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    Salvador Muñoz

    Los Políticos

    Mientras espero mi turno en la tortillería, al lado, una señora sentada en el suelo, con un huacal parado, expone en bolsas de plástico sus tortillas hechas a mano… entonces, el dilema me envuelve… ¿compro un kilo de tortillas de máquina (14 pesos) o unas 10 tortillas de esa señora por 10 pesos? Son fracciones de segundo donde todo se mezcla: el pinche frío que tiene que soportar la señora a ras de suelo, el saber que en una sentada me puedo echar las diez tortillas que compre con la señora mientras que si compro en la tortillería, me puede alcanzar un kilo para tres o cuatro días (mientras que espero la famosa dieta que me iba a pasar Jacobo Domínguez Gudini… le dije que una vez que la tuviera, adiós pan y tortillas), los 50 pesos que tengo para sacar mi semana para compras extra: le compro a la señora, me quedan 40; le compro a la tortillería, me quedan 36; si le compro a la primera, me quedaré con hambre; si compro a la segunda, no… el rostro de la señora contrasta con el de la despachadora de la tortillería… el de ella, con la esperanza (de estar esperando a que alguien le haga el gasto); el de la otra, despreocupada, con sonrisa a flor de labio…

    II

    Siempre le he dicho a la mujer que no escucho canto más triste que el del señor que vende chiles rellenos; que el del muchacho que vende galletas de Xico; del chavo que vende verduras en una carretilla; que el de la señora que vende Yakul (la que por cierto, tiene rato que ya no escucho), que el del señor del “¡Arreglo calentadoooreees!” ¿Por qué? A lo mejor porque me hacen evocar esa canción de Mocedades que decía: “En la plaza vacía / nada vendía el vendedor // Y aunque nadie compraba / no se apagaba nunca su voz…”

    Y oigo a estos vendedores así como el que compone calentadores… ¿Qué puede haber más triste que su canto? Casi nada, sólo la música del afilador de cuchillos cuya tonada a veces nada más evoco en el recuerdo porque tiene tiempo, al igual que la señora de los Yakul, que no escucho.

    Se me hacen cantos tristes porque como yo no les compro, pienso que el resto de mis vecinos ha de ser igual de flojos que yo para levantarse del asiento y bajar a hacerles el gasto…

    Mi esposa me lleva a comer con la suegra… durante la comida, ésta le dice a la Mujer que el de las galletas de Xico la mencionó, porque hace unos días le compró algunas bolsitas: “dice que a veces le compras mucho y que a veces le compras poco… pero así es”, comenta la suegra que se lo dijo contento.

    III

    Parto la manzana y encuentro el centro podrido. Antes, se la ponía a la mujer envuelta en una servilleta, pero después de que Silem García Peña, un amigo de la Luz del Mundo, me invitara una manzana cubierta con chilito, empecé a cortarle la manzana en varias secciones a la mujer para que la acompañe con Chile Tajín, esperando que un día, igual le invite a la mujer esa manzana que tanto me gustó.

    Van dos manzanas que me encuentro podridas del centro. La primera fue creo que el lunes… la tiré y partí otra. Ayer, me encontré fea la segunda y le dije a la Mujer. Ella me respondió: “corta los lados y así pónmela”. No le gusta desperdiciar nada y cuidadito y se me eche a perder algo porque, dijera Armando Ortiz: ¡Despierta la leona dormida!

    IV

    A una persona de que llegue mi turno frente a la despachadora de la tortillería, tomé una decisión… el rostro de la señora de las tortillas está plagado de arrugas sobre arrugas. En el tiempo en que estuve esperando, no vendió ni una bolsa. Doy un paso al frente y escucho una voz a la que respondo de inmediato:

    –Me da un kilo por favor…

    Y regreso con 36 pesos en la bolsa y con el rostro grabado en mis recuerdos de una señora que sin cantar sus tortillas, se me hizo tan triste como el que canta por las galletas, los chiles rellenos, la del Yakul y hasta el del que compone los calentadores junto con el del afilador de cuchillos… pinches tortillas de máquina… ¡ya ni se me antojan!

     

    smcainito@gmail.com

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