Claudia Constantino
Crónicas del 2012
A la memoria de Don Fernando López Arias
Alejandro D. Cinta, Francisco Barrones Sánchez
Y los héroes de la jornada de hace 44 años.
Entre ellos, su coordinador: Luciano Constantino Ramírez.
Unidos por la nostalgia y por las ganas de renombrar y reconocer una fecha casi olvidada por los veracruzanos, mi padre comienza a dictarme nombres, notas y a hablar y hablar sin parar; en un ejercicio de memoria ejemplar que mitifica al seis de octubre de 1968 en que a las cuatro de la tarde llegó a la costa jarocha el fuego olímpico por primera vez.
Del cañonero “Guanajuato”, que trajo desde el Puerto de Palos, en España, las lámparas votivas que contenían el fuego eterno del olimpismo, descendió la llama olímpica. Los portadores en tierra serían modestos atletas que se irían sucediendo hasta llegar a la ciudad de México. Encendido durante la ceremonia, (hermosa) en la famosa Olimpia, cuna de los mas famosos juegos de la antigüedad, protagonizados por los símbolos máximos del porte universal.
“Ninguno lo podíamos creer –asegura mi padre- con su andar lento, que le otorgaba mayor elegancia el “Guanajuato” abría su compuerta para que se encendiera la primera antorcha de la serie de 17 nadadores que representaban a los estados costeros del país: comenzando con el relevo de Escañero, Moreno, Castellanos y de ahí, la mayoría de los chamacos estrellas de la natación veracruzana que hacían historia al irse pasando uno a uno, el elemento ígneo.”
“En tierra, ahí, en el muelle de la T –si el muellecito frente a la ahora torre de PEMEX- entregaría Eduardo Moreno la tea, para que el entonces gobernador de la entidad, Don Fernando López Arias la recibiera, acompañado de Pedro Ramírez Vázquez, presidente del Comité Organizador de los Juegos Olímpicos; de Mario Vargas Saldaña, alcalde de la ciudad, de los embajadores y attachés de tantos y tantos países acreditados en lo diplomático y lo deportivo. Vinieron los discursos, las fanfarrias, la algarabía de miles de veracruzanos, turistas y visitantes especiales que se arremolinaron en el paseo del Malecón”. Solo el Papa Juan Pablo II ha reunido más gente que aquel momento histórico.
“Ahí, comenzó el recorrido del fuego olímpico por las calles del primer puerto de América en tierra firme. Tocó a Román Puente García ser el primero –destacado atleta y alumno del Instituto Tecnológico de Veracruz- y a mí, vivir una de las mejores experiencias de mi vida: por ser el coordinador, me entregaron las lámparas votivas con el Fuego Olímpico por si alguna antorcha se apagaba durante el recorrido. De ser así, debía saltar de la Campingnola militar que iba exactamente atrás del corredor y reencenderla. En dos ocasiones sucedió: la primera antes de que Puriel la entregara a Raúl Díaz Mirón. La segunda, hubo que re encender la pastilla de la antorcha al campeón nacional juvenil de jabalina, Rubén Arrieta a las 7 de la mañana del 7 de octubre en que retomamos la marcha hacia Xalapa.
“Todos los demás relevos transcurrieron conforme a lo planeado hasta llegar al majestuoso estadio Luis “Pirata” de la Fuente, siendo el portador que entraba a la grama, el doctor Díaz Vega, aclamado por más de 40 mil niños, padres de familia, maestros; siendo la ocasión en que más personas se han reunido en el coloso del fraccionamiento Virginia, incluso cuando el Presidente Gustavo Díaz Ordaz lo inauguró en agosto de ese mismo año”.
“Todos aplaudían, todos eran partícipes aquella tarde de la historia del deporte mundial, por eso cantamos el himno nacional lo mas fuerte que pudimos, el himno olímpico y canciones criollas veracruzanas: desde el Veracruz de Agustín Lara, hasta “el tamalero” de autor anónimo. La grada lucía hermosa, en la cancha jóvenes y jovencitas ejecutaban bailes jarochos bajo la égida del maestro Elías Nicolás Cortés.”
“La tarde declinaba y la noche se convertía en aliada del espectáculo olímpico, la antorcha dejaba el escenario y los miles ahí congregados –mayormente niños y jóvenes que hoy no lo serán más- vitoreaban y grababan en su memoria la que quizá para muchos –como yo- haya sido una de las tardes más emocionantes de nuestra vida. Nuevos corredores la transportaban, tomaron rumbo al boulevard, la gente apiñada en las avenidas: Martí, Colón, Bolívar, Villa del Mar; teníamos carnaval en octubre y Miguel González Ortíz, corría el mejor trecho (porque, por esos días, era mi cuñado y así lo pude disponer) cual Mercurio a su destino…” Continuará mañana.
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