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    Roberto Morales Ayala
    Zona Franca

    Para obtener ganancias en río revuelto, el consorcio brasileño Odebrecht que regentea Norberto Odebrecht, se pinta solo y puede presumirse que son quienes han orquestado el conflicto obrero que mantiene en tensión a cientos de trabajadores, cuyo sustento depende de la construcción de la planta Etileno XXI, de la empresa Braskem.
    El martes 16, se produjo un paro de labores en el área de construcción, en el municipio de Nanchital, motivado por la reducción de salarios hasta en un 40 por ciento y el incumplimiento de prestaciones acordadas en el contrato colectivo de trabajo, lo que sería el preámbulo de un problema mayor.
    Un grupo de trabajadores, adheridos a la Asociación Sindical de Trabajadores de la Construcción en General , Transporte, Obras Hidráulicas, Montaje industrial y Obras Públicas, Similares y Conexos de la República Mexicana (ASTRAC), adherida a la CTM nacional, demandaban la aplicación del tabulador salarial de esta organización que garantiza mejores condiciones para el obrero.

    Pedían también la destitución de la secretaria general de la central cetemista, Santa María González García, a quien acusaban de cobrarles 500 pesos por cada plaza de trabajo.
    Centraban su protesta en que la reducción de salarios los confinaban a recibir mil 200 pesos para el obrero cuando originalmente se había pactado 2 mil pesos por semana, y mil 800 para el especialista cuando el acuerdo era de 4 mil pesos semanales.
    La protesta incluyó un bloqueo a la carretera estatal, que afectó a la empresa Resirene, la cual se vio obligada a suspender sus labores para evitar una mayor concentración de empleados.
    El grupo disidente acusó al líder regional de la CTM, Carlos Manuel Vasconcelos Guevara, de haber acordado con la constructora Odebrecht la reducción salarial, que el mismo dirigente admitió con un argumento infantil y absurdo: “debido al gran tamaño de la fuente de empleo”.
    El miércoles 17, muy de mañana, hizo crisis la disputa sindical por el control de las plazas de trabajo, pero sobre todo por el manejo de los miles de obreros que laboran en la etapa inicial de lo que en su momento fuera denominado el Proyecto Fénix, malogrado por el manoseo político.
    Cerca de las 5 de la mañana, un grupo de trabajadores continuó la protesta. Dos horas después arribó Vasconcelos Guevara con un grupo de seguidores y se enfrentó verbalmente con los disidentes de la ASTRAC. De ahí pasaron a los insultos y luego a los golpes. De pronto se escucharon tres disparos y sobrevino el pánico. Minutos más tarde, la sola presencia del Ejército hizo amainar a tempestad.
    Este viernes, las autoridades laborales resolverán en primera instancia el conflicto… o lo alargarán. Determinarán la procedencia de la huelga, el principal argumento de los integrantes de la ASTRAC. A decir de Carlos Vasconcelos, es improcedente porque el titular del contrato colectivo de trabajo es la CTM y en términos de la Ley Federal del Trabajo, un sindicato sin esa condición, la titularidad, no puede apelar al movimiento de huelga.

    Hasta ahí, lo laboral. Pero en torno a Braskem y la empresa constructora Odebrecht hay algo más: turbiedad y mala fe.
    La reducción de salarios encaja a la medida en el esquema de trastadas que distinguen a esas empresas. Les incrementa sus márgenes de utilidad, así sea violando las leyes que regulan la relación patrón-obrero.
    Cuando Braskem concretó su llegada a Veracruz, a instancias del presidente Felipe Calderón Hinojosa, y con el beneplácito del ex gobernador Fidel Herrera Beltrán, se vendió como el motor del desarrollo y, sobre todo, de la generación del empleo en un estado agobiado por la falta de inversión.
    De hecho, Braskem consolidó recursos en el proyecto Etileno XXI, del orden de los 2 mil 500 millones de pesos, la mayor inversión en México y una bocanada de aire a la maltrecha economía fidelista. Llegarían 8 mil empleos directos y 15 mil indirectos durante su construcción, y 3 mil en su etapa de operación. Y hasta su propietario, Marcelo Odebrecht se ufanaba de lo tenía en puerta: “No hay ningún otro lugar del mundo en donde tengamos un compromiso tan grande como lo tenemos en Veracruz a través de la empresa Braskem”. De maravilla.
    En el proyecto, se incluye la contratación de egresados de la Universidad Veracruzana, a quienes Braskem les ofrece 20 plazas, e IDESA, otra de las asociadas, 16 puestos de trabajo más.
    Fidel Herrera, antes, y el gobernador Javier Duarte, ahora, se han regodeado con los anuncios espectaculares que representa el proyecto Etileno XXI, que producirá un millón de toneladas anuales de etano y polietileno, una planta que armonizará el proceso industrial con el medio ambiente, creando áreas de resguardo y evitando asentamientos humanos en su cercanía. Así se publicitan.
    Todo parecía de fantasía, sólo que Odebrecht era un lobo que traía puesta la piel de oveja. Apenas concluida su primera etapa de construcción, pactó con el líder obrero, Carlos Vasconcelos, reducir el salario de los trabajadores, lo que atrajo la llegada de otra organización, la ASTRAC, que demanda nuevas condiciones de trabajo, pero que tiene a quienes participan en la construcción, en ascuas, sin saber qué futuro les espera, sin saber si el día de mañana tendrán trabajo.
    Odebrecht es, pues, una empresa de cuidado.
    Su historia en México comienza a ser sucia. Pero su historial en Sudamérica es pestilente. Va de las denuncias por corrupción, sobreprecio en los contratos de obra, colusión con funcionarios públicos y hasta crímenes de personajes implicados en casos de desvío de recursos a su favor.
    Se le acusa, por ejemplo, de haber inflado al triple el costo del Gasoducto Andino, lo que tiene al presidente de Perú, Ollanta Humala, al borde de un escándalo luego de enarbolar en su campaña presidencial un combate a la corrupción que, por lo menos, con Odebrecht en su regazo, es demagogia.
    Un especialista en temas energéticos, Víctor Medina, la define así: “Odebrecht es una empresa con un negro pasado en todo América Latina. En República Dominicana y en Ecuador fue expulsada; en Venezuela tuvo serios problemas y le rescindieron contratos de obras físicas; en Argentina duplicó el valor de un gasoducto, y en Brasil no es aceptada y tiene que trabajar con testaferros de segundo nivel para apresurar créditos”.
    En agosto de 2011, Javier Duarte viajó a Brasil y allá expuso que la inversión de Braskem y Odebrecht ayudaría a mejorar la calidad de vida de los veracruzanos. En febrero de 2012, la batucada brasileña llegó a Tlacotalpan, pues una delegación amenizó con sus ritmos las Fiestas de la Candelaria.
    Hasta ahí es la parte medianamente tersa de Odebrecht. Su peor lado queda al descubierto cuando una investigación judicial en el domicilio de un alto directivo permitió conocer documentación con la que se demostraba las licitaciones fraudulentas en las que participaba esa empresa y su mecanismo para adjudicarse contratos.
    En el ajo se hallaban hasta las empresas perdedoras, las cuales cobraban por hacerla de patiño y en algunas ocasiones demandaban supuestas irregularidades para hacer más creíble la licitación.
    El clímax del escándalo ocurrió cuando el hermano del presidente de Brasil, Fernando Collor de Melo, Pedro Melo, exhibió pruebas de la corrupción, que a la postre provocó la renuncia del mandatario. Una comisión investigadora acreditó que Odebrecht cobró con sobreprecio de 100 millones de dólares la construcción de obras públicas en la provincia de Acre.
    Cuando el entonces gobernador de Acre, Edmundo Pinto, se disponía a declarar sobre las evidencias de corrupción, fue asesinado a balazos en un lujoso hotel de Sao Paulo, horas antes de viajar a Brasilia, donde había sido citado por la comisión investigadora del Congreso de Brasil.
    Como puede verse, Odebrecht no contribuye al desarrollo de los pueblos, sino que es una gran depredadora de recursos públicos, cueste lo cueste, y se derrame la sangre que se derrame.
    (romoaya@gmail.com)(@moralesrobert)

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