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    Roberto Morales Ayala
    Zona Franca

    México, bien dijo Mario Vargas Llosa, vivió la dictadura perfecta y, como diría Jorge Castañeda, vive la democracia imperfecta.
    Robar urnas fue sinónimo del PRI. Lo mismo rasurar el padrón electoral, excluir a los opositores; controlar los órganos electorales; robarse actas el día de los comicios; corromper a los representantes de la oposición; comprar los espacios publicitarios y obligar a los medios de comunicación a no concederle un centímetro, un minuto, un comentario favorable, a los partidos rivales. Así lo hizo 70 años hasta que se agotó.
    Nada cambió cuando el PRI dejó Los Pinos, en 2000. Llegó el Partido Acción Nacional; llegó Fox con su lenguaje populachero y sus ocurrencias de hombre de campo, convertido en poderoso político. Llegó la transición. Pero fue a medias, mutilada, sólo a nivel presidencial.
    El PRI siguió siendo el mandón en gobiernos estatales. La mayor parte del país continuó en sus manos, convertidos los gobernadores ya no en virreyes sino en señores feudales, donde hicieron cuanto quisieron; impusieron alcaldes y diputados, controlaron legislaturas y acumularon dinero para preparar el regreso del PRI a Los Pinos.
    2006 fue el termómetro de cómo construir el puente que los llevara a la Presidencia. Vivió el PRI a cierta distancia el reclamo por el “voto por voto”. Dejó al PAN y a la izquierda embarcarse en una desgastante lucha por el triunfo electoral, que finalmente favoreció al panista Felipe Calderón Hinojosa y frustró el sueño de Andrés Manuel López Obrador de verse presidente, pese a haber sido por seis años el aspirante que punteó las preferencias y el día clave, perdió.
    El PRI aprendió esa lección y actuó en consecuencia para evitar que en el recuento del “voto por voto”, en este 2012, les comprobaran el fraude. Por ello, con anticipación compró conciencias y afinó sus estrategias para consumar el fraude antes de que el voto llegara a las urnas.
    La oposición no la aprendió y, hasta el día de hoy sigue apostando más al escándalo como medio para llegar al poder que organizarse y dar una batalla que responda a las expectativas de sus seguidores.
    Los priístas nacieron para el fraude, no para la democracia. Sus operadores electorales son mapaches de alta escuela, especializados, con maestría y hasta doctorado. Se han remasterizado para arrebatar las elecciones. Se han olvidado del robo en la casilla, del padrón rasurado, de la compra del representante de la oposición.
    Doce años en la oposición les sirvió para perfeccionar el atraco. El PRI, en elecciones estatales, para gobernador, para diputados o alcaldes, van permeando al electorado. Llegan a ellos y los encantan. Les dan terrenos, les dan becas, les dan láminas, les dan pisos, les dan techos. Los incorporan a programas sociales. Cada estado gobernado por el PRI, tiene su versión de Oportunidades, de entrega de leche, de apoyo a personas de la tercera edad.
    Así van conformando sus grupos, su voto monumental. A lo largo de seis años, desde el 2006, el PRI fue comprando medios de comunicación, a través de convenios publicitarios, de dádivas, del famoso embute a conductores de programas noticiosos, a directores y ejecutivos, columnistas y reporteros. La finalidad fue reflejar los supuestos logros de los priístas, ocultar los casos de corrupción y destacar las miserias de la oposición.
    Las elecciones locales, las de gobernador, congresos y alcaldes, fueron un ensayo. Y les salió como el PRI lo planeó.
    Con un voto duro bien comprado y con la mayoría de la prensa de su lado, lo demás fue trabajar la imagen de su candidato, en este caso Enrique Peña Nieto, así como mantener un constante desgaste de las políticas públicas del PAN en la Presidencia, como fue la guerra contra el narcotráfico, destacando la cifra de 70 mil muertos, a los que se les llamó los muertos de Calderón.
    Como ya se ha evidenciado públicamente, el PRI usó miles de millones de pesos para ganarse a millones de electores. Trianguló recursos, pagó con ellos una estructura paralela. Soriana, Monex y varias firmas más lo ayudaron en el fraude. Y eso se supo cuando incumplió con sus cómplices, algunos de ellos electores y otros promotores, y estos lo exhibieron tardíamente.
    No aplicó sus tradicionales prácticas fraudulentas en las urnas, el día de la jornada electoral, para evitar que el reclamo “voto por voto”, que se convirtió en una figura jurídica introducida en la reforma electoral después de la elección de 2006, desnudara sus marrullerías.
    No. El PRI le apostó a un fraude de alta escuela. Compró la Presidencia de México con antelación, cooptando la lealtad de más de 5 millones de electores para garantizar una ventaja definitiva.
    En cambio, la oposición perdió el tiempo en sus conflictos de siempre. Entre los panistas se disputaron a muerte miles de candidaturas, enfrascados en procesos internos de los cuales emergieron figuras cuestionadas, denunciadas incluso en tribunales, y una vez que se emitieron las sentencias, no hubo operación cicatriz.
    El PAN fue relegado a tercera fuerza electoral y sólo en una entidad, Guanajuato, logró ganar la gubernatura. Fue la debacle total.
    Lo mismo ocurrió en PRD y sus aliados de izquierda. Salvo tres estados, Morelos , Tabasco y la Ciudad de México, sus candidatos fallaron en las expectativas. Aún así, la izquierda será la segunda fuerza electoral.
    Medianamente ganó algo el PRD, pero el fracaso mayor fue de su candidato, Andrés Manuel López Obrador. Días antes de la elección presumía de contar con un ejército electoral, que en las urnas no se vio; un día sí, otro no, alternaba el discurso del fraude. Cuando se acercaba la hora de la verdad, advertía que las encuestadoras traían inflado a Peña Nieto, pero el ganador sería él.

    Cuando se enfrentó a la realidad, nada tuvo López Obrador que alegar. Basó su juicio de inconformidad en la demanda de invalidez de la elección. Aportó pruebas, evidencia de transferencias bancarias, que los bancos desestimaban de inmediato; miles de tarjetas con las que supuestamente Soriana y Monex pagaron el voto; argumentos de un financiamiento excesivo. Pero el acabose fue cuando agregó como evidencia de compra de votos un marrano, dos patos, un chivo y tres gallinas, lo que el PRI calificó como el “Arca de Noé”.

    La estrategia del PRD, trivializando su protesta, fue acompañada de una constante de insultos a sus rivales de contienda; de escándalo en los medios; de agresiones físicas a reporteros y analistas que osaban criticar a López Obrador; sus seguidores cercaron Televisa, bloquearon Milenio, irrumpieron en diversas veces en Soriana, convirtiendo en rehenes al personal y a la clientela, hasta que la empresa decidió denunciarlos ante las instancias legales.

    Al final, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación resolvió desechar el juicio de impugnación, que era lo que realmente debió sustentar la izquierda, y abrió paso a que Enrique Peña Nieto sea el próximo presidente de México.

    El PRI, con su fraude de alta escuela, regresa a Los Pinos, y la oposición, atrapada en sus limitaciones, se volvió a quedar en el camino.

    Así es México. Tiene su dictadura perfecta en una democracia imperfecta. (romoaya@gmail.com)(@moralesrobert)

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