Señor don
Raúl ARRÓNIZ DE LA HUERTA,
Director General de Sociedad Editora Arróniz.
H. Córdoba, Veracruz.
Querido Raúl:
Sé que no tengo que decirte de mi cariño y mi gran respeto por esa institución del periodismo regional que son –en sus respectivos ámbitos de influencia— los diarios que diriges y a los que, por muchas razones me siento personalmente ligado y, por supuesto, no menos agradecido por el espacio que me conceden para publicar mis artículos semanales. Por ello precisamente estoy –dicen ahora los jóvenes— ‘sacado de onda’ ante los comentarios publicados de manera anónima en la columna “Despeñadero” que apareció en las distintas ediciones de DIARIO EL MUNDO, a propósito del penoso incidente en el exterior del hospital de Río Blanco. Así, te ruego que por favor me concedas estas precisiones que, para fines informativos y en beneficio de los lectores, considero de la mayor importancia:
1.- Ante la manifestación fuera del Hospital, pude abandonar el edificio (huir) sin que nadie lo notara, por la parte posterior (como hicieron algunos) y en cambio, decidí salir caminando por la puerta, por mi propio pie, e ir al encuentro de los manifestantes, para charlar con ellos e intentar solución a sus exigencias, a pesar de que ninguna de ellas era de mi competencia como Director del DIF. Insisto: yo fui a buscarlos para dialogar.
2.- Independientemente de la lluvia de insultos con que fui recibido, hay que recordar que los manifestantes mantenían totalmente bloqueadas las vialidades primarias y los accesos a la autopista, provocando un impresionante caos vehicular que no sólo constituye un delito federal sino un daño severo a miles de personas inocentes y ajenas al problema. Hay que recordar, también, que de manera muy irresponsable, mantenían cerrados los accesos al hospital –otro delito— incluso en el ÁREA DE URGENCIAS, impidiendo el acceso de pacientes, de sus familiares y del personal hospitalario, sin importarles la situación de los enfermos y heridos graves.
3.- Confieso que, al salir a verlos, nunca me esperé encontrarme con una turbamulta integrada –en su gran mayoría— por jóvenes intoxicados, con la mirada perdida, los ojos rojísimos, ellos olorosos a solvente y alcohol y muy descontrolados; algunos apenas adolescentes, con un impresionante nivel de agresividad que, te aseguro, no buscaban sino camorra y que en la mayoría de los casos ni siquiera entendían por qué ni para qué estaban allí. De haberlo sabido yo anticipadamente, en tanto que tampoco como lumbre, ni me les acerco.
Es una ruindad de sus “líderes” emborrachar a estos muchachos o ve tú a saber con qué substancias “estimularles” para ponerlos de carne de cañón, sin ellos mismos, los beneficiarios, dar la cara. Sé hoy que es práctica común de ese grupo, específicamente ese grupo de manifestantes, sé que los “usan” en la militancia radical, en la defensa del ambulantaje, en la presión política, en la exigencia de proyectos productivos… en lo que “haga falta”. Y faltaba más: también protestan por los gasolinazos, el mal clima y las carencias y la mala atención hospitalaria. Hoy sé que antes que otra cosa gritan, golpean, apedrean, retienen, desgarran, ofenden como práctica consuetudinaria, independientemente de lo fundado o no de sus “peticiones”; el método se lo tienen bien aprendido y tengan o no razones, amedrentar duro a quien sea, en donde sea, suele funcionarles. Lamentablemente el pasado viernes, cuando acudí a atenderlos, nada de eso sabía yo…
4.- Así como grabaron mis respuestas a sus agresiones, los reporteros habrán registrado también que los muchachos no supieron responder cuáles eran sus reivindicaciones ni sus quejas concretas cuando les pregunté una y otra vez en qué podía yo ayudarles. Y que entonces les dije que no tenía ninguna necesidad de permanecer allí, en medio de sus agresiones y decidí marcharme, lo que por supuesto trataron de impedir. Y, también, como es sabido, que no me dejé. A lo que respondieron con una andanada de pedradas que el columnista parece festejar de manera implícita sin medir las consecuencias que sólo por la Providencia no ocurrieron.
Estimado Raúl:
Es absolutamente cierto que no fui pasivo, que respondí en el mismo tono que los manifestantes y que me mostré beligerante cuando ellos pretendieron retenerme a la fuerza y me amenazaron a gritos e improperios una y otra vez.
Ten la certeza que, de no haberme conducido como lo hice, me habrían linchado. Creo en el servicio público pero no tengo vocación de mártir, no aún. Quizá la “Cabra Montés”, autora anónima del libelo, habría estado feliz de que me dejara yo golpear –e incluso más— por un grupo de imberbes irreflexivos, ávidos de violencia. Probablemente entonces este “columnista” habría escrito que yo sería responsable por intentar el diálogo con los agresores, que no debí acercarme a “la turba”…
En retrospectiva, estoy convencido de que hice lo correcto –respondiéndoles y disuadiéndoles—, frente a la posibilidad de ser omiso en mi deber e indiferente ante una supuesta demanda social, eludiendo mi responsabilidad elemental de servidor público, (sin saber que era un “show armado” y que realmente no buscaban soluciones sino el escándalo que consiguieron) o, peor aún, que la violencia hubiese escalado si yo lo hubiera consentido poniéndome “de pechito” en sus fauces y dejándome atrapar. Reitero: venturosamente nadie salió lastimado del incidente. De haber actuado yo de otro modo, aquello habría sido un verdadero caos.
Por último, no puedo omitir la reflexión relativa al “trabajo periodístico” perverso y descontextualizador de quien anónimamente y sin asumir la responsabilidad por sus falsedades me juzga en la columna “Despeñadero”, haciéndolo “de oídas”, sin haber presenciado los hechos, alguien oculto que por un lado reproduce una declaración periodística previa en la que reconozco mi mal temperamento y, por el otro, ante la falta de razones, concluye con una sandez, con una infamia propia de mal autor de ficción: asegurando que “solía yo cerrar calles con patrulla, para que jugara mi hija”.
Quienes me conocen, que no son pocos, empezando por mis vecinos, pueden dar testimonio de mi conducta de siempre. Allí, en esa falsificación se muestra la calaña y la mala fe de quien escribe, no para informar, no para evaluar el desempeño, sino para denostar, para agraviar desde la cómoda obscuridad. Yo, por lo menos, aún en mis equivocaciones –las tengo, soy humano— siempre actúo de frente y con transparencia. Ojalá ése “comunicador” diera la cara, aunque quizá ni la pena valga, ¿qué provecho daría identificar “gente” así, si ya sus perversiones le describen bien?
Termino reiterándote mi afecto para ti y toda tu familia y mi respeto invariable y mi gran cariño por “LOS MUNDOS”. Gracias por tu comprensión y por el espacio para estas necesarias puntualizaciones.
Te abrazo y, como siempre, te deseo lo mejor.
Juan Antonio Nemi Dib
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