Sergio González Levet
Sin tacto
A la advocación de María como la Virgen de Guadalupe,
madre y protectora del pueblo de México, en su día
La situación problemática de México tiene dos posibles soluciones: una que es objetiva, fundada en la realidad, posible, creíble, y la otra que se presenta como mágica, ensoñadora, imposible. Esta última se sustenta en deseos oníricos, en castillos en el aire; la primera, en estudios serios de los que emergen estrategias viables.
Una de las dos implica que todos los mexicanos nos pongamos a trabajar de buena fe, con entusiasmo, sin perezas, en la salvación del país. Que hagamos entender al Gobierno y al jefe de Gobierno que es indispensable hacer un alto en el camino, enderezar el rumbo, cambiar el equipo de colaboradores y poner a personas responsables, conocedoras, inteligentes… además de honradas (90 por ciento de honestidad y 900 por ciento de capacidad han dicho en las redes); funcionarios que nos den tranquilidad y nos llenen de orgullo, a los que no tengamos que estar justificando porque se robaron un libro o porque no llenan el perfil necesario para el puesto en el que están, el que sea.
Esta solución tiene que ver con una táctica integradora que tome en cuenta a los mexicanos más preparados. Sin mirar en ellos su ideología o su pertenencia a un grupo.
Requiere también de mucho esfuerzo, dedicación y entrega; de poner a un lado las emociones y los traumas o complejos; de olvidar los intereses facciosos y pensar en el bien de la nación antes que en venganzas personales o históricas.
Para que funcione, se necesita la experiencia de quienes conocen de la administración pública, el conocimiento de los expertos en las diversas materias que componen la responsabilidad de un Gobierno, la actuación de los mejores en cada ramo del conocimiento humano,
Y sobre todo, la voluntad del pueblo bueno y honrado, la conjunción de todos los mexicanos con un fin único y definido, que nos lleve a salir de los problemas sociales, económicos, políticos, de seguridad.
La otra solución posible es que la Virgen de Guadalupe baje a la tierra y con su bondadoso manto y nos cubra para que todos los problemas se desvanezcan; que interponga su poderosa influencia ante el Creador, su hijo y el Espíritu Santo para que hagan un descomunal esfuerzo y enderecen el carro maltrecho de este tan sufrido como hermoso país.
Que llegue nuestra Emperatriz de América y desaparezca la corrupción que aún queda, que borre de la faz a la delincuencia organizada o no, que nos haga felices a todos.
Ya habrán advertido cuál es cuál. La milagrosa, la de sueños, es la del pueblo unido trabajando.
¡Y la de la Virgen es la objetiva!
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