las leyes y reglamentos se siga violando, mientras la autoridad tolere y solape, porque argumente que es preferible cobrar permisos de venta de alcohol, y “porque los jóvenes tienen derecho a divertirse” con una chela o un güisqui, seguiremos viendo cruces de muerte en el malecón, y luto en muchos hogares.
Las muertes, riñas y asaltos en lo que ya se conoce popularmente como “La barra de alcohol más grande de latinoamerica” son cotidianas y representan, vergonzosamente, el alto grado de corrupción del gobierno municipal que preside Marcos Theurel Cotero, cuyos bolsillos engordan escandalosamente –con dinero proveniente de cerveceras y vinaterías- por hacerle al tío lolo mientras se violan las leyes que prohíben el consumo de bebidas alcohólicas en la vía pública.
Un caso trágico, el de la adolescente Valeria González Ruíz de 16 años de edad, ocurrido la madrugada del pasado domingo siete de octubre, debiera servir para remover la llaga abierta de la podredumbre oficial que tolera la venta y consumo de alcohol, la entrada sin restricciones a menores de edad a los antros y la inservible vigilancia policiaca que existe en dichos lugares.
Por principio de cuentas, de nada sirve que anuncien operativos de seguridad, cuando el problema de raíz se encuentra en la nula aplicación de las leyes.
Tan solo en este año, un reporte de Tránsito local indica que en el malecón costero de Coatzacoalcos —La barra de alcohol más grande de latinoamerica— han ocurrido 30 accidentes, con un saldo de 26 lesionados y dos muertos. Sin contar las riñas sangrientas, robos y violaciones que se cometen bajo el influjo del alcohol y las drogas.
En ciudades, cuyos gobiernos privilegian la cultura y la vida, por encima de la corrupción y la muerte, como Campeche, el malecón costero es un sitio de estricto esparcimiento familiar, en el que familias, parejas y amigos, acuden a caminar y platicar, con la seguridad de que no serán víctimas de agresiones o testigos de actos bochornosos, lo que, sin duda, promueve la comunicación y la unidad de la sociedad y las familias.
Sería iluso esperar que el gobierno de Marcos Theurel Cotero, que se distingue por corrupto e inmoral, respete las leyes y cuide de la sociedad, por lo que la sociedad porteña debe de exigirlo y demandarlo.
El récord de accidentes, pérdida de vidas, asaltos, levantones, arrancones en el malecón, es pavoroso. Invariablemente combina velocidad, alcohol, irresponsabilidad y negligencia oficial.
El recuento es tan condenable como lamentable:
Por ejemplo, el 7 de octubre, hace dos semanas, Valeria González Ruiz murió atropellada cuando intentó cruzar el malecón sin percatarse del paso de los automóviles que de por sí transitan a alta velocidad. Su muerte fue insospechada, absurda e ilógica.
Viajaba en un taxi, junto con una amiga, cuando una camioneta Honda les cerró el paso. Del auto de lujo descendió un individuo, evidentemente alcoholizado, que pretendió agredir al taxista. Valeria y su amiga dejaron el automóvil y se dirigieron hacia el camellón central. Presas del miedo, suponiendo que aquello era un levantón, cruzaron sin observar mayor cuidado. Valeria, con apenas 16 años de edad, murió arrollada por un vehículo desconocido.
En mayo 31, una motocicleta se estrelló contra un automóvil que se le atravesó a la altura de la colonia Playa de Oro, sobre el malecón. Eran las 6:20 de la mañana. Murió una dama, Ana Concepción Rueda García, de 23 años de edad, y su novio, José Ernesto Ordoñez Aquino, quien conducía la unidad, resultó gravemente lesionado. El vehículo responsable se dio a la fuga.
Según el reporte policíaco, Ordóñez Aquino presentaba aliento alcohólico.
Otro hecho funesto ocurrió el 17 de abril del año pasado. Producto de los continuos arrancones que se registran en el malecón costero, combinados con el alcohol, murió un junior, estudiante universitario, mientras que otro se debatía entre la vida y la muerte en el hospital regional Valentín Gómez Farías.
Era de madrugada. Hacia las 4:00 horas, justo frente al hotel Fiesta Inn, en la cuarta etapa del malecón, fueron atropellados los jóvenes José Bernabé Márquez Ortiz y José Antonio Polanco Sánchez por una camioneta Journey, conducida por un estudiante de la preparatoria Miguel Alemán González.
Desde la noche, José Bernabé y José Antonio, junto con otros jóvenes, habían estado ingiriendo bebidas embriagantes. A esa hora de la madrugada, al retirarse a sus hogares, se dispusieron a tomar un taxi. En ese momento los embistió la camioneta Journey.
José Bernabé Márquez murió en el lugar. Recibió un terrible impacto con el que materialmente le explotó su cabeza y su masa encefálica quedó regada en unos 15 metros. José Antonio Polanco fue trasladado al hospital regional, en estado sumamente crítico.
Luis Enrique Hernández Castillo, conductor de la Journey, escapó pero fue boletinado. La patrulla 201 de la policía intermunicipal lo ubicó en la colonia Iquisa. Al verse descubierto, quiso burlar el cerco y terminó estrellando su unidad contra un muro de contención. Fue detenido y remitido al Ministerio Público, acusado de homicidio doloso y lesiones graves.
En diciembre de 2011, el día 18, Víctor Manuel Reyes Luna murió cuando perdió el control de su auto de lujo, un BMW descapotable, y terminó estrellándose contra un poste de alumbrado.
De los fierros retorcidos fue sacado el joven junior minatitleco, hermano del ex alcalde interino, Luis Reyes Luna, poco después de las 5:40 de la mañana, sobre el malecón y la avenida Reforma, casi frente a la pirámide a la que el marcelismo le dio características de olmeca.
Como saeta, a una velocidad inmoderada, el auto cruzó los topes y salió disparado hacia un poste con el que se estrelló justo a la altura del conductor, derribándolo por completo. La muerte fue instantánea. Quedó atrapado y para rescatar el cuerpo fue necesario usar herramientas hidráulicas.
Un caso más ocurrió el 12 de octubre de 2011, a eso de las 9 de la noche. Un automóvil Honda, tipo Civic, modificado para correr a grandes velocidades, se impactó contra un poste de alumbrado público en la sexta etapa del malecón. Su conductor murió instantáneamente.
Josué Domínguez Vivas jugaba carreras con otros vehículos. Al salir de una curva, debido al exceso de velocidad, perdió el control del auto y se estrelló con un poste de alumbrado, el cual se vino a tierra. El vehículo prácticamente quedó abrazado al poste y el conductor yacía en su interior sin vida.
Alcohol, velocidad, irresponsabilidad y negligencia oficial son los factores que circundan estas muertes trágicas. Permitir el consumo de bebidas embriagantes en la vía pública, a diferencia de ciudades donde esa conducta es tipificada como delito, eleva los riesgos de accidentes entre conductores de vehículos.
Ciertamente, existe una corresponsabilidad entre el joven que halla en el alcohol un falso entretenimiento y la autoridad que solapa ese proceder con resultados graves. Pero si el ayuntamiento de Coatzacoalcos asumiera su papel rector de la seguridad de la ciudadanía, acatara el Bando de Policía y Buen Gobierno y sancionara el consumo de bebidas embriagantes en la vía pública, los riesgos disminuirían y muchas vidas serían salvadas.
Mientras ello no ocurra, mientras las leyes y reglamentos se siga violando, mientras la autoridad tolere y solape, porque argumente que es preferible cobrar permisos de venta de alcohol, y “porque los jóvenes tienen derecho a divertirse” con una chela o un güisqui, seguiremos viendo cruces de muerte en el malecón, y luto en muchos hogares.
(romoaya@gmail.com)(@moralesrobert)
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