Miguel Polanco*
Contracommunis
-Debes poner una foto más donde se vea más serio, me dijo el “Gallo”, un muy querido amigo mío, al cuestionarme cierta maniobra de imagen pública que apliqué con uno de mis clientes. Yo le increpé: -la sonrisa inspira confianza y empatía; checa las fotos de López, en ninguna está serio. Pero me volvió a responder: -el asunto es que su Gobierno -el de AMLO- es de risa y se puede mal interpretar.
Me hizo dudar, no lo niego.
Sin embargo, mi -quizás- fulminante respuesta se encontraba en ese último señalamiento que estaba haciendo mi buen “Gallo”: estábamos hablando del Gobierno de López Obrador, es decir, de una victoria consumada, no de una competición.
Y es que justo ahí radica el poder de un buen diseño de estrategia de comunicación: en el resultado presente, no en el pronóstico futuro.
A lo largo de la historia, han existido personajes mundialmente conocidos por haber roto los paradigmas de la comunicación política, la emisión de mensajes y su eficiencia. La mayoría de ellos, sentaron precedentes que en la actualidad se conservan… pero no necesariamente todos han sido positivos.
Desde Hitler hasta Obama, pasando por Stalin o Pepe Mujica, la adaptación de los discursos a las necesidades emocionales de los votantes, ha dado giros dramáticos en la búsqueda de técnicas de persuasión que resulten, irónicamente, permanentes y efectivas.
Algo así como una “fórmula mágica” que, valiéndose de aplicaciones diversas, alcancen para sustentar la percepción de comportamiento en el político de nuevo siglo, incluso por encima de la plataforma que proponga.
Y en este apartado, parecía que López Obrador se erigiría como ese ejemplo que habría que citar en los libros, en la labor docente y la enseñanza general sobre la comunicación política actual.
Pero no. Al otrora “justiciero del pueblo” y enemigo público de la corrupción, se les están saliendo de control las cosas, su imagen, su discurso… su Gobierno.
Al “héroe de los desvalidos” ahora le están saliendo los tiros por la culata, debido a una visible incongruencia entre sus palabras y hechos. Atrás quedaron las convincentes risas por el “no lo tiene ni Trump”, “la mafia del poder”, “Ricky Rikin Canallín” o el célebre “me canso ganso”.
A López, el “coco de la corrupción”, se le está pasando la mano con sus estrategias de distracción, queriéndose comportar como en épocas donde la tecnología no estaba aún a disposición del debate público y en tiempo real. Aquellos tiempos en los que no era posible hablar de una “caja china” porque no existía una película que “bautizara” la manera de confrontar, masivamente, la “realidad necesaria” para el criterio sobre la relación Gobierno-Ciudadanía, con la “realidad disponible” en los periódicos impresos comprados por el oficialismo.
Para acabar pronto: no había discernimiento entre demagogia y estructuralidad.
Entonces, cansados de lo anterior, México vota por un cambio en 2018 casi a ojos cerrados. Sufraga por un cambio de siglas. Pone el corazón por delante de la razón y López Obrador encuentra su “cachito” ganador, tomando a su favor esta característica tan distintiva del mexicano, devoto de corazón.
Presentó, por ejemplo, a su partido Morena un 12 de diciembre, día de la “Morenita”… en un país con 93 millones de fieles católicos. Sembró el odio contra la corrupción, lo convirtió en el mal por excelencia de todas las penurias de los mexicanos y prometió que acabaría con éste… porque total: “prometer no empobrece”.
Siguió los consejos de Napoleón, Maquiavelo y Sun Tzu, y dividió al pueblo poniéndoles hasta nombre; unos buenos, otros malos. Y no hubo más para este país con 52 millones de mexicanos en condiciones de pobreza, con ganas de venganza y dinero fácil. Sí, dinero fácil, producto del “milagrito” que por años pidieron a la “Morenita”, no importando si era la del Tepeyac o la que con su manto exaltó al “mesías de Macuspana”, quien los victimizó y se volvió su Robin Hood personal.
Ya sé, suena ridículo ahora… pero así ganó y con cifras históricas que exhibieron, más allá de un resultado electoral, la preocupante disociación de necesidades y soluciones que contempla el pueblo mexicano para su progreso.
El caso es que, en estos momentos, en pleno 2019 y a menos de dos años de Gobierno, las cosas ya lucen diferentes y es evidenciado en la sensible disminución de popularidad sufrida por el que dice que es “peje, pero no lagarto”, misma que ha sido documentada por prestigiosas casas encuestadoras en las últimas semanas.
De ahí que la conclusión sea, aparentemente y después de todo, que por fortuna AMLO sí está cumpliendo con transformar a México, pero en un país más crítico, habiendo roto los paradigmas de la comunicación político-electoral para lograr el triunfo en las urnas, aunque no así, con su manera de gobernar, donde sus excesos de pasado están perjudicando las oportunidades que le trae el presente.
¿Se verá demostrado pronto?
Cinito
En 2013, James DeMonaco dirigió la primera película de una medianamente exitosa saga denominada “La Purga”. Esa primera parte se llamó “La noche de la expiación”.
En ella, DeMonaco nos contó la historia de un Gobierno distópico en el que, para deshacerse de varios cánceres de origen social, optan por apartarse de su responsabilidad para implementar políticas públicas que atiendan cada una de estas problemáticas y, por el contrario, instauran una vez al año, una noche en la que todo delito es permitido; noche en la que matar, robar, violar, es lícito. Una forma, literalmente, de que la gente se purgue a sí misma, eximiendo al Gobierno de cumplir con las regulaciones que le tocan.
Hay metáfora en aquella película, sin duda. Comparable, quizás, con rifas de “aviones presidenciales” y otros temas conocidos por los mexicanos.
Les recomiendo que la vean y además de la metáfora, le encuentren también, estimados lectores, la moraleja que corresponda.
*Consultor en Comunicación
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